La entrada de San Martín en la historia argentina es insólita. Era en 1808 un destacado militar español "indiano" (nacido en América) de gran valor y experiencia, probado desde los 13 años en batallas marítimas y terrestres, en Francia, Cataluña y África, prisionero a veces y condecorado otras. En mayo de 1811, participa de la batalla de Albuera, en Badajoz, donde fuerzas españolas, portuguesas e inglesas (a las órdenes del general William Beresford, que había sido gobernador de Buenos Aires durante 1806, en la primera invasión inglesa) derrotan a los franceses, comandados por el general Soult. Luego se recomponen las posiciones.
A principio de 1812, San Martín llega a Buenos Aires, es designado al frente del Regimiento de Granaderos a caballo, se casa a los 35 años con Remedios de Escalada (la flor de la burguesía porteña, 15 años) y el 8 de octubre da el primer golpe militar de nuestra historia junto a Carlos María de Alvear, un bisoño oficial de 23 años que había sido el presentador de San Martín en Buenos Aires, donde el de Yapeyú no tenía parientes ni amigos, y también –no es un dato menor- su padrino de bodas en el enlace con Remedios.
¡Todo esto lo hace San Martín durante el primer año de su vida en nuestra ciudad! Como cumpliendo un plan o persiguiendo un objetivo que requería pasos sucesivos... tal vez un programa concebido en Cádiz... o en Londres. La asonada concluye con el reemplazo del Primer Triunvirato por el Segundo, integrado por hombres de la Logia Lautaro.
No es imposible que San Martín haya conocido personalmente a Beresford en Albuera, inquiriendo sobre sus impresiones acerca de Buenos Aires. Beresford, después de la fallida Primera Invasión Inglesa, era partidario de evitar la vía militar y colaborar con la emancipación sudamericana, reservando para Inglaterra un ventajoso papel comercial. De todos modos, en Londres circularon durante años distintos proyectos y borradores estratégicos para arrebatarle a España sus colonias. Existió, por ejemplo, un Plan Vansittart (1796) destinado a atacar Buenos Aires, Valdivia, Valparaíso y la Concepción. Después, una vez afirmados en Chile, los invasores pasarían a Callao y Lima. Bastante similar a lo que finalmente realizaría San Martín, en 1817. No es imposible que don José conociera estos proyectos militares. Como, por otra parte, los españoles y franceses habían colaborado notoriamente con la Independencia Norteamericana, es posible que los ingleses desearan devolverles la atención, en especial porque, después de la Revolución de América del Norte, en 1778, Inglaterra necesitaba un gran territorio capaz de producir buenas materias primas (caucho, cuero, sal, maderas, etc) y un mercado de numerosos puertos y grandes poblaciones, ávido de sus productos manufacturados. Inglaterra fue el país pionero de la revolución industrial.
Otro plan, aún más parecido al de San Martín, formulado por Thomas Maitland y descubierto por Rodolfo Terragno en archivos escoceses, incluía también el cruce de los Andes para el proceso Buenos Aires-Santiago-Callao-Lima. Está claro que el corazón económico del mundo hispanoamericano era Lima, aunque el Imperio Hispano abarcaba lugares tan remotos como Filipinas y Veracruz. Si Inglaterra se apoderaba de las colonias españolas, bien por conquista militar, bien por dominio naval y comercial, cosa que desde 1805 (Trafalgar) era perfectamente posible, habría perdido de cualquier modo los 13 Estados Norteamericanos iniciales, pero ganando a cambio un inmenso mercado de negocios: la América Hispana.
Separadas de España, las colonias debían resolver su independencia total, acudir a la protección de un monarca europeo o aceptar el dominio de la nueva potencia
Entre 1805 y 1811, toda la región se conmovió con Cabildos Abiertos y revueltas civiles, ya que España caía en manos de los franceses, quedaba separada de sus colonias y éstas debían resolver su independencia total, o acudir a la protección de un monarca europeo, o aceptar el dominio de la nueva potencia emergente: Gran Bretaña. En este contexto, algunos sostienen que San Martín fue seducido por agentes ingleses después de la batalla de Trafalgar (1805) en la que el almirante Nelson destruyó la flota franco-española. Inglaterra quedaba, así, dueña de todos los mares. Con las colonias españolas, francesas y holandesas a disposición de sus temibles barcos de guerra. Según el historiador británico J.C. Metford, San Martín fue reclutado por James MacDuff, cuarto conde de Fife, liberal y masón, que se alistó como voluntario en las guerras peninsulares contra Napoleón, a partir del 2 de mayo de 1808. Sea como fuere, parece haber existido algún contacto entre militares y políticos ingleses, por un lado, y el español San Martín por el otro. Cuando éste pide la baja a los 34 años, alega que debe atender negocios familiares en Lima, pero en realidad viaja a Londres con pasaporte facilitado por Lord MacDuff o Lord Charles Stuart. Una vez allí, se aloja en la Casa de los Diputados de Venezuela, en Grafton Street. Allí traba relación con Luis López Méndez, Andrés Bello, Vicente Rocafuerte y, en fin, el grupo de los latinoamericanos partidarios de la independencia. Entendemos que la casa aún existe y que perteneció a la familia del venezolano Miranda, precursor de todos los libertadores.
El hecho es que, según Oriol Anguera, San Martín desertó de las armas españolas en Cádiz, en 1811. El Libertador ha señalado en sus cartas que los militares españoles nacidos en Indias, al ver que se avecinaba un gran conflicto por la Independencia que estaban declarando sus colonias natales, habían decidido acudir en defensa de sus tierras de origen. En el informe de la Gazeta de Buenos Aires sobre la Fragata Canning, se destacan los antecedentes de Alvear, San Martín, Vera, Zapiola, pero también de Francisco Chilavert (español nativo) y Eduardo Kailitz, tirolés, barón de Holmberg y fundador de una gran familia argentina. No todos eran "indianos": algunos eran, simplemente, militares profesionales que buscaban trabajo en un mundo resquebrajado.
El 9 de marzo de 1812 había atracado en Buenos Aires la fragata inglesa "George Canning", trayendo a bordo un grupo nutrido de oficiales. Entre los más destacados está Carlos María de Alvear y Balbastro, nacido en Misiones en 1789. Su padre había sido brigadier de la Real Armada. Otros: José de San Martín, Francisco de Vera, Matías Zapiola... en total: 19 profesionales de la guerra. Sin duda, todos ellos de orientación liberal y contrarios al absolutismo borbónico.
Informe del Primer Triunvirato a Juan M. de Pueyrredón: "No olvide que en la Fragata Canning han llegado 19 oficiales facultativos, y de crédito, que desesperan de la suerte de España. Quieren salvarse, y que se salven estas preciosas provincias".
En aquel primer año, San Martín se ubica bien en Buenos Aires y luego avanza en su decidido -aunque reservado- Plan Continental
En aquel primer año (1812) San Martín se ubica bien en Buenos Aires (a pesar de que lo sospechan espía español, francés o inglés). En nuestro país, sólo conocía la aldea de Yapeyú, que su padre había administrado hasta que don José cumplió 5 años y la familia volvió a España. El caso es que entró pisando fuerte. Los primeros años registran, empero, dificultades. San Martín sólo combate en la escaramuza de San Lorenzo, su única acción en territorio argentino. Concibe un Plan Continental Buenos Aires-Santiago-Callao-Lima. Logra la evidente ayuda de Inglaterra que, a partir del Primer Ministro Castlereagh, va dejando sus ambiciones coloniales y se inclina por establecer una útil relación comercial con las colonias españolas, sin conquistarlas. Así resulta suceder al final. No debe olvidarse que en toda Latinoamérica, desde Buenos Aires hasta México y Haití, pero muy especialmente Caracas y también Chile, se verificaba una efervescencia que puede sintetizarse en esta pregunta: ¿qué hacer ahora sin España, que ha caído en manos de Napoleón? Es en este contexto que debe entenderse el decidido (aunque muy reservado) proyecto de San Martín.
El 11 de febrero de 1817, después de cruzar los Andes, José de San Martín ve que se acerca el choque armado con los españoles que defendían sus posiciones en Chile, y entusiasmado le dice a su edecán, Manuel de Olazábal: "¡Duro con los latones a la cabeza de los matuchos, que queden pataleando...!" (Nota: "matucho" era la denominación del animal castrado en Mendoza y Chile, "latones" eran figuradamente los sables).
Unos 2.450 hombres, con cinco piezas de artillería, al mando del general Rafael Maroto, se nuclean junto al pabellón rojo y gualda que representa a España, en lo alto de la cuesta de Chacabuco, en el valle del Aconcagua. Al pie del monte, 3.600 hombres con nueve piezas de artillería avanzan bajo la bandera del Ejército de los Andes (ni argentina, ni chilena) de formato vertical, que podría denominarse gallardete.
El historiador francés André Fugier apuntaría que San Martín había asimilado brillantemente las nuevas tácticas de Napoleón
En la madrugada del 12 de febrero, San Martín pone en marcha su estrategia, consistente en envolver a los españoles mediante dos columnas: la de Soler por el Oeste, la de O´Higgins por el Este. El combate es encarnizado. Parte de batalla que firma San Martín: "La carnicería fue terrible, y la victoria completa". El historiador francés André Fugier apuntaría después que San Martín había asimilado brillantemente las nuevas tácticas de Napoleón, reemplazando el ataque frontal por el movimiento de columnas envolventes. En particular, la batalla de Chacabuco le resulta muy similar a la de Montenotte, librada por Napoleón después de cruzar los Alpes, el 12 de abril de 1796.
Ha de recordarse que los grandes jefes militares, los mariscales y estrategas de aquella época, eran celebridades de amplia formación académica y sus "creaciones" en combate se valoraban como sinfonías de consumados maestros. Ellos (los Napoleón, los Nelson, los Bolívar) hicieron el mundo y el mapa de su tiempo.
San Martín entra triunfante a Santiago de Chile y escribe al Director Supremo de las Provincias Unidas, Juan Martín de Pueyrredón, en Buenos Aires: "En veinticuatro días hemos hecho la campaña. Cruzamos la cordillera más alta del mundo, concluimos con los tiranos y dimos la libertad a Chile". Al día siguiente es capturado el General Marcó del Pont, que buscaba escapar por Valparaíso. Este hombre se presentaba así: "Don Francisco Casimiro Marcó del Pont, Caballero de la Orden de Santiago, de la Real y Militar de San Hermenegildo, de la Flor de Lis, Maestrante de la Real de la Ronda, benemérito de la patria en grado heroico y eminente, Mariscal de Campo de los Reales Ejércitos, Superior Gobernador, Capitán General, Presidente de la Real Audiencia, Superintendente subdelegado del General de Real Hacienda y del de Correos, Postas y Estafetas y Vice Patrono Real de este reino de Chile". Los títulos enunciados son de una soberbia belleza, sobre todo en contraste con el Libertador, que simplemente (en su clásico alarde de austeridad) se presentaba como "José San Martín". Al ver a su enemigo ya detenido, le dice: "Ah general... ¡Venga esa mano blanca!"
Viendo los túmulos donde están enterrados los infantes, San Martín se conduele y exclama: "¡Mis pobres negros!"
Esta famosa ironía tiene una pequeña historia. Cuando el enviado tucumano Antonio Álvarez Condarco visita a Marcó de parte de San Martín para hacerle conocer las decisiones del Congreso de Tucumán, donde Chile se consideraba una más de las Provincias Unidas del Río de la Plata, el español echa una ojeada al papel y luego lo tira al fuego. Garabatea ligeramente una respuesta para San Martín y mirando fijamente a los ojos de Condarco, le dice: "Firmo con mano blanca, no como San Martín que la tiene negra". No se sabrá jamás si el Capitán General de Chile se refería al color de la piel de don José (famosamente morena como la de un indio, dixit Alberdi) o a su traición a la bandera española. En cuanto a negros africanos, los había muchos en el ejército. Entre otras cosas, se les ofrecía la manumisión si se enrolaban. Casi todos infantes, porque no eran buenos jinetes. Cuando recorre el valle de Aconcagua regresando a Mendoza y ve los túmulos donde están enterrados los infantes, San Martín se conduele y exclama: "¡Mis pobres negros!" Lo acompañaba su edecán inseparable, el irlandés John O´Brien. Pues, como decía Mitre, San Martín no hacía ni decía nada si no había un británico escuchando, tomando nota o arrimando respetuosas sugerencias.
El caso es que, con Chacabuco, se inició concretamente el Plan Continental de San Martín, hacia Perú. Aún faltaba, claro, que Álvarez Condarco contratara una flota importante, seleccionara a su almirante (que resultó ser William Cochrane, con el que San Martín terminó entre insultos y casi trompadas) y la correspondiente tripulación británica o yanqui, para flanquear desde el Pacífico la expedición al Perú. Marineros de guerra argentinos, prácticamente no los había. Y barcos, menos. Ya llegaría el tiempo del irlandés-argentino William (Guillermo) Brown. La historia es larga y llena de misterios. Pero así comenzó el Plan Continental. Ahora mismo, estamos a las vísperas de su Bicentenario.
iEl autor es vicepresidente del Instituto de Estudios Historicos Julio Roca/i