A los 46 años, Karen Newman ocultaba su bulimia. Era una atleta premiada de triatlón, estaba casada y tenía tres hijos, y era nutricionista. Ese trastorno de alimentación, que en general viene acompañado de un sufrimiento agregado de gran vergüenza, la llevó una mañana de 2008 a desear la muerte. Era demasiada carga ya fingir que ella estaba bien, que podía con sus fantasmas, con la vida familiar y con el trabajo. Estaba en el baño de su casa, acababa de vomitar por octava vez en el día.
Tres semanas más tarde su universo se dio vuelta y quiso vivir. Y vivir bien, sin la tortura de la anorexia de su adolescencia o la bulimia de su adultez. Se debió a que escuchó apenas tres palabras, como se titula el libro que acaba de publicar (Just Three Words ) en el que relata su experiencia de tragedia y superación:
—Karen, es a href="https://www.infobae.com/" rel="noopener noreferrer" cáncer/a.
En su blog, la autora cuenta que por increíble que suene, el diagnóstico de a href="http://www.infobae.com/2015/12/10/1775783-los-tratamientos-rapidos-la-mejor-cura-el-cancer-mama" rel="noopener noreferrer" cáncer de mama/a en grado 3 no fue lo peor que le pasó en la vida, sino acaso lo contrario. "Fue lo que me salvó. Fue un llamado a la conciencia. Sabía que si no paraba, podría morir". Pero no de cáncer. De sus trastornos de alimentación, o de su reacción a ellos.
Escribió en el capítulo 1 de su libro, "In The Lion's Den" ("En el foso de los leones"):
"No estaba preparada. ¿Quién estaría preparado? Fue el martes 18 de marzo de 2008, veintiún días después del peor día de mi vida. La hora exacta, 4:53 de la tarde, quedó estampada en mi cabeza porque me pareció que el tiempo se detenía. Todo se veía con nitidez: el lirio a punto de florecer en su maceta en la mesada, las ramas del árbol que se movían suavemente por la brisa al otro lado de la ventana, la foto ligeramente descentrada en la pared, el polvo sobre la mesa negra. Estaba en una suerte de película en cámara lenta cuando escuché apenas tres palabras que penetraron mi mundo y cambiaron mi vida para siempre:
—Karen, es cáncer.
Mi mano comenzó a temblar incontrolablemente. Me quedé mirando fijo mis dedos alrededor del teléfono, como si pertenecieran a otra persona. Los instintos de supervivencia se activaron y pregunté con calma:
—¿Seguro?
La respuesta:
—Las cinco muestras tienen cáncer".
El diagnóstico de cáncer de mama en grado 3 no fue lo peor que le pasó en la vida, sino acaso lo contrario
Una enfermedad que causa vergüenza
El shock le trajo una sucesión de imágenes felices: momentos con sus hijos Stetson, Chase y Trent; el primer beso con quien sería su marido, Peter; el abrazo de su madre, la mirada de su padre. Pero cuando se filtraron los recuerdos de la adolescencia aparecieron las sombras: "La forma en que el fantasma de la muerte me amenazaba cuando me miraba en el espejo; las mentiras que me acostumbré a decir; el velo de la vergüenza bajo el cual me acostumbré a vivir; las maneras desesperadas en las que trataba de cubrir mis insuficiencias y a la vez de simular que no las tenía".
Porque, en realidad, los desórdenes psíquicos y físicos de la anorexia habían atravesado esos años, y le habían dejado cicatrices. La más notable de las cuales era una continuación de lo que Newman describe en Just Three Words como "una voz en mi cabeza" o "la voz de la muerte"; también la llamaba "el Supervisor", "el Amo", "el Mentiroso", "el Impostor". Esa voz que representaba a sus demonios interiores le decía: "¿Cómo puede caber tanto en tu estómago?", "Eres gorda", "Tendrías que ser mejor", "Eres despreciable", "Estarías mejor muerta".
Este sufrimiento psicológico a los quince años la mantuvo en un peso de riesgo, 74 libras (casi 34 kilos), y en la vida adulta —con excepción de los periodos de sus embarazos— la encerró en el secreto de que comía —en ocasiones, atracones mientras todos dormían en su casa— y a escondidas vomitaba. "Me odiaba tanto", anotó en el blog que es el antecedente de este libro.
Cuando comenzó la carrera de nutrición en la Universidad de Vermont asistió también a una clínica para personas —en su enorme mayoría son mujeres— con trastornos de alimentación. Allí conoció a Peter, su esposo. Se volvió religiosa como en la infancia. Sintió que su vida estaba tranquila y plena, pero observó que muchas de sus compañeras de curso recurrían a prácticas de bulimia para mantener su peso. "Y así volví a invitar al demonio a mi vida".
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