En su afán por reinventar la historia para acomodar el presente a su antojo, el kirchnerismo, con la Presidente a la cabeza, inventó una nueva ceremonia para transmitir el mando presidencial. La tradición, inaugurada hace casi un siglo por Hipólito Yrigoyen, dice en esencia que el presidente saliente no tiene nada que hacer en el Congreso Nacional, donde ese poder, el Legislativo, se encarga de recibir el juramento del nuevo presidente.
Es la Asamblea Legislativa y sus autoridades quienes se encargan de la ceremonia, del protocolo, de la pompa y la circunstancia allí, en el Congreso, donde no hay, nunca hubo hasta el kirchnerismo, ni bastón de mando ni banda presidencial. Esos atributos simbólicos del poder, están en la Casa Rosada, que es la sede del Poder Ejecutivo. Y es allí donde el flamante presidente que llega del Congreso, recibe esos atributos de manos de quien ya es ex.
Esa lógica ceremonial y simbólica, que Cristina Kirchner no quiere entender, la entendieron hasta los más brutales dictadores que padeció el país.
En 1973, Héctor J. Cámpora juró en el Congreso, dio su discurso y fue a la Rosada a recibir banda y bastón de manos del teniente general Alejandro Lanusse. Diez años después, Raúl Alfonsín fue al Congreso, juró, dio su discurso y fue a la Rosada a recibir banda y bastón de manos del general Reynaldo Bignone.
El 8 de julio de 1989, Carlos Menem se presentó ante el Congreso para jurar como nuevo presidente tras las elecciones del 14 de mayo. Más tarde, fue a la Casa de Gobierno donde lo esperaba Raúl Alfonsín para colocarle la banda presidencial y entregarle el bastón. Esos actos son rubricados por el Escribano General de Gobierno, quien da fe que ambos presidentes, el ex y el nuevo, prestaron conformidad para irse y para llegar. Un nuevo presidente que juró en el Congreso, no dejaría de serlo por no recibir los atributos simbólicos del poder de manos del ex. Y la Constitución indica que el nuevo jefe del Ejecutivo debe jurar en el Congreso. Nada dice de los atributos de mando, que es una ceremonia protocolar que no está regulada y que siempre se hizo en la Casa Rosada.
Fernando de la Rúa juró su cargo ante el Poder Legislativo y ya en la tarde de aquel 10 de diciembre de 1999, recibió banda y bastón de manos de Carlos Menem, que lo esperó en la Casa Rosada y tampoco apareció antes por el Congreso Nacional.
La división de poderes es clara: en el Congreso y ante la Asamblea y el Poder Legislativo en pleno, juran los nuevos mandatarios. No hay allí transmisión de mando, sino asunción formal. En la Casa de Gobierno, donde no hay jura alguna, el Poder Ejecutivo hace su propia ceremonia de traspaso del poder.
Esa tradición, que viola hoy el kirchnerismo, se alteró tras la crisis de 2001. Eduardo Duhalde, presidente provisional nombrado por la Asamblea Legislativa, fue al Congreso en 2003 a entregar banda y bastón a Néstor Kirchner porque allí, en el Congreso, había sido designado.
Fue a Néstor Kirchner a quien se le ocurrió entregar bastón y banda en el Congreso porque quien los recibía era su mujer, y en una misma ceremonia se mezclaron los dos poderes del Estado, como si fuesen uno solo. Un símbolo de lo que se avecinaba.
Lo ideal sería volver a la tradición. Que el jueves 10 y ante el Congreso, donde Cristina Kirchner no tiene nada que hacer, Mauricio Macri jure su cargo y luego, en la Casa de Gobierno, reciba bastón y banda de manos de la ya ex presidente.
Lo contrario, es ir contra la historia. De la Presidente ya no se puede esperar otra cosa. Pero su capricho no puede concretarse sin la complicidad de los legisladores y del resto de los funcionarios que, se supone, deberían velar por la legalidad y la normalidad y no permitir que ambas estén sometidas a amargos antojos y resentimientos.
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