Francisco Pascasio Moreno (más conocido como "Perito Moreno") nació en Buenos Aires el 31 de Mayo de 1852, hijo de Francisco Facundo Moreno Pisillac, un porteño patricio que acababa de regresar a la Capital, después de la Batalla de Caseros, tras haberse exiliado en Uruguay, a raíz de la dictadura rosista. Su madre era Máxima Juana Thwaites Rubio, hija del oficial británico Joshua Thwaites Gibson, que fuera capturado durante la Segunda Invasión Inglesa al Río de la Plata, allá por 1807. Concluídas las hostilidades con Gran Bretaña, el prisionero castellanizó su nombre a Josué y decidió quedarse entre nosotros. Veinte años después, se casó con una porteña de dieciocho años (Juana Fernanda Luciana Estanislada Rubio de Velasco Ribero), de cuyo matrimonio nacería, ese mismo año, la mamá de nuestro famoso perito.
El perito Moreno sería el segundo hijo de este matrimonio, que tuvo un total de cinco vástagos, siendo la mayor y la menor las dos únicas mujeres. El pequeño Francisco, desde niño, demostró una marcada inclinación hacia la naturaleza. Cuenta la leyenda familiar que una tía abuela paterna suya se había vuelto una figura casi legendaria de la época debido a sus viajes en carreta para visitar a sus parientes, diseminados por toda la geografía. Dicen, además, que recolectaba y guardaba todo lo que le llamara la atención en su travesía: piedras, huesos, restos de animales, plantas, herramientas, etc.
Estas narraciones sobre las aventuras y peripecias de esta tía abuela (que Francisco no alcanzó a conocer personalmente) llegaron a los oídos del futuro perito, y lo movilizaron a imitarla. Al alcanzar los once años de edad, su familia se mudó a una casa a estrenar. Al pequeño le llamó la atención un mármol rojizo veteado, con figuras incrustadas, que decoraba la planta alta de la casa. Cuando el niño preguntó qué eran esas figuras fundidas en el mármol, alguien le contestó que se trataba de caracoles fósiles petrificados, lo cual despertó una curiosidad e interés en Francisco, enamorándose, al instante, de la paleontología y la geología.
A partir de entonces, como hiciera su tía abuela, comenzó a coleccionar objetos que le interesaban, sobre todo: fósiles que hallaba en sus distintos viajes al campo. Como su colección de elementos se tornó considerable, al poco tiempo, su padre le cedió el mirador de la casa, situado en el altillo, para que pudiera llevarse allí toda su colección, y liberara el resto de la casa de sus objetos. Entonces, Francisco entusiasmó a sus hermanos a que lo ayudaran, y con ellos fundó el rudimentario "Museo Moreno"; que funcionó, originariamente, en el mirador de su casa paterna.
Ese mismo año de 1863 Francisco concurre al colegio porteño de San José, administrado por los Padres del Sagrado Corazón de Jesús de Bétharram (o Bayoneses). Tres años después pasaría a la tradicional escuela de "Catedral al Norte", que hasta el día de hoy se enorgullece de su paso por sus aulas.
Gracias a la intervención del perito Moreno, Argentina obtuvo cuarenta y dos mil kilómetros cuadrados en disputa con Chile
Hacia 1867 el "Museo Moreno", pese a su carácter de casero y rudimentario, había adquirido ya un renombre en la comunidad científica de entonces. El propio director del Museo Público, que era pariente suyo, y además fue su maestro, Germán Burmeister, atraído por la fama del reservorio de los Moreno, lo visita y le pide que le facilite algunos especímenes, para exhibirlos en el establecimiento público, para sorpresa y beneplácito de Francisco. Uno de estos objetos era una mandíbula de un fósil desconocido, al que le dio el nombre de "Dasypus Moreni" en honor del futuro perito.
En enero de 1871, bajo la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento, una epidemia de fiebre amarilla azotó Buenos Aires y cobró la vida de la mamá de Francisco, entre muchas otras víctimas. Para evitar el contagio, los Moreno se mudaron a la estancia Vitel, cerca de la laguna de Chascomús. Su estadía en ese lugar fue de significativa influencia para Moreno, que contaba con sólo diecinueve años. Allí encontró gran variedad de fósiles; que clasificó y estudió. Muchos de ellos (entre los que destaca el caparazón de un gliptodonte) se exhiben hoy en el Museo de La Plata.
Al año siguiente, a la edad de veinte, Francisco publica su primera obra científica y un amigo suyo, el famoso coronel Luis Fontana, desde Carmen de Patagones, le remite restos antropológicos y paleontológicos hallados en el valle del Río Negro, despertando la curiosidad de Moreno sobre una región inexplorada, hasta entonces, y en la práctica, no sometida a la soberanía argentina. Su padre, entusiasmado con los logros de su hijo, le obsequia un edificio de más de doscientos metros cuadrados, en una quinta de Parque Patricios, para que instale allí su "Museo Moreno"; por haberle quedado chico el altillo de la vieja casa familiar.
Los relatos de Fontana entusiasmaron de tal grado a Francisco, que éste se propuso estudiar la geología, flora, fauna e historia natural de la Patagonia, con sumo interés. En 1873, con veintiún años cumplidos, realiza su primer viaje al Río Negro. En abril desembarca en Carmen de Patagones y halla sesenta cráneos, mil flechas, puntas de lanza y piedras talladas. El perito Moreno inicia, así, los estudios antropológicos en la Patagonia. No consiguió adentrarse más allá del Río Negro, pero recorrió los cementerios descubiertos por el profesor Pelegrino Strobel siete años atrás. Sus estudios fueron publicados en París, con gran repercusión en Europa, generando un inusitado interés por estudiar a los indígenas patagónicos. Bastó ese primer viaje para que el perito Moreno se enamorara de la Patagonia.
Por la época comenzó a agitarse el diferendo limítrofe con Chile, y las pretensiones del país trasandino, de anexar la Patagonia Oriental. En julio de 1874, el Ministro de Relaciones Exteriores, Dr. Carlos Tejedor encomendó a Moreno una nueva misión de exploración en la Bahía Grande de Santa Cruz, donde los chilenos habían levantado un caserío. A partir de ese momento, las misiones del perito Moreno tendrían por objeto tanto asegurar la soberanía argentina, como fines científicos.
Desde entonces, Francisco se convertiría en un incansable explorador de los confines del actual territorio nacional. Recorrería el Río Santa Cruz, y el Río Negro, casi hasta las nacientes de ambos. Estudiaría las barrancas del Paraná y las compararía con las barrancas patagónicas. Incursionaría en la puna jujeña y salteña, y rastrearía gran parte de la frontera cordillerana; estudiaría fósiles y la geología de Bahía Blanca; interactuaría amigablemente con los indígenas de nuestra Patagonia, fomentando su educación e integración a la Nación Argentina.
Fue nuestro perito Moreno el primer hombre blanco que llegó al lago Nahuel Huapi desde el Atlántico, donde a los veintitrés años izó la bandera argentina a orillas del mismo. Descubrió el Lago Argentino, al cual también dio ese nombre y supo de su gran glaciar; aunque no alcanzó a llegar a él. Descubrió los lagos Buenos Aires, Viedma y San Martín, así como numerosos picos montañosos. Recorrió incansablemente, a caballo, Santa Cruz, Chubut, Río Negro y Neuquén.
Cuando hubo que elegir la comisión argentina que fijaría los límites cordilleranos con Chile, las autoridades convocaron a quien conocía mejor el territorio en cuestión: Francisco Pascasio Moreno, para dirigir la comisión argentina de peritos demarcadores. Gracias a la hábil y solvente intervención del perito Moreno, Argentina obtuvo cuarenta y dos mil kilómetros cuadrados en disputa, a lo largo de toda la cordillera. Fue tan determinante su labor, que el propio Sir Thomas Holdich, el árbitro inglés, le dijo: "todo cuanto gane el pie argentino al oeste de la división continental se deberá enteramente a usted". Su intervención fue crucial, también, para que los colonos galeses de la Patagonia aceptaran y prefirieran vivir bajo la soberanía argentina.
Para realizar su tarea pericial, Francisco tuvo que viajar incansablemente entre Argentina, Chile y Europa, pues las conclusiones de su trabajo sirvió de base a los fallos arbitrales británicos que dieron la razón a nuestro país en la disputa fronteriza. En todos estos viajes el incansable perito recolectaba objetos, fósiles y vestigios antropológicos, con los cuales engrosaba el museo y realizaba nuevas investigaciones científicas. Sus colecciones fueron luego donadas a la Provincia de Buenos Aires, que a su vez, sirvieron de base para estructurar el actual monumental Museo de Ciencias Naturales de la Plata, que goza de fama mundial, siendo el propio perito su director por muchos años.
Moreno fue un notable impulsor del scoutismo en la Argentina y el artífice de la primera cumbre presidencial entre Argentina y Chile, que tuvo lugar, ya superado el diferendo fronterizo, el 15 de Febrero de 1899, entre los presidentes Julio Argentino Roca y Federico Errázuriz Echaurren, en el Estrecho de Magallanes.
En 1903, el gobierno sancionó la ley 4192 por la cual, en gratitud a la encomiable labor del perito Moreno, que le permitió a la Argentina retener mil ochocientas leguas cuadradas, le concedió al mismo, veinticinco leguas cuadradas en el territorio recuperado "en el territorio de Neuquén o al Sur del Río Negro, en los lugares que el señor Moreno pueda determinar sin perjuicio de terceros"; a modo de "recompensa extraordinaria por sus servicios... y en mérito a que durante veintidós años ellos han sido de carácter gratuito".
Falleció en la pobreza más absoluta, después de solicitar infructuosamente al entonces presidente Hipólito Yrigoyen que lo recibiera.
De ese total, Francisco únicamente aceptó veintidós leguas cuadradas y luego devolvería tres para que se constituya en ellas el primer Parque Nacional argentino. El 1º de febrero de 1904, el presidente Julio Argentino Roca emitió un decreto aceptando las condiciones del perito y Argentina se transformaba, así, en el tercer país del mundo (después de Estados Unidos y Canadá) en contar con territorios que debían conservarse sin alteraciones para actividades científicas, naturales y de disfrute de su población. Esta decisión del perito constituiría el germen de los demás Parques Nacionales que vendrían después. En enero de 1908 el presidente José Figueroa Alcorta adicionaría otras cuarenta y tres mil hectáreas al actual majestuosamente bello Parque Nacional Nahuel Huapi.
Sin embargo, el perito tampoco se quedó con las otras veintidós leguas cuadradas que había recibido. Hacia 1905 vendió las acciones y derechos sobre las mismas y con su producido financió su "Obra de la Patria": transformó su quinta en cocina, comedor y aula para los cientos de niños de zona Sur de la Capital que necesitaban comer, salud y educación. A poco de andar, su ejemplo es imitado por otros vecinos y las "Escuelas de la Patria" se esparcen por la ciudad.
En 1904, autorizado por el presidente Roca, el perito Moreno interviene con el gobierno británico y consigue que el ministro W. H. Haggard ceda gratuitamente a la Argentina las Islas Orcadas del Sur. Pocos meses antes, un navío escocés había instalado un pequeño observatorio meteorológico en la isla Laurie. Así fue cómo el perito Moreno consiguió que, en enero de 1904, el pabellón nacional fuera izado, por vez primera, en la Antártida, en reemplazo del escocés.
Moreno fue, asimismo, diputado nacional y vicepresidente del Consejo Nacional de Educación. Impulsó una importante reforma educativa. Escribió: "Apuntes sobre las tierras patagónicas" (1878), "Viaje a la Patagonia austral 1876-1877" (1879), "Viaje a la Patagonia septentrional" (1882), "Resto de un antiguo continente hoy sumergido" (1882), "El origen del hombre suramericano" (1882), "Por un ideal. Ojeada retrospectiva de 25 años" (Museo de La Plata, 1893).
Falleció el 22 de noviembre de 1919, en la pobreza más absoluta, después de solicitar infructuosamente al entonces presidente, Hipólito Yrigoyen, que lo recibiera. En 1920 el Banco de la Nación Argentina remató judicialmente todos sus bienes, para cubrir sus deudas y créditos pendientes.
Sus restos, fueron primero enterrados en La Recoleta. En 1944 se los trasladó a Bariloche, donde fueron despedidos con mucha emoción del público presente y los pueblos originarios. Su ataúd fue cubierto por la bandera argentina y tres ponchos que pertenecieron a los caciques: Saihueque, Pincén y Catriel; simbolizando la integración de la Nación Argentina, con los pueblos aborígenes. El féretro fue luego trasladado a la Isla Centinela en pequeño barco "Modesta Victoria", cuyo nombre lleva hoy otra embarcación que también surca el Nahuel Huapi.
Desde entonces, cada vez que una lancha pasa enfrente del lugar donde los restos del perito descansan para siempre, hacen sonar tres pitazos, en saludo y respeto a nuestro gran pionero de las fronteras y de los parques nacionales.