Hace 35 años China dejó en desuso el concepto de hermanos, que dadas las relaciones familiares jerárquicas de esa cultura se expresaban en palabras capaces de distinguir hermana mayor (jiejie), hermana menor (meimei), hermano mayor (gege) y hermano menor (didi).
"En plena Guerra Fría, los ingenieros espaciales de China crearon un plan ambicioso que nada tenía que ver con misiles, exploración del espacio o armas de cualquier clase. Tenía que ver con los bebés", escribió Mei Fong, periodista ganadora del Premio Pulitzer y autora de One Child: The Story of China's Most Radical Experiment (Un hijo: la historia del experimento más extremo de China), una descripción de las vastas consecuencias indeseadas del ensayo de manipulación social que implicó limitar la descendencia a un hijo.
"El 25 de septiembre de 1980, el Partido Comunista Chino reveló este plan por medio de una carta abierta que pedía a sus miembros que voluntariamente limitaran el tamaño de sus familias a un hijo", sigue el texto. "El pedido era, en verdad, una orden". Así comenzó una política que terminó el 29 de octubre de 2015, cuando se permitió un segundo hijo, pero que estableció el modo —que todavía persiste— en que "nacen, viven y mueren una de cada seis personas de este mundo", como lo expresó la autora.
Fong aseguró que el experimento fue innecesario en todos los planos: incluido el central, al que apuntaba. Una década entera antes de la política de un hijo, China había realizado una campaña masiva para reducir la natalidad y el impacto de la pobreza: con el eslogan Wan-Xi-Shao ("Más tarde, más espaciados, menos") se redujo el promedio de hijos de seis a tres en pocos años. "Muchos demógrafos creen que este patrón de fertilidad decreciente habría continuado", agregó. Una prueba indirecta es que así sucedió en otras naciones asiáticas vecinas. "En el aproximadamente el mismo tiempo en que se mantuvo la política de un hijo en China, las tasas de natalidad en Corea del Sur, Taiwán, Singapur y Tailandia también se desplomaron, de seis nacimientos por mujer a dos o menos".
Es el camino habitual que han recorrido las naciones al crecer y mejorar la educación y la salud pública. Actualmente más del 20% de la población de Japón tiene más de 65 años debido a su baja tasa de natalidad, sin que hubiera normativa alguna.
¿Cómo es posible que los demógrafos, los sociólogos y los economistas fueran dejados de lado en una decisión de esa naturaleza? La Revolución Cultural había desprestigiado a las ciencias sociales; sólo los militares y los científicos asociados quedaron al margen de las purgas. Con gran experiencia en cohetes y gran ignorancia en dinámica de las poblaciones, el experto en misiles Song Jian y su equipo juzgaron que las tasas de fertilidad se podían manipular a gusto. A tal punto eso no es posible que hoy Singapur estimula la inmigración para mantener su fuerza de trabajo, ya que los estímulos a la natalidad no funcionan.
Una normativa "despiadada"
Fong comparó esa política con una dieta relámpago: comenzó por razones atendibles pero causó consecuencias indeseadas. "El liderazgo de China argumentó que la política era un paso necesario en sus esfuerzos hercúleos para sacar de la pobreza más abyecta a una población del tamaño de la de los Estados Unidos".
Es cierto que las tasas de mortalidad infantil descendieron, que los hijos de los campesinos pudieron llegar por primera vez a la universidad y que no se repitieron hambrunas devastadoras como la de la década de 1950. Sin embargo, en esa dieta relámpago para obtener resultados con rapidez "se causó una serie de efectos secundarios negativos".
Sólo en 1983, China esterilizó a más de 20 millones de personas
Entre ellos, los más conocidos y repudiados. Esterilizaciones: sólo en 1983, China esterilizó a más de 20 millones de personas, y hasta el año 2010 hay registros de campañas de esterilización masiva —con prácticas de presión: detener a los familiares para forzar el consentimiento— como la que alcanzó a 10.000 individuos en Puning City. Y abortos forzados, que en ocasiones resultaron indiscriminados: "En algunas partes del país, las mujeres que no tenían permisos de parto iban esposadas a que les hicieran abortos obligados".
El caso más famoso quizá sea el de Feng Jianmei, una obrera embarazada de siete meses. Las autoridades del condado de Zhenping, en la provincia de Shaanxi, les impusieron una multa de 40.000 yuanes por tratarse de un segundo hijo. Como la pareja no pudo pagar, la mujer fue detenida, obligada a firmar una autorización de aborto e inyectada con una medicación por la fuerza. Las fotos de ella y el feto muerto a su lado —que tomó su cuñada sin que los custodios la vieran— se viralizaron; el escándalo fue tal que hasta las autoridades nacionales dijeron que revisarían ese aspecto de la política de un hijo.
Algunas veces la aplicación de la normativa resultó despiadada, calificó Fong, "bordeando lo inhumano, y alentó una cantidad de consecuencias siniestras, desde un desequilibrio de géneros potencialmente explosivo a lo que es, básicamente, un mercado negro para niños en adopción".
Y una fuente de trabajo estatal: la maquinaria que sustentó la política de un hijo —y ahora sostiene la de dos hijos— tiene 85 millones de empleados de medio tiempo y medio millón de empleados de tiempo completo en la Comisión de Población Nacional y Planificación Familiar. "Otras organizaciones estatales, como las fuerzas armadas y la policía, tienen sus propias unidades de planificación familiar, y también las empresas propiedad del Estado", agregó Fong. "El control de la natalidad es tan inherente al gobierno común, sus contribuciones de ganancias son tan necesarias, que desenrollar la madeja resulta un desafío".
El boom, sin relación con la política de un hijo
Fong se concentró en un dato más llamativo: el crecimiento económico de China, tan celebrado en el mundo, corre riesgo por esa política que creó una población demasiado vieja, con demasiados varones y —en comparación con la cantidad de retirados— pocos jóvenes para generar la riqueza suficiente para mantener a esos ancianos. "Hacia 2050 una de cada cuatro personas en China tendrá más de 65 años. Y la política de un hijo ha reducido de manera enorme la población trabajadora que debe sostener y auxiliar a ese ejército envejecido", escribió la ex corresponsal en Beijing del diario financiero Wall Street Journal.
Uno de los errores más frecuentes al hablar del crecimiento económico chino, argumentó Fong, es que se lo vincula a esa planificación poblacional. Pero la razón detrás de ese boom ha sido más población, no menos. "El ascenso del país como una potencia de la manufactura no podría haber sucedido sin la mano de obra abundante y barata de los trabajadores nacidos en la explosión de la natalidad de las décadas de 1960 y 1970, antes de que se concibiera la política de un hijo".
Si bien —reconoció Fong— una tasa menor de nacimientos permitió una mayor eficacia en la inversión en capital humano, muchos economistas han sostenido que el rápido ascenso económico chino se debe más a las acciones de Beijing para estimular la inversión extranjera y el emprendimiento privado que a un límite en la cantidad de bebés. "Privatizar las empresas más torpemente administradas por el Estado, por ejemplo, provocó el crecimiento del sector privado, que llegó al 70% del producto bruto interno de China en 2005", señaló.
En este punto, un elemento llamativo del libro es que termina con la creencia de que la política de un hijo fue otro acto autoritario de Mao Tse-Tung. En realidad, fue consecuencia de la política de Deng Xiaoping, dirigente de China desde 1978, por la cual se propuso la cuadriplicación del PBI para el año 2000. Para hacerlo no bastaba con aumentar la productividad: era necesario reducir la unidad de medida. Así se decidió "ajustar la tasa de fertilidad promedio de las mujeres de modo anticipado".
Un éxito que ahora se lamenta
Si alguna vez se observaron estímulos a la mano de obra, se lo vio como algo coyuntural. "¿Cómo podría alguien quedarse sin trabajadores en China?", parodió Fong. Sin embargo, la contracción de la masa de trabajadores ha sucedido, y antes de lo que se esperaba. "La política de un hijo aceleró de un modo brusco la caída en la fertilidad. La fuerza gigantesca de 800 millones de trabajadores de China —más que la población de Europa— comenzó a contraerse en 2012 y continuará haciéndolo en los años por venir, lo cual subirá los salarios y contribuirá a las presiones de inflación en el mundo".
Es posible que esas consecuencias perduren. Dos años antes de que en 2015 China cambiara oficialmente su política por una de dos hijos —"muy poco, muy tarde", opinó Fong— el Estado había flexibilizado sus normas y ofrecido la opción de tener un segundo hijo a parejas que cumplieran con determinados requisitos. Pero sólo el 10% de las parejas elegibles se presentaron para ser aprobadas, muy por debajo de las expectativas oficiales.
"Muchos dicen que simplemente es muy caro y muy estresante criar una descendencia múltiple en la China moderna", escribió la autora de One Child. En su transformación del socialismo al capitalismo de intervención estatal, los costos de la escuela y la salud son relativamente altos; además hay problemas como la contaminación de la leche en polvo o el plomo en los juguetes, todo lo cual se esquiva con dinero. "En ese sentido, se puede juzgar que la política de un hijo fue un éxito, pues muchos chinos han internalizado profundamente la mentalidad de que la casa con un niño es la ideal".
Fong documentó que en la localidad de Huangjiapu, por ejemplo, sólo una familia ha tenido tres hijos desde 1985: una pareja medianamente rica, propietaria de un negocio de autopartes.
Tragedias asociadas
Fong se acercó a la idea del libro para analizar las causas que llevaron a la política de un hijo y al amplio espectro de efectos que ha tenido en las vidas de las personas comunes. "Porque aunque China logró titulares internacionales al cambiar a una política perentoria de dos hijos, los efectos secundarios de la política de un hijo perdurarán por varias décadas; muchos todavía pagan el precio".
Buscó historias de vida para contar esas consecuencias. Viajó a los "pueblos de solteros", aldeas rurales como Nueva Paz, donde no hay mujeres en edad de casarse y las familias "compran esposas de otras provincias para sus hijos". Habló con una ex oficial superior encargada de autorizar 1.500 abortos forzados y con una líder barrial que ganaba 60 dólares anuales extra por llevar el control de los hábitos de contracepción y reproducción de diez casas. Escuchó a mujeres esterilizadas por la fuerza luego de haber tenido un segundo niño (algunas de las cuales no querían tener un tercero, pero no importó su palabra). Averiguó que los padres de los segundos niños que fueron penalizados enfrentaron multas que representaban entre cinco y diez veces sus ingresos anuales (y aquellos muy pobres para pagar debían permitir el embargo de televisores, bicicletas y lavadoras de sus casas).
Habló con una ex oficial superior encargada de autorizar 1.500 abortos forzados y con una líder barrial que ganaba 60 dólares anuales extra por llevar el control de los hábitos de contracepción y reproducción de diez casas
También descubrió que en el país del control de la natalidad, la industria de la fertilización in vitro se convirtió en un negocio tan pujante como el de las muñecas sexuales. "La política de un hijo distorsionó el modo en que la gente usa las tecnologías reproductivas en China. Porque los embarazos de más de un embrión están eximidos de las multas, todo el mundo comenzó a querer mellizos". Ella recogió testimonios en la clínica de Beijing donde se sometió a un tratamiento —sus mellizos nacieron, al terminar la investigación y regresar a su casa, en California— y entrevistó a estadounidenses que adoptaron niños en China y a chinos que tuvieron hijos mediante madres sustitutas estadounidenses, y luego los llevan a China donde están protegidos por su pasaporte extranjero.
Pero sobre todo escuchó, y no pudo olvidar, el grito de la madre de una niña única cuando le confirmaron que estaba entre los muertos por el terremoto que devastó la provincia de Sichuan en 2008. Ese fue, dijo, el estímulo que dio origen a One Child.
"Unas 8.000 familias perdieron a sus hijos únicos en el desastre", escribió; en el epicentro, "se dice que el terremoto eliminó a una generación entera". Los niños estaban en su mayoría en las escuelas, edificios de construcción muy barata. Ante la inminencia de los Juegos Olímpicos, que debían presentar el presente brillante y el futuro glorioso de la gran potencia, se prohibió que la prensa cubriera los entierros y las manifestaciones de duelo.
La industria de la fertilización in vitro se convirtió en un negocio tan pujante como el de las muñecas sexuales.
Desequilibrios: muchos varones y muchos ancianos
La autora es hija de chinos que emigraron a Malasia, donde tuvieron cinco hijas en la búsqueda del varón: su padre, universitario, nunca perdió el prejuicio —ni dejó de comentarlo ante ella y sus hermanas— de que las hijas eran cargas, no ventajas.
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Esa mentalidad, y la forma de vida en un país tan regulado, crearon dos fenómenos: el aborto de fetos femeninos y la búsqueda de una trampa a partir de las excepciones. Por ejemplo, discapacitados y tibetanos, pescadores y mineros podían solicitar permiso para un segundo hijo, y eso generó un mercado de falsos matrimonios con esas personas. También era posible pagar una multa, que podía variar "entre lo insignificante y lo exorbitante, y dependía de a quién conocía uno y dónde vivía" (no era igual el campo que la ciudad).
La relación entre padres e hijos ha sido de enorme importancia históricamente. Los hijos —en particular los varones— son necesarios para la realización de rituales ancestrales. Eso generó una práctica de abortos de fetos femeninos: si las parejas podían tener un solo hijo, debía ser varón.
Uno de los administrativos que realizó tareas de vigilancia de la política de un hijo le contó a la autora la historia de una mujer que tuvo un segundo embarazo, se escondió en una aldea vecina y cuando siete funcionarios la rodearon en el medio de la noche escapó y corrió hasta que no pudo más y se metió en un lago, con el agua hasta el cuello, y se echó a llorar mientras decía: "Necesito tener este bebé. No tengo paz, no tendré paz hasta que tenga un varón. Mi marido y mi suegra nunca me tratarán bien hasta que tenga un varón".
El otro gran problema de la política es que creó una población envejecida
El otro gran problema de la política es que creó una población envejecida. Las proyecciones actuales estiman que a mitad del siglo XXI el 34% de la población de China tendrá más de 60 años.
"En los próximos quince años, si uno arroja una piedra en cualquier lugar fuera de Beijing o Shanghai, en términos estadísticos, probablemente le dará a alguien mayor de 60 años". Demasiado pronto habrá más retirados chinos que europeos y la velocidad de ese cambio podrá una presión excesiva en el sistema de salud y pensiones de China, que dista de ser un modelo. "Según una investigación de Deutsche Bank, hacia 2050 el déficil de los fondos de pensiones podría llegar a 7.500 millones de dólares, o el equivalente al 83% del PBI de China en 2011". Con un solo hijo por dos pensionados, ¿cómo se construirá la fuerza de trabajo que pueda sostener a los ancianos? Y cuidar de ellos.
La crisis ya se ha desatado, explicó Fong: con una red social insuficiente y poca o nula ayuda familiar, casi la cuarta parte de los 185 millones de retirados chinos vive hoy con menos de un dólar por día. Y aquellos padres que perdieron a sus hijos únicos —un millón de personas, se estima— ni siquiera son aceptados en los hospicios "porque no tienen prole que autorice los tratamientos o asuma la garantía de los pagos".