La batalla que cambió el curso de la guerra de Independencia

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Se cumplen hoy 199 años de la batalla de Chacabuco que puso en evidencia el acierto del Plan Continental de José de San Martín y abrió el camino a la emancipación de Chile y del Perú. Desde los días de Mayo, los intentos de llegar a la sede del poder español en Lima por el camino del Alto Perú habían fracasado. El futuro Libertador, luego de triunfar sobre los realistas en el combate de San Lorenzo (3 de febrero de 1813), fue designado jefe del Ejército del Norte y, al recorrer su jurisdicción trazó su propio y racional proyecto: el único modo de alcanzar la victoria, aseguró al gobierno, era mantener una fuerza que impidiese el avance de las tropas españolas desde el norte –y para eso pensó en el teniente coronel salteño Martín Miguel de Güemes y sus gauchos, que podrían realizar una desgastante guerra de recursos- y en abrir una nueva vía mediante el cruce de la Cordillera de los Andes desde la región cuyana. De ahí que bregó por ser nombrado gobernador intendente de Cuyo con sede en Mendoza, paso indispensable para formar un ejército pequeño pero profesional y aguerrido.

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Como buen estratega, San Martín había contemplado el gran teatro de la lucha contra Fernando VII, es decir toda América del Sur. Las Provincias Unidas eran las únicas que no habían sido sojuzgadas, ya que la gran expedición militar de Pablo Morillo aún dominaba a sangre y fuego a Venezuela y Colombia. Era indispensable mantenerlas en manos patriotas.

La organización del Ejército de los Andes, núcleo de acero que contrastaba con el desorden dominante en el resto de las fuerzas militares; el tendido de una red de espionaje para confundir al enemigo y conocer sus movimientos, y la decisión inquebrantable de impulsar la declaración de la Independencia, se conjugaron para obtener el triunfo militar que permitiera otras victorias y lograra alcanzar el objetivo final. La batalla de Chacabuco, si no dejó totalmente inerme al enemigo, lo debilitó y confundió, para permitir luego de un año el golpe de gracia de Maipú.

Luego de una intensa preparación en el campamento de Plumerillo, San Martín consideró llegado el momento de cruzar la cordillera. Pocos meses atrás, el 9 de julio, se había jurado la Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, y era su anhelo proyectar los principios que habían inspirado la lucha emancipadora hacia toda la parte austral de América del Sur.

El 5 de enero de 1817, tras la solemne jura de la bandera celeste y blanca, se pusieron en marcha hacia las montañas los 3.987 combatientes y 1.392 hombres pertenecientes a los servicios de apoyo de combate. El plan contemplaba pasar la columna principal (tres batallones, cinco escuadrones y tres piezas de artillería) por la ruta de Los Patos, y la columna secundaria por el camino de Uspallata (un batallón, una sección de caballería y dos piezas de artillería). Ambas debían desembocar coordinadamente y reunirse en el valle de Aconcagua.

Para explorar los dos pasos principales del lado chileno, el general en jefe utilizó una estratagema que obtuvo positivo resultado

Otras cuatro columnas menores transpondrían "estos inmensos montes", como había calificado el general en jefe en carta a Tomás Guido al macizo de los Andes. Marcharían al norte y al sur de las dos principales para engañar al enemigo sobre el lugar de ataque y obligarlo a dispersar sus fuerzas.

Con antelación, San Martín se había preocupado por contar con datos precisos acerca de los respectivos itinerarios. Encomendó al sargento mayor José Antonio Álvarez Condarco que dirigiese los reconocimientos de los caminos cordilleranos y la preparación de la cartografía. Para explorar los dos pasos principales del lado chileno, el general en jefe utilizó una estratagema que obtuvo positivo resultado. Envió por el camino de Los Patos a dicho jefe con una nota dirigida al capitán general de Chile en la que le hacía conocer la declaración de la independencia de las Provincias Unidas. Éste rechazó la comunicación y, como lo había previsto San Martín, devolvió al emisario por el camino de Uspallata, que era el más corto. De tal manera, Álvarez Condarco pudo reconocer ambos pasos y elaborar los planos necesarios.

Luego de varios combates en la cordillera, los confundidos jefes españoles se replegaron sobre la ciudad de Santiago y esperaron, sin un plan defensivo, el ataque de los soldados de la independencia. No habían sabido ganar tiempo para obtener refuerzos ni adoptar medida alguna que los salvase. Apenas conocían sus características y capacidad combativa. Sólo contaban con informes parciales, exagerados por los que habían sido rechazados en los encuentros de la cordillera. Sabían que no se enfrentarían con hombres improvisados, sino con un ejército de línea comandado por jefes probados en la lucha. Pero ignoraban desde la capacidad de realizar movimientos tácticos hasta la resistencia máxima para librar combate. Sus tropas montaban unos 2.500 hombres con nueve piezas de artillería.

San Martín estaba al tanto de las capacidades y falencias del adversario, por su eficaz servicio de espionaje y su conocimiento de los regimientos peninsulares

En cambio, San Martín y sus principales seguidores estaban al tanto de las capacidades y falencias de los adversarios, por su eficaz servicio de espionaje y por el conocimiento que aquél tenía de las características de los regimientos peninsulares y de las tropas nativas.

Las fuerzas patriotas tomaron las posiciones establecidas en la noche del once al doce de febrero. El ala derecha iba al mando del general Miguel Estanislao Soler y la izquierda a las órdenes del general chileno Bernardo O'Higgins. En total, las tropas sumaban 4.500 efectivos.

Le correspondía a O'Higgins descender por el camino de la Cuesta Vieja, amagar el frente del enemigo, sin comprometer acción formal, mientras la derecha ocupaba la planicie y caía sobre su flanco izquierdo y la retaguardia. Entonces, ambas divisiones concurrirían simultáneamente sobre la posición atacada. La batalla estaba ganada de antemano si se cumplía esa combinación.

Pero O'Higgins, arrebatado y quizá deseoso de conquistar por sí solo el primer triunfo en su patria, se lanzó temerariamente cuesta abajo, mientras el coronel español Elorreaga, que hizo aquel día las veces de comandante en jefe, tendía su línea de batalla en un terreno de difícil acceso para la caballería. El coronel Zapiola, con sus granaderos, picó la retirada de los realistas pero no pudo derrotarlos por la imposibilidad de maniobrar con ventaja en aquel terreno.

"Corra usted y diga al general Soler que cargue lo más pronto posible por el flanco"

O'Higgins, al ver que los españoles se retiraban hostigados por Zapiola, olvidó lo establecido en junta de guerra y tomó imprudentemente la ofensiva. No pudo, a pesar del heroísmo de sus subordinados, quebrar la posición adversaria, y quedó en una situación que pudo tornarse fatal.

San Martín, que había contado con una victoria segura, "extendiendo el brazo sobre la Cuesta Nueva, en actitud en que lo presenta su estatua ecuestre –dice Mitre- gritó a su ayudante de campo, Álvarez Condarco: 'corra usted y diga al general Soler que cargue lo más pronto posible por el flanco'". De inmediato el Libertador lanzó su caballo cuesta abajo para llegar a la boca de la quebrada donde O'Higgins reanudaba el ataque.

Soler ejecutó con celeridad su movimiento y el comandante en jefe español brigadier Rafael Maroto vio que caían sobre él los granaderos de Mariano Necochea y los infantes del coronel Juan Gregorio de Las Heras. Éste se había puesto al frente de sus soldados y había gritado: "¡Once de Infantería, a la bayoneta!" Un alud de cascos y aceros cayó sobre los realistas que se vieron obligados a cambiar de posición a raíz de las pérdidas. Las Heras tomó todas las piezas de artillería con que contaba el brigadier español Ordóñez. En aquel momento, se producía la llegada de la división de Soler, y todos juntos derrotaron completamente al enemigo.

Los adversarios se replegaron en derrota hacia la hacienda de Chacabuco y, al ver cortada su retirada por la división Soler que ocupaba el valle, pretendieron resistir desde las tapias de la viña y el olivar contiguos, pero debieron rendirse. La caballería patriota persiguió a los que lograron huir del campo de batalla unos 20 kilómetros hasta el portezuelo de la Colina, sembrando el camino de cadáveres.

Las armas del rey perdieron 500 muertos, 600 prisioneros, toda su artillería, parque y municiones, 2.000 fusiles, dos banderas, una del Talavera que fue obsequiada por San Martín al pueblo de San Juan por su aporte a la causa libertadora, y un estandarte. Las bajas patriotas consignadas en el parte del triunfo indicaron doce muertos y 120 heridos, pero tal vez, opina Soria, fueron superiores.

San Martín, alcanzados sus objetivos más allá del tropiezo que supuso la desobediencia del valiente pero arriesgado O'Higgins, escribió estas palabras espartanas para dar cuenta de la victoria: "Al Ejército de los Andes queda la gloria de decir: en veinticuatro días hemos hecho la campaña, pasamos las cordilleras más elevadas del globo, concluimos con los tiranos y dimos libertad a Chile".

"Ha sido restaurado el hermoso reino de Chile por las armas de las Provincias Unidas del Río de la Plata bajo las órdenes del general San Martín"

Deseoso de consolidar la victoria con el ingreso a Santiago, San Martín rompió la marcha hacia la capital con todo su ejército el 13 a la madrugada. Al día siguiente, las fuerzas, encabezadas por el Escuadrón Escolta de Necochea, entraron en la ciudad, donde el pueblo, al decir de un testigo presencial, los recibió "con inmenso júbilo". El 15, el general convocó una asamblea para designar al jefe supremo del Estado.

La elección recayó por aclamación en su persona, pero rechazó esa distinción y convocó a una nueva asamblea que nombró a Bernardo O'Higgins.

En su primera proclama, el 17 de febrero, éste expresó con acento agradecido: "Nuestros amigos, los hijos de las Provincias del Río de la Plata, de esa nación que ha proclamado su independencia como el fruto precioso de su constancia y patriotismo, acaban de recuperamos la libertad usurpada por los tiranos".

Y al dirigirse al mundo afirmó: "Ha sido restaurado el hermoso reino de Chile por las armas de las Provincias Unidas del Río de la Plata bajo las órdenes del general San Martín".

Chacabuco había cambiado el curso de la guerra de la independencia sudamericana.


El autor es Doctor en Historia, ex presidente y miembro de número de la Academia Nacional de la Historia y actual director de su Grupo de Historia Militar. Miembro de la Real Academia de la Historia, de la Academia Portuguesa da Historia y de casi todas las de América. Es autor de La guerra del Paraguay, La guerra de la frontera, Los hombres, la Patria y el coraje, y de biografías de Manuel Belgrano, José de San Martín, Miguel Martín de Güemes y Leandro Alem, entre otras obras.

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