En Réquiem para la política ¿o renacimiento?, el escritor bucea en las causas de nuestro extravío como Nación que ha perdido su "voluntad de ser". Aunque su mirada va más allá de lo evidente, de la economía y de la política, para rastrear momentos y factores culturales más profundos, también se entusiasma con los signos de superficie, que podrían ser síntoma de que la balanza se inclina hacia un renacer: "Es esperanzador que Vidal haya podido con esa sociedad que está al borde del gansterismo en la provincia de Buenos Aires", dice por ejemplo.
Abel Posse, que al oficio de escritor suma el haber servido al país como diplomático durante casi toda su vida, apela al patriotismo que a él ciertamente lo inspira: Argentina es un "paraíso que pisoteamos", un gran país "que no merece nuestra flojera". En estos tiempos electorales, no le parecen relevantes los nombres y cree más que "la circunstancia, que está al borde de ser dramática, impulse a los hombres". A quien sea que le toque ocupar la presidencia, espera que sea consciente de que "gobernar este país es un lujo".
Pensamiento profundo, bella escritura y nobles pasiones: son los ingredientes de este Réquiem que todo argentino leerá con angustia e identificación. Un Estado indigente, una educación pública degradada y la increíble incapacidad de nuestra dirigencia para unirse en la búsqueda de soluciones políticas nacionales son los rasgos de un país que parece en eterna formación. Pero los dones argentinos están intactos, dice Posse, y de ellos se nutre la esperanza de un renacimiento.
A continuación, la transcripción de su charla con Infobae (ver extracto en el video que acompaña esta nota).
—Su libro se llama Réquiem para la Política pero es casi un réquiem para la Argentina, porque usted dice que como país hemos perdido la voluntad de ser, y en general es muy crítico, incluso pesimista, sobre nuestro devenir como Nación. Sin embargo, teniendo en cuenta las circunstancias, lo sucedido el domingo pasado, tengo que preguntarle: el resultado de esta primera vuelta de las presidenciales, ¿cambia en algo su estado de ánimo, su visión del país?
—El libro dice réquiem o renacimiento, y se me transformaba a mí mismo como un libro de pequeña anticipación, porque hace dos semanas que está en la calle, y me encontré con una noticia verdaderamente notable: que una persona que tiene una gran luz personal, de carisma, de persona natural, como es María Eugenia Vidal, haya podido llevarse por delante toda esa sociedad que está en el borde del gansterismo en la provincia de Buenos Aires, me pareció una de esas cosas de Argentina que no sabemos cómo, pero siempre hay algo raro que hacen los argentinos. Y éste fue un episodio muy raro y muy esperanzador, y no hablo políticamente de los contenidos sino simplemente del hecho de que esa señora, con su paciencia, haya podido superar a dirigentes que entraban con la prepotencia del Estado, del "bueno, yo conozco esto es lo mío". Esto me dio a mí una apertura para creer que ese aditamento de "¿o renacimiento?" puede ser verdad en Argentina, porque creo que tenemos todas las cualidades y al mismo tiempo cargamos todas las frustraciones, y no sabemos cómo se originan, no las sabemos analizar, ni impedir, y seguimos siendo un país demorado. Con todas las cualidades -la octava extensión territorial productiva, dicen que hay más proteínas en el Atlántico que en las vacas de toda América Latina-, con todas las cualidades idóneas, incluso la inteligencia social argentina, el poder social de Argentina, nos encontramos siempre al borde del desánimo y de la falta de capacidad para organizarnos colectivamente, como un animal que tuviera inteligencia individual pero nunca colectiva.
"Este es un momento de renacimiento porque hay como una reacción biológica en los pueblos"
—Nos cuesta unirnos...
—No podemos unirnos ni siquiera para defender lo propio. En esta elección había muchos que pensaban igual. La gente, el público, se da cuenta de que el pensamiento corría por un centro reformador, por reubicar a la Argentina. Si esto era lo que había, cómo es que no se pudo crear alianzas para que no sea uno solo el que cargue con el enorme fardo de enfrentar la nueva situación política nacional, porque es una posición particularmente compleja, con un desprestigio universal y particular en el mundo de los grandes intereses que vamos a tener que enfrentar. Tenemos que volver a vender, vendemos menos carne que Paraguay. Quiero decir entonces que éste es un momento de renacimiento y que lo va a haber porque hay como una reacción biológica en los pueblos: se cansan de sufrir, de morir, y de repente vuelven. No tuvimos una catástrofe. Algunos escépticos suelen decir que las grandes transformaciones de la realidad pasan más por las catástrofes que por la decisión humana...
—Pero los argentinos hemos mostrado cierta resistencia a aprender de las crisis. De la crisis del 2001 surgió esta política divisiva. Además, usted habla de la indigencia del Estado, pero llevamos 12 años de un discurso estatista...
—Es la dimensión instrumental del Estado como voluntad de la que se apropia un gobierno. El Estado es un en sí, el Estado somos todos, es una tradición, es el pasado, el presente y el futuro, el Estado es la Argentina como gran unidad, como casa de todos, pero desde los gobiernos se lo invade en Argentina, no hay ese respeto hacia el Estado, por el que el gobierno es el instrumento de una época del Estado, sino que se lo ocupa directamente e incluso el poder del Estado pasa a manos del gobierno indiscriminadamente. Y en este caso se creó otro episodio de división que alcanzó a las familias: la gente podía discutir en otras épocas por la transformación del comunismo contra el capitalismo; ésas son cosas grandes y definitivas, pero estar discutiendo no sé sabe qué ideología detrás de todo esto, sino simpatías y odios conjugados...
"Cristina es una heroína sin libreto adecuado"
—Usted destaca algunas virtudes de Cristina: coraje político, voluntad. El actual clima de confrontación, ¿no lleva también la marca de la personalidad de la Presidente?
—Creo que ella no pudo controlar sus resentimientos. Es un personaje al que con el tiempo se lo va estudiar mucho, porque es una persona fuerte, una mujer que aguantó sola, que se creyó capaz de mover la roca, pero partía de un error de concepción de las cosas, que es éste fundamental de que no comprendía al otro, ni comprendía la noción de servicio sino la noción de heroísmo creador, era una heroína sin libreto adecuado, y desgraciadamente le fue mal, porque nos llevó mal y subestimó las cosas, como los que creen que van a hacer una gran transformación basándose en ideas e ilusiones. En el fondo subestimó el comando político y económico de la realidad.
"Terminó en una suerte de Quebracho ideológico el grupo de intelectuales que se juntó en torno al kirchnerismo"
—En Argentina parece que el talento y conocimiento acumulados en la sociedad circulan por un lado y la política va por otro carril. No se tocan.
—Hay una división con la política que nos hace infantiles, es un Boca-River eterno. La izquierda, que serían los que leen libros, los que quieren profundizar en el orden de las ideas, de repente es ciega, condena mal, acusa mal, se mete en el juego de negación y afirmación, carece de la sutileza graduatoria de la realidad como para poder usarla, y termina en una especie de Quebracho ideológico, eso se vio en el grupo de intelectuales que se juntó en torno al kirchnerismo y que hicieron un papel muy desagradable, porque se servilizaron. Yo creo que un escritor, un creador, no tiene que estar afiliado a nada, tiene que tener libertad, me parece absurdo afiliarse, uno tiene que estar no en contra, porque ese es el otro extremo, sino atento, que es muy distinto y más difícil.
—Usted advierte también sobre la decadencia educativa...
—Algo se quebró feamente en Argentina. Mi libro ve la política, ve la economía, pero detrás de la gran superficie donde todos jugamos para hablar de la realidad, está una transrealidad peligrosa en nosotros. No se puede entender muy bien por qué, en qué momento algo se quebró de tal manera para que la educación, en muy pocos años, en dos décadas, haya bajado enormemente. Bajó el respeto por la educación. El niño que llega a la educación ya llega maleado por una subcultura, que proviene del abuso de medios incontrolados, la carencia de vida de familia, la calle, el colegio transformado en un lugar desagradable sin control ni disciplina, así que, creyéndonos como siempre inteligentes y libres, nos hemos intoxicado de una libertad que, dada a un niño, lo transforma en un inútil o en un ser agresivo y esto es muy, muy grave, tenemos que ir a una batalla para salvarnos de esta contracultura cotidiana que recibe un niño. Basta pensar que una serie televisiva se ven 50 asesinatos por día, qué cultura puede haber en un niño que recibe esta intoxicación desde los 3, 4 años Este es un problema grave que Occidente no puede enfrentar es un problema para alta diplomacia para que los países que están sufriendo este bajón, esta quiebra cultural horizontal ente los que recibieron educación de respeto y los que se criaron en la irrespetuosidad total se puedan reencontrar. Es un problema muy grave, y es de Occidente.
—Precisamente, usted enmarca la crisis de Argentina en una crisis occidental, en la pérdida de orgullo de lo que fue una cultura floreciente. ¿Qué le pareció la última novela de Michel Houellebecq –Sumisión- que anticipa una Francia musulmana?
—El libro es provocador como muchas otras novelas menores, en general, de Houellebecq como novelista, pero en éste acertó con un hecho dramático: que Francia está viviendo en carne propia una intoxicación que no puede controlar, porque ellos trajeron masivamente al magrebí [N. de la R: oriundo de los países del norte de África] por una cuestión económica, para tener mano de obra barata. El demonio se cobra sus deudas, la deuda que le cobra es que si el abuelo de ese magrebí quería ser francés, obtener la residencia con esfuerzo, y el dinero lo giraba a su familia en Argelia, Marruecos o donde fuese, el nieto estudió, se hizo francés y de repente desembocó en el islamismo, y en la rebeldía contra los franceses y la cultura occidental en general. Es un fenómeno que sorprendió a todos y que no lo supieron controlar los políticos, que para colmo están inhibidos, con esa inhibición general de la que hablo en el libro, del que cree que porque tiene algo es culpable. Tengo una ciudad como París y soy culpable porque no hay una igual en África; esta culpa es un inesperado latigazo judeocristiano que recibe Francia y en general Europa. Yo lo vi mucho en los nórdicos -fui embajador en Dinamarca- que por ejemplo llegan al colmo de que a los autos de gran valor, por ejemplo BMW, les quitan la sigla desde la fábrica misma para poderlos vender. Pero el auto lo tienen, la casa la tienen, el dinero lo tienen. O sea que son costumbres negativas de una cultura que ya se siente culpable; la cultura que se expandió por el mundo se niega, niega su Dios incluso, y esto es más grave.
—Reniega de sus orígenes, como cuando los europeos se negaron a mencionar las raíces cristianas de su cultura en el debate de la Constitución...
—Yo vivía en Praga en ese entonces y en una reunión internacional tuve oportunidad de hablar, junto con un grupo de amigos, con el presidente francés de aquel momento, Jacques Chirac, y le preguntamos por esto y él no pudo ir adelante con la simple frase de que Europa tiene orígenes cristianos y grecolatinos y judeocristianos, y no pudo. Hablo del año 92, 93. Cuando él no podía ir con eso, yo pensé: "acá están todos locos".
"El Papa es un gran luchador contra esa decadencia que empieza en las familias y termina en los Estados y viceversa"
—Ahora bien, el Papa Francisco, que es un milagro argentino, es admirable como hombre de fe, pero también es un fino político y ha ocupado un vacío de liderazgo occidental en el mundo. ¿Cómo se explica que Argentina produzca un líder así y al mismo tiempo estemos en una situación en la cual como bien dice usted en el libro, "se vota sin creer"?
—El Papa es una figura excepcional y tiene las concepciones seguras de un hombre que pensó toda su vida a solas, que se cocina su comida, que va a buscar el diario solo, dedicado a los más altos estudios teológicos, gran lector de toda la literatura universal... así, cuando llega a enfrentar la realidad un poco triste del Occidente en decadencia que estamos viviendo, incluidos los anglosajones y los Estados Unidos, él pone en juego un sentimiento muy claro, no de crítica, sino de decir lo que él piensa de la decadencia actual; él es un gran luchador contra esa decadencia, que empieza en las familias y termina en los Estados y viceversa. Y este hombre lo produjo la Argentina, país cosmopolita, produjo una Reina también, produce artistas, produce a Jorge Luis Borges. Argentina es un país de inteligencia y de creatividad, y hablamos de Argentina porque en lo más recóndito de cada uno de nosotros tenemos el recuerdo de esa grandeza, del aula del Nacional Buenos Aries, de la fiesta de Nochebuena.... En el libro señalo principalmente la cultura que fue segregando la inmigración en la Argentina, en la mesa de familia: el abuelo ignorante decía que había que respetar las deudas, que trabajar era la única superación para llevar adelante la familia, que el hijo debía superar al padre. Esas cinco o seis nociones que daba un hombre que tal vez podía ser analfabeto eran la secreta cultura que nos sostuvo a los argentinos casi como una ética inmanente a nosotros, y luego pasado el tiempo la fuimos perdiendo, fuimos haciéndonos verdaderamente argentinos sin abuelos, por ahí pasa la quiebra. Yo quise siempre preguntarme dónde se había quebrado el continuo de felicidad, la gran poderosa cabalgata de la Argentina que nace en 1810 y en adelante, en el 80, y bueno, la expliqué por ese lado, por una carencia humana.
"No quiero citar a ninguno de los candidatos, no es ese el tema, sino que estén a la altura del gran país que tenemos"
—¿Qué nota optimista se puede dejar? Su libro tiene un tono algo discepoliano, si me permite decirlo así, ¿por dónde cree que podemos llegar los argentinos a recuperar el impulso de ser?
—Quiero aclarar que en el libro no hay voluntad negativa; yo fui encontrando lo negativo, porque yo quise pasar de lo político, de lo que se ve, de lo que todos hablamos, a la trama social, que puede estar produciendo la enfermedad. Y bueno, uno se encuentra con episodios... yo centro dos o tres, Malvinas, la guerra de los 70, guerra civil o violenta, la erupción de la muerte en los años 70, y luego voy desembocando en esta idea de que es un gran país que no merece su caída. Para mí este viaje por la Argentina profunda tiene la salida de esta convicción: personalidades inéditas, voluntad de vivir, quiere decir que había una fuerza vital mayor que la respuesta que nos están dando los políticos, que abrevian y reducen lo que no pueden entender, o afrontar. Ortega decía que el hombre es el hombre y su circunstancia, y a mí me gusta cambiar: en este momento necesitamos que la circunstancia, que no merecemos y que está al borde de ser dramática impulse a los hombres, y no me importa, no quiero citar a ninguno de los tres que estuvieron compitiendo, no me importa, no es ese el tema, sino que estén a la altura de la circunstancia de que tenemos un gran país, y que se encienda la gente con el fervor del patriotismo, ser gobernante de este país es un lujo, es tener una máquina prodigiosa para poder manejarla. Yo siempre comparo con el tonto que se gana una Ferrari en una rifa y no sabe ponerla en marcha, es algo así. Argentina es un país al que no le puede ir mal, tiene inteligencia, voluntad de vivir, y le falta un elemento cultural de orden, de disciplina en este momento, y lo más grave que vamos a afrontar es el episodio de la caída de la educación pública, la caída cultural, ahí sí que la recuperación es muy difícil, porque el niño que está desprovisto de educación va pasando a lo peor, va cayendo más.
Réquiem para la política, ¿o Renacimiento? (Emecé, octubre 2015)