Que el llanto es la manera en que los bebés se comunican con el mundo y, sobre todo, con su mamá, es sabido. Que nacen con un sentido del gusto desarrollado, por lo general también. Sin embargo, hay otras cualidades de los más pequeños que no son tan conocidas y que resultan sorprendentes ya sea por su similitud con los adultos o por sus grandes diferencias.
La revista estadounidense Reader´s Digest planteó algunos de esos datos curiosos.
Si bien los recién nacidos lloran varias veces en el día, su llanto no produce lágrimas hasta las doce semanas de vida. Eso tiene que ver con que aún no cuentan con conductos lagrimales. Lo que sí pueden producir antes de ese momento son las llamadas "lágrimas basales", es decir, la secreción no emocional que el organismo produce en forma permanente para mantener los ojos húmedos.
Como puede observarse mediante rayos X, los bebés nacen sin rótula. La explicación se encuentra en que todos los huesos comienzan como cartílagos que se endurecen u osifican con el correr del tiempo. La rótula, por su parte, es uno de los que más tardan en conformarse como hueso; el proceso puede llevar entre tres y cinco años. Pero como reza el dicho popular, "el cuerpo es sabio". Esa falta de rótulas le permite al bebé conservar durante los primeros años de vida un tejido esponjoso que lo protege de caídas y funciona como un "colchón" durante los meses en que comienza a gatear.
Pero así como al principio no desarrollan las rótulas, los bebés tienen más huesos que los adultos: alrededor de 300 en comparación con los 206 de los mayores. Esa diferencia tiene que ver con que los huesos más pequeños de los bebés luego se fusionan y osifican para dar lugar a huesos de mayor tamaño. El cráneo constituye uno de los ejemplos más ilustrativos. Al nacer, los niños tienen varios huesos separados que se unen hacia los dos años en un mismo hueso grande.
Increíblemente, a partir de su cuarto o quinto mes dentro de la panza, el bebé es capaz de degustar distintos sabores. El líquido amniótico adquiere parte del gusto de lo que come la madre y el feto logra percibirlo. Por eso, hay que tener en cuenta que la alimentación que lleve a cabo su mamá influirá en el desarrollo del paladar de su futuro hijo. Cuanto más variado y saludable sea lo que consuma, más beneficiará a su bebé.
Aunque los niños ya tienen el sentido del gusto desarrollado desde su gestación, recién a partir de los cuatro meses comienzan a distinguir lo salado. Así lo aseguran expertos cuyos estudios revelaron que sí pueden saborear otros gustos; especialmente lo dulce, lo amargo y lo agrio. Incluso hay especialistas que indicaron que los bebés tienen más papilas gustativas que los adultos.
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