"Vivimos ciclos en los que parece que vamos a despegar, hasta que la realidad del mercado mundial y el atraso productivo de Argentina se hacen presentes con crisis cada vez mayores", dice este doctor en Historia e investigador en el Conicet y en el Centro de Estudio e Investigación en Ciencias Sociales (CEICS).
—Usted analiza los motivos por los cuales Argentina parece ir de una crisis a otra, en ciclos que se repiten. Ahora venimos de una etapa de vacas gordas, durante la cual la renta agraria financió la recuperación de una industria que sin embargo no termina de despegar, y no puede prescindir del apoyo y protección estatal, y entonces parece que entramos en una nueva crisis...
—Ahí están en juego dos cosas: por un lado, lo que implican las retenciones para la caja del Estado y por el otro cómo se mueve la economía argentina a lo largo de su historia. La quita de las retenciones al maíz, al trigo, al girasol, a las carnes y a los productos regionales, y la reducción en el caso de la soja tienen por objeto fortalecer a un sector que venía con caída fuerte de la rentabilidad, por motivos internos pero también por la caída del precio de los commodities, buscando dinamizar el sector, liquidar las exportaciones, recomponer reservas y la caja del gobierno. Pero hay otro aspecto más general: la estructura de la economía argentina tiene una serie de dificultades vinculadas a su tamaño y al momento en el que ingresa en el capitalismo mundial. Es un capitalismo chico y es un capitalismo tardío. Es un capitalismo de una escala menor, porque tiene un mercado interno reducido, tiene mayores costos, los capitales que acumula en el mercado interno son menos eficientes que los que marcan la productividad media en el mercado mundial, y es tardío porque ingresa al mercado mundial cuando ya la mayor parte de las ramas industriales están desarrolladas a una escala planetaria. La industria automotriz argentina, por ejemplo, empieza en los años 50 y 60 mientras que en el mundo se inició a fines del siglo XIX. Es un atraso muy grande y eso pasa en la mayoría de las ramas. Pero no en el caso del sector agrario, que es dinámico, competitivo, moderno, con una elevada composición técnica incluso en comparación con otras producciones cerealeras del mundo, pero el resto de la economía necesita una serie de compensaciones a ese atraso de productividad para poder reproducirse.
—¿Fue siempre así en nuestra historia?
—Hasta los años 30, 40, aproximadamente, la economía argentina se mueve básicamente en función del impulso que le da su sector agrario, que tiene una ventaja que le permite generar una renta diferencial -estamos hablando básicamente del agro pampeano-. La producción agraria argentina es muy eficiente, competitiva, por una serie de circunstancias: ingresa al mercado cuando las existencias del hemisferio norte se terminan y, cuando la demanda mundial crece y los precios se empiezan a regir por el productor menos eficiente o sea por la tierra que se pone a producir a medida que la producción crece, la Argentina tiene la posibilidad de vender al precio que rige en el mercado mundial que es muy superior al costo de producción pampeano. Eso le permite un plus que supera la ganancia media del capital agrario y que es disputable por las distintas facciones que operan en la economía local. Ese plus se transfiere o circula a través de diferentes mecanismos: tipo de cambio, retenciones, o sea impuestos a la exportación, o control del comercio exterior como fue en la época del primer gobierno de Perón con el IAPI (Instituto de la Promoción del Intercambio), y hasta los 30-40 eso dinamizó a la economía argentina en su conjunto.
"Un país que no se inserta en otras ramas productivas, que depende de una sola producción competitiva, verá su economía achicarse"
—¿Y qué pasó después?
—A partir de los 40-50, el sector no agrario comienza a crecer por sobre el sector agrario, el PBI se hace más grande. El sector no agrario, que no soluciona sus déficits, va ejerciendo una presión cada vez mayor sobre el sector agrario, que no alcanza a sostener al resto de la economía. Además la renta como mecanismo se va agotando por distintas circunstancias pero básicamente porque la agricultura, que era la rama central del comercio mundial a comienzos del siglo veinte, empieza a perder peso relativo en la economía mundial al desarrollarse las producciones industriales. Un país que no se inserta en otras ramas productivas, un país que depende de una sola producción competitiva, verá su economía achicarse. Esto pasa también por algunos cambios productivos, se ve en la ganadería, donde el feed lot hace que ya no sea necesaria una gran extensión de tierra fértil para la cría de ganado. Eso hace que la tierra no sea tan importante. Esos cambios se van dando y la renta se va agotando, por eso Argentina entra en esos ciclos, porque esos elementos de compensación para impulsar el capitalismo se acaban. El agro sigue funcionando, con sus momentos de crisis, de recuperación, signados también por los precios internacionales, pero el resto de la economía no logra solucionar esos inconvenientes y el conjunto de la economía necesita apelar a otros elementos de compensación y ahí es cuando aparecen mecanismos como el endeudamiento externo –harto conocido para los que vivimos de los 70 para acá...
—Ahora venimos de una etapa en la cual hubo mucho dinero, por el boom de los commodities, para que el Estado capturara a través de las retenciones y subsidiara una supuesta reindustrialización, pero la parte de la industria en el total de la economía sigue siendo la misma que en décadas anteriores. ¿Cómo se supera el cuello de botella de nuestro desarrollo?
—Es la pregunta central que nos hacemos todos los que estamos preocupados por cómo salir y mejorar las condiciones generales de vida del país. Esto se ve en ciclos, en los cuales en un momento el endeudamiento adquiere un mayor peso, como en los 70, en los 90, luego ciclos en los que las exportaciones agrarias se recuperan, como en el kirchnerismo; quizá nos tenemos que remontar a los años 30 para ver un momento de tanto auge. No obstante, ese ingreso de recursos no alcanza para relanzar la acumulación de capital en Argentina... Hay una serie de problemas, como el agotamiento de una clase dirigente. La burguesía argentina vive de los subsidios, de la protección estatal, pero por estos condicionantes, no por mentalidad o porque no haya empresarios innovadores, porque cuando hay algún nicho se lo aprovecha, sino por estas condiciones estructurales de la economía argentina, que condenan al país a reproducir constantemente esos ciclos. En ciertos momentos, empujados por estas compensaciones, que disimulan las contradicciones, parece que la economía argentina, entre crisis y crisis, las supera y estamos en un nuevo país. Pasó en el 76, con los militares, somos derechos y humanos, después vino la crisis de la deuda y la devaluación; con Alfonsín, lo mismo, las ilusiones con la vuelta de la democracia, después la híper del 89, los saqueos; con Menem entramos en el primer mundo, el uno a uno, vivimos como obreros norteamericanos, etcétera. Y luego el 2001, el fin de la convertibilidad y la gran crisis. El kirchnerismo reedita esas ilusiones, estamos en un nuevo modelo productivo y llegamos acá, con la crisis del 2009 y ahora 2015. Lo que se observa es que no hay un cambio de la matriz productiva, la Argentina no está preocupada por el precio del acero, de los vehículos, como si fuera un gran exportador, sino que las variables que más se atienden son los precios de los commmodities, de la producción agropecuaria. Si se observa la matriz exportadora, que es un indicador de la productividad argentina, de los 10 principales productos exportados en términos de valor, 7 u 8 son productos primarios, soja, maíz y derivados, aceites derivados del crudo, minerales, oro y algunos otros, que con la gran inversión minera en la cordillera en los últimos tiempos han adquirido un peso que antes no tuvieron, pero no hay un cambio fundamental de esas bases. La industria en este período se recuperó, pero desde un nivel muy bajo, en 2001-2002, y merced primero a una gran devaluación, de 400 por ciento, que le generó un colchón de rentabilidad vía baja del costo laboral, que en los 90 era elevado en dólares, el 2001 ajusta esa variable, con una capacidad instalada ociosa de la década anterior, y luego con los altos precios de los commodities agrarios, que permitieron toda una estructura de subsidios directamente a las empresas, e indirectamente vía abaratamiento de la energía, con tarifas subsidiadas, que ahora se discute ajustar.
—Y a través del consumo. ¿Esa apuesta al mercado interno para la reactivación de la industria no es también ese un cuello de botella, considerando el tema de la escala, la dimensión más bien reducida de ese mercado?
—Efectivamente, eso muestra el carácter mercado internista de la industria argentina: la industria argentina no logra exportar, salvo algunos viajes de (Guillermo) Moreno a Angola –que no es algo nuevo, siempre los gobiernos están buscando acuerdos bilaterales para ampliar mercados-, la apuesta al consumo interno tiene esa limitación y se profundiza justamente cuando la industria empieza a perder rentabilidad, por una serie de circunstancias, entonces el Estado inyecta pesos en el mercado. Pasó en el sector automotor por ejemplo con el plan ProCreAuto, que no era un subsidio a la producción, a la oferta, sino a la demanda, porque había un excedente que, con Brasil en crisis y no pudiéndose volcar a otros mercados porque no podemos competir con Corea, debía colocarse internamente.
—¿Si el Mercosur funcionara realmente como un mercado interno, sería diferente la situación?
—Bueno, de hecho el Mercosur fue creado a comienzos de los 90 con esa idea, sobre todo por los intereses de las firmas automotrices, pero esto no alcanza para competir con lo que son las estructuras de acumulación mundiales, el capital europeo, norteamericano. Frente a la restricción, la burguesía apuesta a la baja del salario. Cuando los industriales dicen "no somos competitivos" piensan en bajar los salarios, por eso se hacen muchas loas al caso de Corea. Esa salida tiene muy feas consecuencias para los trabajadores, implica conflictos de magnitud severa, ni la dictadura militar pudo hacerlo. Otra salida es: producción agraria y que el resto se arregle; pero entonces a la Argentina le sobran 20 millones de habitantes. O bien continuar con esta espiral de decadencia en base a vivir del Estado y entrar en crisis recurrentes. Queda la reorganización de la estructura productiva argentina bajo otras relaciones sociales, centralizando los recursos, los medios de producción, bajo un Estado, y organizar la producción de forma racional, centralizando los recursos de la renta agraria, y asignando a necesidades sociales...
—Eso se parece demasiado a economías ultraplanificadas que han sido un rotundo fracaso...
—Pero ahí hay otro problema que me interesa mencionar: aún con eso, la escala argentina es insuficiente. Pensemos otra vez en el mercado automotor. Argentina produce unas 900 mil unidades, supongamos que reorganizando y racionalizando se pueda producir el doble, pero Estados Unidos y Japón producen 9, 10 millones. La Argentina sola se queda corta en escala, por eso necesita incorporarse en un cuerpo más grande: sin la industria de San Pablo, sin el gas de Bolivia, sin el petróleo de Venezuela, sin los minerales de Chile, y sin ese mercado interno agrandado, la viabilidad de esa experiencia también corre una suerte incierta. Si estas economías no se convierten en algo más grande, en una integración real y no de discurso, el camino que tienen es ser Grecia con la mejor de las suertes. O tenemos los países de Medio Oriente donde la descomposición por el fracaso de esas experiencias estatales debe llevarnos a pensar como evitamos eso, porque aunque las realidades son diferentes, muchos de los obstáculos que enfrentan –baja productividad, escala limitada- son los mismos. Vivimos ciclos en los que parece que vamos a despegar, hasta que la realidad del mercado mundial y el atraso productivo de Argentina se hacen presentes con crisis cada vez mayores. Como la Argentina parece recuperarse se recrean las ilusiones de que vamos a estar bien, pero siempre volvemos a la espiral, y eso además de tener consecuencias en la economía se refleja en aspectos sociales: la inseguridad, el narcotráfico, la descomposición social, el embrutecimiento de las masas; algo que en los 60, 70, era impensable.