El 26 de septiembre de 1960, los dos candidatos a presidente de los Estados Unidos por el partido Demócrata y Republicano se midieron en lo que significó el primer debate televisado de la historia de la nación. El suceso tuvo lugar en los estudios de la cadena CBS en Chicago y aún hoy, más de 55 años después, continúa siendo un hito significativo para las campañas políticas modernas.
El de finales de septiembre sería el primero de una serie de cuatro debates que tendrían como protagonistas a John F. Kennedy y Richard Nixon. Sin embargo, este enfrentamiento sería determinante para el resto de las rondas de discusión. Setenta millones de norteamericanos se sentaron frente al aparato de tevé en sus casas para oír cada una de las propuestas. Pero no sólo se trataba de escuchar, sino también de observar. Esto último fue lo que captó a la perfección el equipo de campaña del candidato demócrata y sobre lo que trabajó.
Así pues, fue Kennedy quien sacó mayor provecho de la televisación del debate. Sabiendo que debía ganar terreno ante la audiencia norteamericana y con menos experiencia que su contrincante, el integrante de una de las familias más famosas de los Estados Unidos se preparó para el "show" como si fuera un verdadero conductor de espectáculos. O, mejor dicho, como un actor.
A los 43 años, Kennedy debía convencer a la audiencia de que podría ser el comandante en jefe. Fue así que decidió lucir en perfectas condiciones para la contienda. Junto a su equipo de confianza, recopiló información como pocas veces antes. Practicó posibles preguntas incómodas y hasta qué gestos poner ante cada situación. Pero no sólo eso. Sabía que debía permanecer "fresco" para esa noche y por eso durmió una siesta reparadora horas antes de pararse en el set de CBS. Antes había tomado un poco de sol en la terraza del hotel Chicago, donde se preparó.
Kennedy se mostró decidido, saludable y descansado frente a los 70 millones de espectadores. Era la contracara de Nixon: el candidato republicano transmitía nervios, estaba pálido y su frente presentaba sudor. Su mirada esquiva y su boca reseca tampoco le jugaron a favor: su rostro no transmitió la confianza necesaria. La situación del por entonces vicepresidente era completamente diferente. La campaña era agotadora para él y días antes del debate había estado internado. Incluso, el día de la primera ronda tenía unas líneas de fiebre, que le jugaron muy en contra.
Ante la evidencia de que su candidato no estaba en condiciones, algunos asesores le aconsejaron a Nixon abandonar la contienda. Pero el rival de Kennedy se negó. Dijo que anunciar su renuncia horas antes al primer debate lo colocaría en un papel del cual le sería difícil escapar: "gallina".
La contienda oral no fue agresiva, pero Kennedy se mostró ante el público como un político mucho más resuelto que su rival. Hablaba a la cámara con resolución, interpelando a la audiencia y explicando sus propuestas. Nixon, en cambio, difícilmente podía mantener su mirada ante la lente y exhibía un nerviosismo condicionante. Al senador demócrata también lo ayudó la vestimenta, que contrastaba con el decorado, mientras que el vicepresidente optó por un traje del mismo tono. Tampoco aceptó éste maquillaje, lo cual permitió ver una sombra de su barba, que contrastaba con su palidez y ofrecía un rostro lúgubre a los televidentes. Kennedy, además de su rostro bronceado, dejó que le colocaran algo de make-up para parecer más fresco.
En sus memorias, Nixon recordaría que recibió decenas de llamados: "Después de que el programa concluyó, llamaron, incluso mi madre, queriendo saber si me ocurría algo malo". Así de mal se veía.
Sin embargo, para aquellos que siguieron el debate por radio, los contrincantes terminaron empatados. Pero esto no satisfizo al candidato republicano, quien cambió completamente su estrategia para los siguientes tres enfrentamientos orales. Se mostró más fuerte, más preparado y más resuelto que Kennedy. A pesar de los esfuerzos, el daño hecho en el primero de los debates había sido suficiente para el senador demócrata. El 8 de noviembre se impondría sobre su rival en las elecciones generales por tan solo 100 mil votos, uno de los márgenes más estrechos de los comicios de los Estados Unidos.