Historia de la barba: un largo y "tupido" recorrido

Basta pasear por las calles para notar que este accesorio de seducción masculina está de regreso. Capricho de la moda y nueva etapa del camino que va del "mono desnudo" al look actual

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Aunque el Homo Erectus, hace 2,5 millones de años, estaba protegido por un pelaje particularmente denso, ése ya no fue el caso del Homo Sapiens.

Este "mono desnudo" (Desmond Morris) habría perdido la mayor parte de su pelambre al exponerse al calor de la sabana, para ayudar a la piel a respirar... Ese despojo le habría permitido también echar a los parásitos, numerosos en las regiones tropicales, y atraer y seducir a las hembras.

El proceso habría continuado con su emigración hacia cielos más septentrionales, donde su piel habría experimentado la necesidad de captar mejor los rayos ultravioletas. [...]

Dime cuánto pelo tienes...

El pelo alimentó muchas tesis más o menos racistas cuando los exploradores y científicos se percataron de que los grupos humanos eran más o menos velludos.

El descubrimiento de América y de sus habitantes imberbes, en especial, los sumergió en una gran perplejidad. He aquí la explicación de Georges Buffon, en el siglo XVIII: "El salvaje es débil y pequeño [...]; no tiene vello, ni barba, ni el menor ardor por su hembra". El escaso poblamiento de América se debería de acuerdo a esta "teoría" a la ausencia de vello, revelador de un desfalleciente vigor sexual...

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Un siglo después, Charles Darwin formula la hipótesis de una regresión a un estadio inferior: "... no hay que suponer que las razas más velludas, como las europeas, han conservado su condición primordial de modo más completo que las razas desnudas, como los Kalmuks o los americanos. Es más probable que la pilosidad de los primeros se deba a un retorno parcial [...] Hemos visto que los idiotas son con frecuencia muy velludos y tienen tendencia a retrogradarse (...) a un tipo de animal inferior" (La filiación del hombre y la selección ligada al sexo, 1877).

Hoy apelamos a una mezcla de genética y de clima para explicar las diferencias de pilosidad a través del mundo. Una mayor homogeneidad al respecto, ¿habría cambiado la historia? La pregunta vale cuando, como explica Montaigne en Ensayos (1580), los habitantes del Nuevo Mundo se aterrorizaron "al ver llegar inesperadamente gente barbuda, diferente de ellos por lengua, religión, aspecto exterior y comportamiento".

Barbas, bucles y escobillas

Algo es seguro: [el pelo comienza a] recordar el animal en nosotros, que hay que domesticar a fuerza de trenzas y a golpe de navaja de afeitar.

En Babilonia, el rey debe estar puro en el momento de su coronación, es decir, perfectamente imberbe: incluso la palabra "afeitado" es usada para indicar su consagración como soberano. Este ejemplo recuerda la fobia hacia el pelo en el mundo sacerdotal, aún vigente en ciertas religiones, en especial en el Asia budista.

Entre los nobles, la barba oficia de tarjeta de presentación: acicalada durante horas, se distribuye en múltiples bucles sobre una gran parte del rostro y puede descender hasta la mitad del pecho en sabios lazos.

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Los asirios seguirán esta moda prestando una particular atención al bigote, que no dudan en coleccionar como trofeos de guerra [...] ¿Acaso no se trata de símbolos de virilidad y de fuerza?

Los pelos entran en la religión

"No haréis tonsura en vuestras cabezas ni dañareis la punta de vuestra barba" (Levítico 19,27). Los hebreos apreciaban su barba al punto de confiarle su honor. Es por ello que el rey David, a cuyos emisarios el rey de los Amonitas les cortó la barba por la mitad temiendo que fuesen espías, se negó a recibirlos hasta que sus pelos hubieran vuelto a crecer.

Es difícil saber con precisión cuál era la moda en la época por ausencia de representación iconográfica del hombre, prohibida en los textos. Sabemos en cambio a qué se parecía Dios. ¿Acaso el hombre no fue creado a su imagen y semejanza? Barbudo pues... tal como será representado Cristo. [...]

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Un poco más tarde, en tierras del Islam, el profeta Mahoma también la adopta, alentando en un hadith (comunicación oral) a sus fieles a hacer lo mismo. [...]

Hoy en día, la barba es vista por muchos occidentales como uno de los primeros signos de la pertenencia al islam radicalizado, al punto de haber dado nacimiento al mote de "barbudos" para designar a los extremistas musulmanes.

Maldito sea el pelo

Egipto, célebre por su refinamiento, no podía más que hacerle la guerra al pelo.

La prioridad es dada a las pieles perfectamente netas. Ni rastro de un reflejo de bigote en las representaciones. Sin embargo, los antiguos egipcios habían comprendido la carga simbólica de la barba puesto que le imponían su uso a los faraones como el caso del inmortal Tutankamón, pero se trataba sólo de postizos... [...]

Del otro lado del Mediterráneo, en Grecia, el pelo recupera algo de su lustre bajo la forma de bellas barbas bien viriles que van a adornar las mejillas de dioses y héroes como Ulises.

¿No se dice acaso que los guerreros de Esparta cortaban la mitad del bigote de sus hombres acusados de cobardía?

Los filósofos no se quedan atrás: "Cuanto más enmarañado es el mentón, mayor es la sabiduría", habría podido decir Sócrates, apodado "el maestro peludo".

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Alejandro el Grande, lampiño pero astuto, se dio cuenta un día de que el enemigo no dudaba en colgarse de las barbas de sus soldados para inmovilizarlos mejor. Ordenó de inmediato a toda la tropa pasar por el barbero antes del choque en la planicie de Gaugamela contra Darío. ¡Victoria!

En Roma, la primera pasada de la navaja se convirtió en la ceremonia solemne de la entrada a la edad adulta. Luego, las costumbres no cesaron de variar: los intelectuales, o los que querían pasar por tales, siguieron apegados a la pilosidad al punto que Plutarco debió recordar que "la barba no hace al filósofo" (...)

"He agregado esta enorme barba para castigar a la naturaleza por no haberme hecho más lindo" (Juliano)

Hubo que esperar al emperador Adriano, en el siglo II, para ver reaparecer bellas barbas con fines de disimulo: el emperador deseaba en efecto cubrir con un velo eficaz cicatrices o manchas que lo desfiguraban. Sus descendientes siguieron su ejemplo, como Juliano el apóstata (331-363) apodado Capella (cabra) durante su estadía en la imberbe Antioquía. Para vengarse, redactó una sátira titulada Misopogon (El enemigo de la barba), a modo de autorretrato: "Empecemos por el rostro. La naturaleza, debo admitir, no me lo había dado ni demasiado bello, ni agradable, ni seductor, y yo, con un humor salvaje y caprichoso, le he agregado esta enorme barba, para castigar a la naturaleza por no haberme hecho más lindo. Dejo correr por allí a los piojos, como bestias en una selva: no tengo libertad para comer ávidamente ni beber con la boca bien abierta: es necesario que tenga cuidado de no tragar, sin querer, mis pelos con mi pan".

La barba bárbara

Lo sabe todo el mundo: Vercingétorix y Astérix lucían espléndidos bigotes, que se convirtieron desde el siglo XIX en un elemento principal de la imagen de los Galos como pueblo a la vez salvaje y orgulloso.

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¡Qué lindo contraste con las mejillas satinadas de los romanos supuestamente afeminados de la época de la decadencia! La barba volvió a ser ese símbolo de virilidad que viene de su etimología (de bar, "hombre" en celta).

Los francos y sus vecinos lombardos ("largas barbas") le dan incluso una función sagrada, prohibiendo tirar de la del vecino bajo pena de inmediata sanción.

Más tarde, Carlomagno aceptó de buen grado dejarse crecer algunos pelos en el mentón para agradar al Papa. El trono bien vale una barba. Pero apenas regreso a Francia con la corona en la cabeza, sacrificó el ornamento [...]. Desaparecido Carlomagno, fue el bigote el que tomó la delantera, con excepción del ambiente eclesiástico, casi definitivamente hostil a esta marca de impureza.

La guerra de los pelos

[...] A pesar de los esfuerzos de los cruzados, que consideraban esta moda oriental muy apropiada, toda pilosidad quedó vedada hasta el reino del muy coqueto Francisco I, más precisamente, hasta la Epifanía de 1521. Ese día, el rey, herido por un compañero de juego y obligado a afeitarse la cabeza, decidió dejar crecer sobre el mentón lo que había perdido en el cráneo. [...]El episodio llegó en un buen momento en este Renacimiento en el cual triunfa la apariencia [...].

La costumbre continúa todavía por unos años con la pasión poco común del buen Enrique IV y de sus contemporáneos por este ornamento que hace a su orgullo. [...] En 1793, cuando la tumba de Enrique IV fue profanada en la Basílica de Saint-Denis, un revolucionario admirado cortó algunos mechones del histórico bigote, proclamando: "Cuando se tiene un bigote como éste se debe ser invencible".

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Su hijo y sucesor Luis XIII no acordaba importancia al parecer a este signo de distinción que va a desterrar de su reino en detrimento de sus súbditos. [...] Esa masacre, de la que se libró la famosa chiva del cardenal de Richelieu y la de sus mosqueteros, acarrea la creación del cuerpo de barberos.

Estos no cesaron de perfeccionar el corte, al punto de acabar creando bigotes finos "como una sombra" (Le Bernin) a imagen y semejanza de los famosos "reales" adoptados por Luis XIV, que no duda en encerarlos todas las mañanas durante treinta años. [...]

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Frente al triunfo de la peluca durante el Gran Siglo, la barba desaparece, seguramente para evitar un look recargado.

Los reyes la abandonan: ni Luis XV, ni Luis XVI necesitan esta herramienta de seducción, el primero multiplicaba sus conquistas sin su ayuda y el segundo no buscaba conquistar.

Los bigotes se repliegan al Ejército, al punto de que la palabra se vuelve sinónimo de soldado.

Al otro extremo del mundo, el pirata Barba-Negra siembra el terror iluminando su barba mugrienta con mechas de azufre. [...]

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Basta con transportarse a un campo de batalla napoleónico para darse cuenta de que, aunque al "cabito" no le gustaban para nada los sistemas pilosos demasiado expandidos, era menos estricto con la apariencia de sus fieles gruñones.

No es el caso de Luis XVIII quien, restaurando la vieja moda monárquica, hizo pasar a toda la Corte por la barbería.

Pero la revuelta resuena... De un lado, los excéntricos estilo dandy de la Inglaterra de los años 1830. Por el otro, algunos jóvenes barbudos románticos que expresan su rechazo a la sociedad bien pensante con una apariencia de selva virgen.

Cuanto más avanza el siglo, más originalidad surge bajo la nariz y en el mentón. [...]

El escritor Théophile Gautier, fino observador de las modas, percibe la evolución del fenómeno: "[En 1830 veíamos] bigotes civiles, e incluso algunos firuletes a lo Jules Mazarin. [El mismo año, en la première de Hernani, de Víctor Hugo] algunos portaban finos bigotes, y otros barbas enteras, y eso le sentaba tan bien sus cabezas espirituales, intrépidas y orgullosas que a los maestros del Renacimiento les habría gustado tenerlos por modelos. [Cuatro años después, notamos] caras extrañas y feroces, bigotes en forma de gancho, barbas puntiagudas, cabellos merovingios o cortados a cepillo".

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La guerra de las barbillas encuentra su salida con Napoleón III, dotado de uno de los bigotes más lindos de Europa.

"[...] La barba fue declarada fea, sucia, inmunda, infecta, repugnante, ridícula, antinacional, judía, horrorosa, abominable, odiosa, y, lo que es el último grado de la injuria, ¡romántica! Fueron evocadas todas las enfermedades del cuero cabelludo, la plica polaca [cabello apelmazado], la lepra de los hebreos, la sicosis de la barba [eruptiva] de los romanos. Se dijo que, con la barba, la variedad de fisonomías humanas se borraría, que todos los rostros se parecerían, que no habría más que cuatro cabezas de hombre, una morocha, una rubia, una gris y una roja (...). Se dijo que nunca un hombre realmente hermoso recurriría al expediente de esconder la mitad de su cara, y que sólo las cabezas realmente bellas eran las que podían privarse de barba. Se dijo que jamás uno de esos dueños del mundo de perfil romano, de frente coronada de laureles, de ojos profundos, mejillas imperiales, habría pensado en ocultar su mentón saliente, severo, pensativo y bello, y que todos los césares, desde Julio César a Napoleón, se afeitaban (...). Quince años han trascurrido. Y sucedió lo que siempre sucede con las victorias de la escuela clásica; hoy, todo el mundo en Francia porta barba". (Víctor Hugo, Correspondencia, 1845)

Es el mentor del romanticismo quien devolverá a la barba su antigua función... Partido al exilio imberbe, Víctor Hugo regresa provisto de una bella barba que habría adoptado para evitar las feas anginas británicas. [...]

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En todo caso, su "barba republicana" le da un "rostro de león" que va a contribuir a su leyenda de hombre sabio. Los abuelos de aquella época siguen la moda, dejando a los jóvenes la tarea de domesticar el bigote que, se cree, vuelve irresistible a su meticuloso propietario... [...]

Los mostachos se alargan pues, se adornan, se asocian a las patillas para lograr mayor efecto. Todo el mundo se interroga acerca del largo ideal, de la inclinación perfecta. El asunto es serio, puesto que los mismísimos ministerios deliberan sobre la conveniencia de que militares y gendarmes se equipen de este nuevo elemento del uniforme.

El pelo se vuelve político: a los obreros el bigote, a los burgueses la barba bien ataviada y a los contestatarios la barba mal desenredada.

¿Hay algo más terrorífico que un rostro que desaparece bajo el pelo? Marx y Engels no asustan a la buena sociedad solamente a causa de sus ideas... La moda "patriarca" está muy presente en Rusia desde donde dona a la historia de la literatura hermosos retratos, con León Tolstoi como gran ganador de la barba más linda.

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Barba versus bigote

"... un hombre sin bigote no es más un hombre. No me gusta mucho la barba; da casi siempre un aspecto descuidado, pero el bigote, oh... el bigote, es indispensable para una fisonomía viril. [...] El hombre barbudo, verdaderamente barbudo, el que lleva todo su vello sobre las mejillas nunca tiene fineza en el rostro, porque los rasgos están ocultos. Y la forma de la mandíbula y del mentón dice muchas cosas, a quien sabe ver. El hombre con bigotes conserva su apariencia y su fineza al mismo tiempo. [...] Además, lo que adoro antes que nada del bigote es que es francés, bien francés. Y nos viene de nuestros padres, los galos, y ha permanecido como el signo de nuestro carácter nacional. Es presuntuoso, galante y bravo. Se moja gentilmente con el vino y sabe reír con elegancia, mientras que las amplias mandíbulas barbudas son pesadas en todo lo que hacen. [...] ¡Viva el bigote!" (Guy de Maupassant, El bigote, 1883)

La Belle Époque, en la transición al siglo XX, ve multiplicarse los combates de diversas profesiones por alcanzar el máximo reconocimiento: el uso de bigote.

Después de los gendarmes en 1841 y los abogados en 1844, llega en 1907 el turno de los garçons (camareros) de café de reclamar ese honor. No quieren ser asimilados a los empleados domésticos, reconocibles por sus mejillas lampiñas. Se ponen en huelga. Rápidamente obtendrán el derecho de dejarse crecer el bigote, antes de hundirse en el barro de las trincheras...

[...] El Estado Mayor, después de los ataques con gas de 1915, obliga a la tropa a afeitarse para facilitar la colocación de la máscara de gas [...]

En busca del sentido del pelo

En los años 20, la barba es menos apreciada. [...] El bigote, en cambio, siempre símbolo de virilidad, resiste bien. Siguiendo el ejemplo del "Padre de la Victoria", Georges Clemenceau, los militares siguen apegados a este accesorio de prestigio y de autoridad heredado del siglo anterior.

En Hollywood, se vuelve glamoroso en los rostros de Errol Flynn y Clark Gable, mientras que los actores cómicos Charles Chaplin y Oliver Hardy prefieren el estilo "cepillo de dientes".

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Pero es en Europa donde esta zweifinger (dos dedos) se vuelve tristemente célebre con la llegada de Adolfo Hitler, que rechaza las enormes bigotes a lo Guillermo II, símbolos de una época terminada.

La posguerra está marcada por la guerra fría al pelo: en el Este, se sigue la moda obrera del bigote a lo Stalin, mientras que el Oeste prefiere el rostro juvenil y lampiño de Kennedy.

[Pero] será a golpe de barbas salvajes y largos cabellos que los hippies de la época van a mostrar su hostilidad a la política del joven presidente y su voluntad de dejar que la naturaleza ejerza sus derechos.

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Como en la alegre época romántica, el pelo se vuelve subversivo, tanto sobre las mejillas de los barbudos cubanos como en los bikers (motoqueros) norteamericanos.

El bigote se vuelve igualmente inseparable de algunos artistas que lo usan para esconder su timidez (Georges Brassens) o, al revés, para hacerse notar (Salvador Dali).

Hacia fines de siglo, la higiene a full marca el triunfo de la afeitadora, forzosamente asociada a una nueva forma de contestación con el falso estilo negligé de la "barba de 3 días" a lo Serge Gaingsbourg.

Hoy, el hombre que quiere mostrarse a la moda y que sabe cuidarse se precipita a la peluquería. Cohabitan la barba plena de los abuelos con la chiva de los más jóvenes que no temen más ser mal vistos en su ambiente profesional. Barbita a lo Van Dick, ancla, mosca o chivo...

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Artículo publicado originalmente en la revista Herodote

Traducción: Claudia Peiró para Infobae