La trágica historia de Barón Biza, el dandy maldito de las letras argentinas

Escritor polémico, playboy millonario, empresario con simpatías revolucionarias, su obra suele quedar en un segundo plano frente a su sinuosa vida, plagada de episodios insólitos y oscuros. La reedición de su biografía definitiva vuelve a echar luz sobre un personaje escandaloso

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Fue muchas cosas: escritor, playboy, millonario, izquierdista, pornógrafo, exiliado, empresario, financista de revoluciones, político, concesionario municipal, habitué de prisiones, editor de periódicos, huelguista de hambre, suicida, enamorado e infame. A pesar de tanto ajetreo, la suya parece haber sido una vida sin dirección.

Sobre su fortuna dirá: "Yo no soy culpable de mi riqueza, no hice más que heredarla". En sus novelas siempre hay un personaje asombrado de haberse vuelto instantáneamente adinerado por causa de un certifi cado de defunción del padre y de una partida de nacimiento suya. Quizás haya sido un rentista que creía saber una verdad fea sobre el mundo y no quiso callársela. Toda su biografía está condensada en anécdotas tremebundas, y el acto final que terminó protagonizando, antes de su muerte por mano propia, lo transformó en un caso literario de "psicopatía criminal". Quedan de él el recuerdo de un acto imperdonable, páginas amarillentas de viejos diarios, y el olvido, cuando no el oprobio. Aun así, la infamia no deja de ser una variante de la fama y esta misma, una boa constrictora.

En vida Barón Biza estuvo eclipsado por el renombre mayor, aunque ocasional, de sus dos mujeres: la aviadora Myriam Stefford y la pedagoga y política radical Clotilde Sabattini. Otra paradoja de esta historia reside en que este misógino y machista se unió en matrimonio primero con una mujer de mundo y valiente, y luego con una mujer profesional, moderna y feminista, moderada por cierto, pero feminista al fin y al cabo. Sin embargo, nunca alcanzamos a comprender verdaderamente los movimientos de sístole y diástole de las historias de amor, porque cada corazón es relicario tanto como caja de Pandora y porque algunos hombres y mujeres que han unido sus almas y sus cuerpos parecen prendidos de un juego formidable cuyas reglas nadie más sabe descifrar.

¿Qué es lo que sabía de él cuando encontré sus libros? Un retrato de pocas piezas sin encastrar y quizás inexactas. Raúl Barón Biza, cordobés, llegado al mundo un 4 de noviembre de 1899, el mismo año en que nació Jorge Luis Borges. Había sido autor atípico y desafiante. Escribió novelas por las que fue procesado. Era anticlerical. También fue blasfemo, "sexópata" y pionero en el cultivo de oliváceas y en la explotación de minas de wolframio, scheelita y bismuto en las sierras cordobesas.

Había sido el típico argentino rico en París, a la vez dandy y hombre de temple. Estaba omitido. Alguna vez encuesté informalmente a literatos memoriosos y de cierta edad, y de sus testimonios pude tabular una unánime y desdeñosa convicción: que Barón Biza no había sido hombre de letras sino "pornógrafo". Un sicalíptico. Que su literatura era "para solteros" y que toda esa temática conmocionante carecía de valor literario. Pero el rubro de folletín de retrete es, en este caso, cómodo, consecuencia de un equívoco. Barón Biza tiene más de moralista bizarro que de pornógrafo y sus libros procesados, más que novelas "eróticas", eran libelos crudos.

Pero la mácula se le había adherido como una rémora. A partir de aquellos juicios por inmoralidad que le inició el Estado argentino en 1933, y luego en 1943, había pasado a ser "el degenerado", el que le restregó el sexo a la sociedad de su tiempo, y en la cara, con un discurso contrario a la hipocresía y a la vez alejado del naturalismo emocional de índole socialista y del llamado romántico a emancipar los sentimientos. En sus libros el sexo blandía espada y red, era gladiatorial, se abría paso con retórica misógina en la era de la liberación femenina.

¿Era para tanto? En cuestiones de erótica, sus novelas, leídas hoy, resultan ser si no pudibundas al menos un poco abstractas. Apenas si hay desnudos. Y sin embargo eran irritantes. Quizás no fuera el sexo, sino algo más, lo que arrastró su fi gura truculenta hacia los tribunales de justicia y la arropó de una costra de fama hasta su final.

Son innumerables las anécdotas que se le atribuyen. Cuántas son ficticias o auténticas es imposible saberlo ya. Llega un momento en que los mitos se independizan de su fuente: que le envió una bandeja de plata al Papa porque sabía que a los pontífices les interesaba el dinero; que contrató la marquesina de varias librerías céntricas para promocionar sus obras; que se batió a duelo numerosas veces; que organizó una fiesta de disfraces en la que los hijos de la oligarquía se vistieron de inmigrantes pero él llegó de frac y galera y con una beldad del brazo; que se tiroteó con su cuñado; que es el protagonista de dos tangos; que estaba emparentado con el Che Guevara; que fue miembro del Jockey Club y que fue expulsado de esa institución; que le pagó una fortuna al maquinista de un tren tan sólo para que detuviera la locomotora y los vagones con el fin de poder contemplar el paisaje; que todos sus libros habrían sido incluidos en el Index Canonicum en tanto literatura vedada para los fieles de la Iglesia Católica Apostólica y Romana; que tenía un sirviente negro en su estancia de Alta Gracia y que había contratado a un "negro", un escritor en las sombras, para que redactara los libros que luego firmaba; que vendió 25 un diamante en el Banco Municipal y que el comprador lo perdió en un taxi y que el taxista lo devolvió al banco; que contrató a dos hombres contrahechos, uno de huesos quebrados y el otro jorobado, para ser custodios del sepulcro faraónico de su esposa muerta; y así sucesivamente.

Tanta fábula extraordinaria eclipsó la obra literaria y resaltó la circunstancia: la vida del autor. Su fracaso es su triunfo, pues un misterio rodea su obra hasta el día de hoy.