El arranque de la gestión del presidente Mauricio Macri tuvo efectos positivos al nacionalizar su estilo diametralmente opuesto al kichnerismo que tantos réditos le dio en la ciudad de Buenos Aires. Acumuló capital electoral a la sombra del kirchnerismo. O, mejor dicho, en la vereda de enfrente. A pesar de haber sido oficialismo en la capital nacional durante ocho años, siempre fue un líder opositor.
Pero ahora aparece un nuevo desafío: darle un sello personal a su flamante administración.
Siempre representó mejor que nadie el lado B del kirchnerismo. El opuesto. La antítesis. Pero, por ahora, sigue siendo la oposición a los K. Desde el minuto uno de su Gobierno, Macri hizo todo para seguir siendo diferente a Néstor y a Cristina Kirchner. De aquí en más, el debate en la mesa chica del jefe de Estado es cómo se configura la agenda y con base en qué prioridades. Para ello, debe determinar e ir actualizando el estilo y el perfil de gestión.
Hay una coincidencia entre los estrategas de comunicación del macrismo respecto a que el triunfo de Cambiemos significa un fin de ciclo y a la vez el inicio de una nueva época, signada por la demanda de otro estilo para gobernar. "El gran desafío nuestro es canalizar la energía de cambio que nos llevó al Gobierno y estar a la altura de las circunstancias", dijo uno de los voceros del PRO para sintetizar la mirada que tienen en torno a las expectativas que se han generado mayoritariamente en la opinión pública.
Entonces no habrá cambios drásticos a la hora de darle una impronta propia al Gobierno. Irán por el gradualismo con un mix de variables. Todavía consideran que se debe seguir en la diferenciación de estilos con el kirchnerismo, sin que eso se reduzca a sólo contraponerse a las autoridades que se van y comunicar lo no K. La idea es darle paulatinamente al nuevo ciclo una épica y su propio ADN. Para ello, también es indispensable seguir instalando indirectamente otras de las premisas: la nueva administración no es la Alianza. En definitiva, romper con aquel mito que dice que sólo el peronismo puede gobernar a la Argentina.
Claro que este plan de vuelo se irá actualizando con base en el monitoreo de la opinión pública a través de encuestas y focus groups. Los últimos números que llegaron a la Casa Rosada abren interrogantes y más debate. Han comprobado que Macri arrancó su luna de miel con una popularidad del 66% y un 81% de la sociedad que tiene expectativas favorables en torno al futuro de su gestión.
De este sondeo surge que hay un 19% de la opinión pública que mira con simpatía al kirchnerismo y además se muestra entusiasmado con el nuevo jefe de Estado. Un segmento de origen socioeconómico humilde, cercano al peronismo y votante de Daniel Scioli. Conclusión: Jaime Durán Barba no aparece muy entusiasmado con seguir denunciando la herencia económica que dejaron los K. Considera que de esa forma se puede generar desánimo en la gente que no percibe que haya un escenario de crisis. Y además se debe tener cuidado con no expulsar a esos sectores que se han entusiasmado en las últimas semanas con Macri.
En la política, como en el fútbol, rige el criterio de la sábana corta: el delicado equilibrio en atacar sin desarmarse en atrás o defenderse sin renunciar a la ofensiva. Desde el ala política consideran que se debe intentar seducir a "esos nuevos clientes" sin abandonar las expectativas de la base electoral original de Cambiemos, que tiene una agenda diferente, muy emparentada con el republicanismo y la lucha contra la corrupción, sobre todo la investigación de los casos emblemáticos del Gobierno anterior.
Por esta razón, aún debaten y analizan en la mesa chica del ex jefe de Gobierno porteño si es conveniente ponerlo al frente de una ofensiva judicial para investigar todos los actos de corrupción cometidos por sus antecesores. Incluso han salido a medir en la opinión pública cómo caería ese rol proactivo de Macri o si es preferible dejarlo en manos de los jueces y los fiscales federales. Muchos de ellos no disimulan su ansiedad por empezar ya a poner tras las rejas a ex funcionarios.
Más allá de la determinación que tomen respecto al rol que asuma Macri, lo cierto es que la actual administración va a impulsar el enjuiciamiento de figuras emblemáticas del régimen anterior, incluyendo a la propia Cristina. No se trata solamente de una cuestión ética o moral, sino además de una necesidad política para cumplir con una de las demandas de la numerosa clase media que votó masivamente a Cambiemos y que puede empezar a fastidiarse por un futuro económico sin buenas noticias en el corto y mediano plazo.
En ese sentido, conviene mirar con atención la figura del ministro de Justicia, Germán Garavano, que se ha transformado en una gran revelación del gabinete de Macri. Un desconocido que en pocos días comenzó a echar "ñoquis" y contratados de La Cámpora; se transformó en interlocutor de los principales protagonistas del fuero federal que atiende en Comodoro Py. Todos quieren hablar con él y expresarle sus ganas de colaborar con las nuevas autoridades.
Desde Claudio Bonadio hasta Daniel Rafecas, casi todos conversaron con este nuevo funcionario sobre las causas que llevan contra ex funcionarios K. Avaló el intento de reapertura de la denuncia de Alberto Nisman contra CFK que impulsa el fiscal Raúl Plé una vez que se anuló la vigencia del memorándum con Irán. Además, le expresó personalmente su ultimátum a la procuradora Alejandra Gils Carbó. Si no renuncia, le modifican la ley del Ministerio Público para vaciarle de poder el organismo.
La investigación del caso del fiscal muerto en enero es uno de los temas que obsesiona a Macri: quiere llegar al esclarecimiento desde la sospecha del asesinato. Si se avanzara hasta el hueso, como prometen varios, el Gobierno podría anotarse un triunfo con impacto internacional y dejar al kirchnerismo en el peor de los mundos. Ni hablar de si se llegara a comprobar alguna supuesta vinculación entre la muerte de Nisman y las autoridades de la gestión que se fue. ¿Jaime Stiuso aportará las pruebas que dice tener?
Mientras tanto, el entorno presidencial juega en partidas simultáneas. Monitorearon con gran obsesión —sobre todo el jefe de Gabinete, Marcos Peña— la salida del cepo y el sinceramiento del tipo de cambio. El éxito de la jugada de Alfonso Prat-Gay generó alivio en el oficialismo y energía para continuar la lógica de anuncios donde entienden que el kirchnerismo fracasó rotundamente en los últimos ocho años. Un área donde los K quedaron realmente en deuda es lo social y el jefe de Estado desea que Jorge Todesca saque rápidamente los primeros números del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) en materia de pobreza e indigencia.
El objetivo es implementar cambios en la ayuda estatal. Pretenden dejar solamente dos planes: la asignación universal por hijo, ampliada a monotributistas, dependiente de Educación, y un plan alimentario. La tarea no será sencilla. Habrá muchas resistencias. También estudian la posibilidad de incorporar figuras del peronismo al gabinete. Parece que volvieron las gestiones para intentar seducir a José Manuel de la Sota con un cargo relevante que le amplíe la base de sustentación a la administración de Cambiemos.