Siempre es una buena noticia que una autora como Selva Almada publique un nuevo libro, pero en esta ocasión la novedad se ve revalorizada porque El desapego es una manera de querernos, el volumen de relatos que Random House distribuye por estos días, le da la oportunidad al lector de asomarse al recorrido que hizo la escritora en poco más de una década.
La escritura original de esta autora, que nació en Entre Ríos en 1973 y que compuso dos novelas clave de la literatura argentina contemporánea como El viento que arrasa (2012) y Ladrilleros (2013), se disfruta en esta compilación de textos que circularon en publicaciones electrónicas, antologías, revistas o en libros propios como Una chica de provincia (2007).
Selva Almada trabaja en un guion para una película y en la escritura de una nueva novela. Interrumpió la labor cotidiana en su casa del barrio de Flores y llegó hasta la redacción de Infobae para hablar de estos cuentos. En esta entrevista explica por qué no le interesan los escritores como personajes de ficción, cuenta cómo trabaja el habla de sus protagonistas y revela que al momento de sentarse a escribir no tiene una planificación de lo que hará.
—¿Cómo fue el reencuentro con sus textos para armar este libro?
—Fue un poco raro, habíamos hablado de esto con mi editora, Ana Laura Pérez, hace bastante. Estaba el proyecto de reeditar un libro de cuentos que es uno de mis primeros libros, Una chica de provincia, y además aprovechar para incluir textos que habían salido en antologías, en editoriales chicas o en revistas y que habían circulado bastante poco. Cuando llegó el momento de ponerse a trabajar en los textos, porque yo quería revisarlos, me costó sentarme y decir: "Basta, hay que volver a esos textos y leerlos". Me daba miedo que fueran un desastre o que no me gustaran nada. Por supuesto, Ana Laura me había dicho que estaban muy bien y que fuese tranquila y cuando volví, me di cuenta de que tenía razón y que me seguían gustando bastante, así que corregí cosas más gruesas y que me molestaban, pero también decidí no meterles mano al punto de reescribir todos los textos, porque me parecía un delirio y porque además tengo ganas de escribir otras cosas en vez de trabajar sobre historias que hice hace diez años. Corregí alguna cosa de adjetivación que era un poco espesa en esos inicios de escritura y alguna otra cosa que cuando leés te salta a la vista, pero traté de no meter tanta mano y empezar a recortar y corregir todo, porque también la idea era que se viera el tiempo y la evolución de una escritura: así escribía hace diez años y por ahí los lectores que va a tener este libro en gran medida serán nuevos de estos textos que no son nuevos.
—Hay una sola reescritura.
—Sí, en Una chica de provincia yo había escrito un relato en la primera edición que se llamó "La chica muerta", en donde contaba una de las historias que después retomo en Chicas muertas. Pero la contaba según lo que recordaba y después, cuando hice la investigación, me di cuenta de que recordaba bastante mal y, sobre todo, que era a partir de dichos y cosas que la gente decía y que no tenían nada que ver con lo que había ocurrido. A ese relato al principio lo iba a sacar de la edición y después me lo pidió el Ministerio de Cultura para un programa que se llama Libros y Casas. Entonces decidí reescribirlo porque, habiendo salido Chicas muertas, este texto está lleno de inexactitudes que no se corresponden con la investigación. Y lo incluí en este libro aclarando que era una reescritura. Acá el título es "La muerta en su cama".
"Me interesaba que quedara el registro de cómo era mi escritura en un comienzo"
—En este libro se recorre su camino en la escritura, porque los relatos arman una suerte de sendero del cual después salieron sus novelas. ¿Es así? ¿El orden de compilación tiene que ver con eso?
—No en cuanto al orden, sí en la intención de no reescribir y no recortar y que permanezcan bastante parecidos a como eran originalmente. Me interesaba que quedara el registro de cómo era mi escritura en un comienzo. Cuando publiqué Una chica de provincia, ya hacía unos cuantos años que escribía y había publicado algo, pero era una escritura todavía muy nueva. Quería que se pudiera dibujar un arco de cómo escribía, cómo fui escribiendo y derivé en la novela o en relatos más largos, como la crónica en Chicas muertas. Para los lectores a los que les interese, claro, porque hay lectores a los que no les interesa demasiado ese tipo de rastros, les interesa leer las historias y ya.
"Siempre he sido y votado a la izquierda; vengo de un mundo de obreros, no de intelectuales"
—Usted elige un lugar de narradora situado desde los sectores obreros, siempre su mirada parte de ahí. ¿Es sólo una decisión ideológica o además tiene que ver con la escritura o sus vivencias personales?
—Seguramente una postura ideológica, sí: siempre he sido y votado a la izquierda, pero también vengo de un mundo de obreros, no de intelectuales. Mis viejos, mis tíos, son todos tipos del trabajo, no del intelecto. Tiene que ver con ese mundo en el que me crié y que me interesa contar, pero también me pasa con las lecturas, me aburren mucho los relatos o las novelas que tienen como protagonista a un escritor o un teórico de arte. Son novelas que enseguida desecho. Me pasó con una de John Irving que fui con muchas ganas de leer y que es un novelón como de ochocientas páginas. En las primeras cien cuenta la infancia del protagonista de la novela que vivía con su padre viudo en los bosques de Canadá y cómo en esa infancia muy salvaje el padre tenía una amante que era una india y siempre le contaba una historia de cómo lo había atacado un oso. Un día el nene entra a la habitación del padre, porque escuchaba ruidos raros. Esta mujer tenía una larguísima cabellera negra y el nene ve un oso arriba de su padre tratando de devorárselo y la mata a la mujer con una plancha de hierro. Hasta ahí la historia es genial y al siguiente capítulo pasaron diez años y el flaco es un escritor. Ahí dije "no", y dejé la novela. No me interesa. ¡Un personaje que en la infancia mató a una mujer creyendo que era un oso que después no me cuente que es escritor!
—¿La juzga como una literatura autorreferencial?
—No me interesa, me interesa el mundo de los escritores desde el lugar de ciertas cosas de la cocina de la escritura: cómo escribió tal aquella novela, desde el lugar más biográfico, pero el escritor como personaje de una ficción no me resulta interesante.
—Usted tiene un trabajo especial con el lenguaje y en particular de los diversos modos de uso del lenguaje en los diferentes lugares del país. Por ejemplo, aquí hay una voz muy particular que es la de un personaje chaqueño que habla muy diferente a los otros. ¿Cómo es esa elaboración?
—Es algo que me di cuenta revisando los textos para esta edición. En aquel momento no lo incorporaba como una búsqueda muy consciente: cuando los personajes hablaban, lo hacían como yo recordaba que lo hacían en tal zona. En estos relatos hay más de Entre Ríos que de Chaco, porque tienen más que ver con mi infancia. Evidentemente, algo del color de la tonada y de toda esa cosa que me parece súper rica para un personaje, que es su voz y los matices que tiene, ya me interesaba de una manera un poco más inconsciente. Después, en Ladrilleros me propuse trabajarlo como un experimento, como un trabajo sobre el lenguaje de esos personajes, acá aparece de una manera más espontánea.
—Sí, pero es una voz disonante muy fuerte, al igual de la chica que cuenta la historia de Shakira en el relato "La camaradería en el deporte", que además tiene un habla más contemporánea que el de los personajes de los primeros cuentos.
—Es como una voz provinciana pero urbana, como de un provincialismo más urbano que el que suelo contar, que es más rural. Los relatos más viejos son "Chicas lindas" y "En familia", que se publicaron en 2007 y los escribí entre 2004 y 2007. Este que decís, "Intemec", lo veo como una especie de bisagra entre el cuento y la novela. Después de "Intemec", escribí El viento que arrasa, fue como un relato que escribí, me gustó y me lo planteé como el primero de una serie de relatos largos que transcurrieran en la ruta. El viento que arrasa iba a ser el segundo de esa serie, pero devino en una novela, por eso a "Intemec" lo tengo como una zona indefinida entre el cuento y la novela.
"El riesgo de empezar sin saber hacia dónde uno va es que muchos relatos quedan perdidos en un archivo de Word"
—Su literatura es muy sensorial: cuando uno lee, puede oler el pasto, padecer el calor, sentir el sol o la dureza de los cuerpos, de los vivos y de los muertos. ¿Así se lo propone?
—Me gustan las descripciones que no sean sólo visuales, sino que haya cierta espesura en la descripción de un ambiente que te permita sentir el olor del pasto, como decís. Cuando nos sentamos a escribir, estamos acostumbrados a narrar lo visual y nos olvidamos de los otros sentidos, que me parece que en un relato cuentan muchísimo, sobre todo en los que suelo escribir, que no son relatos donde pasa demasiado, donde todo está más en la observación y en la detención en ese momento singular en la vida de los personajes.
—De lo que cuenta deduzco que, cuando se sienta a escribir, no se plantea qué va a hacer.
—No, en general soy bastante improvisada, muy sobre la marcha. Excepto Ladrilleros, que sí sabía que iba a ser una novela y Chicas muertas, que sabía que era una crónica, después las cosas que empiezo, las empiezo y después veo para dónde van. También me ha pasado que muchos relatos quedan por la mitad, perdidos en algún archivo de Word. Ese es el riesgo de empezar sin saber hacia dónde uno va. A veces aparecen cosas buenísimas y a veces no aparece nada y ese comienzo que te parecía tan maravilloso se queda en dos o tres páginas que no van a ninguna parte.