Pablo Ramos, del reconocimiento literario al fenómeno Puccio

El aclamado escritor, quien reedita su novela "El sueño de los murciélagos", habló con Infobae sobre los secretos de su obra, su fascinación por la muerte, y la experiencia como guionista en "Historia de un clan"

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"La escritura es la única misa en la cual puedo comulgar", escribe Pablo Ramos en la dedicatoria que hace al comienzo de su libro de cuentos, "El camino de la luna". Es, tal vez, una declaración de principios de este autor que retrata como nadie la angustia que puede provocar el devenir de la vida. Del que toma retazos de su propia biografía y los completa con la creatividad de la imaginación. Es el mismo que puede citar una y otra vez a Carson McCullers para decir "todo lo que escribo me pasó, o va a pasarme".

Pablo Ramos, el que creció en el Viaducto de Sarandí viendo a Arsenal rodeado de obreros, de un abuelo anarquista y de una madre con la que aprendió a amar el cine. Pablo Ramos, el que está a poco de ver en la pantalla grande la adaptación de su primera novela, El origen de la tristeza. El que aporta su pluma como uno de los guionistas de Historias de un clan, la serie sobre la familia Puccio que dirige Luis Ortega en Telefe. El que conduce un programa en el canal Encuentro. El que llega a la entrevista con una sonrisa que se adueña de todo su rostro de la mano de su novia, Julieta Ortega. El que se siente más músico que escritor. El que se puede emocionar tanto con Luis Alberto Spinetta como con Ayrton Senna, al que se le puede transformar la cara cuando nombra a John Cheever, mientras levanta la voz y afirma que es el "más grande cuentista de la historia de la humanidad".

Pablo Ramos, al que un día la escritora colombiana Laura Restrepo le dijo que se deje de joder y ordene su novela, estuvo en la redacción de Infobae. La excusa fue la reedición de El sueño de los murciélagos, que este mes publicó Alfaguara. En este libro, su personaje Gabriel, el Gavilán, se enfrenta a la crisis del taller mecánico de su padre a mediados de los setenta. La única solución parece ser la que le propone uno de los amigos del barrio, unos años mayor que él: Ir a ver a una bruja que aconseja un conjuro para solucionar su situación. Se trata de sacrificar a un murciélago albino y derramar su sangre sobre la tumba de un santo.

En esta charla, Ramos recorrió su infancia, sus comienzos, su relación con la televisión y su obra, que, según dice, consta de un solo libro que sigue escribiendo.

—Es la historia que le cuenta Gabriel a sus sobrinos en La ley de la ferocidad. Le piden que les cuenten una historia para que se duerman y que sea del abuelo. Y él inventa esta historia con unos datos de una bruja que él había tenido y que mezcla con una mujer. Es una metáfora de lo que es contar. Siempre digo que me puse a contar mi historia y lo único que hice fue cambiar mi historia para siempre, porque era un tipo de 35 años en una pensión cuando me puse a escribir. Ya pensaba que no iba a salir nunca, ni de la pensión ni de esa vida que llevaba, que no era para nada gris, sencillamente era desconocida a los ojos de los demás, pero yo estaba contento. Sin embargo, me puse a escribir El origen de la tristeza y terminé sacando a la luz algo que yo era, un escritor. En La ley de la ferocidad él le cuenta esto, El sueño de los murciélagos y, a la vez, se va enredando y tiene que ir a buscar a la bruja y la bruja le mezcla la verdad con la mentira, que es lo que yo hago cuando escribo. Mezclo los recuerdos con la imaginación, por el simple hecho de esto que decía Jorge Luis Borges: No hay nada más claro que el recuerdo de un sueño para darnos cuenta de que la realidad no existe.

—En realidad la edición, porque ya tenía un montón de páginas escritas, casi quinientas, algunas eran sábanas de la parrilla adonde suelo ir a comer. Me había comprado una máquina de carro ancho para no parar, me compré formulario continuo y uno rollos como de papiro, y un día viene Laura Restrepo a mi casa y me dice: "Tenés una novela y me parece que es extraordinaria, dejá de hablar con todo el mundo de lo que tenés acá y ponete a armarla". Me puse a editarla como a una película. Cuando vi eso, me frené y dije: "Si este tiene que contar una historia para que sea verosímil, mejor la escribo". Y en quince días escribí este libro. Lo escribí y quedó. Yo tenía un asistente que en esa época me pasaba todo a computadora. Él pasa esto y lo manda a Alfaguara como un capítulo más de lo que ellos tenían que compaginar. Lo lee mi editora, me llama y me dice: "Me parece que es una novela extraordinaria para Alfaguara juvenil". Se la da, la leen y me la contratan. Salió y ganó el The White Ravens, que es un premio muy importante en Europa. Me empezaron a llover cheques en dólares y tomó ese camino de novela juvenil, pero nunca tuvo esa intención, fue la intención de que el personaje lo contase a unos chicos, sin embargo, lo puede leer un adulto.

—Total. Vivo a una cuadra de Chacarita y de camino al subte siempre atravieso el cementerio. Limpié tumbas al igual que el padre de Julieta, Palito Ortega, que trabajó de lo mismo de chico y es raro, porque queda una fascinación con la arquitectura de los cementerios.

—Claro, en la primera parte de El origen... me inventé un poco a Rolando, pero era un poco ese Rolando, quien va a estar en mis crónicas, que es un libro que voy a publicar el año que viene y se llama Hasta que puedas quedarte solo, que son crónicas de adictos y en donde hay una crónica en un cementerio. Me ganó de mano Mariana Enríquez con su libro, que es extraordinario. El cementerio es un hábitat en el cual me siento bien. Iba a leer al cementerio de la Chacarita bastante seguido. Siempre fui un pibe que vi muchos espíritus, vivía soñando cosas y viendo gente que estaba muerta. Me pasaba habitualmente y mi mamá se pensaba que tenía un problema. Hasta el día de hoy no sé si era mi imaginación que era desmedida o si realmente los vi. Con mi hermano jugaba a adivinar en los cementerios qué problema tenía una persona o no, le decía si era un hijo, una mujer.

—Y de los que estaban cambiando las flores también. Le decía a mi hermano: "Le está diciendo esto y es la mujer y murió hace bastante tiempo". Me daba cuenta de que cuando me equivocaba, estaba muy desenfocado. Mi hermano se iba a jugar y yo me quedaba mucho con mi mamá viendo cine, era como el chico que admiraban las vecinas, el buen hijo. Era un pollerudo, en definitiva, me gustaba mucho el ambiente de mi mamá y sus amigas.

—También, qué se yo. Por ejemplo, me dan miedo cosas más raras: La luna de noche es algo que no puedo mirar, me da impresión.

—Sí, vomita mi personaje ante la luna y ante el amor. Vomita mucho de chico cuando una persona se besa, porque le parece asqueroso. Que los padres se besen le da mucho rechazo. Igual eso un poco me lo inventé, porque tiene que tener alguna cosita rara tu personaje.

—Un tiempo después lo encontré en las obras completas de Rafael Barrett, que es el único libro, junto con el María Moliner y uno de poemas de Rafael Alberti, que heredé de mi abuelo. Mi abuelo era cantor de tangos y anarquista. Una vez me vino a buscar un 25 de mayo a la escuela, antes te hacían ir al acto y te iban a buscar. Justo el 25 de mayo cumplía años mi papá y hacía el asado en la vereda y mi abuelo me fue a buscar y me pegó un cachetazo porque estaba cantando el himno. Cuando lo vi entrar, comencé a cantarlo más fuerte pensando que se iba a poner orgulloso, pero me dijo: "¡Que sea la última vez que te escucho cantar el himno de la burguesía!". Tiene razón, hoy lo vemos de otra manera, pero si uno lo ve desde la mirada de un anarquista, es el himno de una clase social por sobre otra.

—No, no había una biblioteca, pero era socio de una biblioteca que habían fundando en Valentín Alsina y que todavía hoy existe, en donde refugiaron a Atahualpa Yupanqui y que se llamaba Veladas de estudio después del trabajo. De ahí viene mi idea de los títulos largos, que no tienen que ser El hambre, La noche. Eso es producto de la estetización: Poner un título como un marketing publicitario, un título efectivo y corto. No tiene que ser ni efectivo ni corto el título de una obra. En lo posible tiene que referir o ser la esencia poética de lo que querés transmitir, que es el caso de cuando me preguntan por qué pongo buenos títulos y es porque los pienso de esa manera. A priori son de cinco palabras, menos el primer libro, que era de tres y me fue muy mal. Entonces en El sueño de los murciélagos, en mi historia, sueñan con ser Batman. En una historia que escribí en El camino de la luna los murciélagos sueñan con ser Batman. Ese es el mejor cuento que escribí en mi vida, La fría oscuridad del universo. No voy a volver a escribir nunca más un cuento como ese.

—No te quepa la menor duda, no sé si gran, pero que es el mismo libro, es el mismo libro. Tanto es así que en Los ángeles también deben morir son los de El ángel del bar, que es un cuento con el que en Cuba hicieron un mediometraje. Con esos personajes hice una novela y Gabriel no está, pero, sin embargo, ellos son los que asesinan al Gitano. Preparan doce sicarios que tienen síndrome de down, porque los chicos que tienen síndrome de down no tienen huellas digitales y los preparan y asesinan al Gitano con armas calibre 22. Después los jubilan a vivir entre placeres. El momento en que van a asesinar al Gitano es el momento exacto en el cual Gabriel sale de comprar cocaína en La ley de la ferocidad, ellos lo ven y uno lo conoce del barrio y lo dejan ir. Es el punto de contacto único que tiene para no quedar afuera de ese libro único que estoy escribiendo. ¡Qué bueno que lo leas así! Todos los protagonistas de Cuándo lo peor haya pasado son prototipos del futuro Gabriel.

—Sí y también es La Paternal. Ahora vivo mucho en lo de Julieta y espero que pronto nos mudemos juntos y hay un viaducto también. El terraplén de Palermo, si lo ves de lejos y sacás lo que hay alrededor, es lo mismo, un lugar alto por donde pasa un tren. No conozco época de mi vida en donde no haya escuchado el silbato de un tren, que es muy parecido al de un barco y trae la misma melancolía. La misma melancolía de reencuentro y despedida. Es mucho más hermosa la vía de un tren que la plataforma de un micro o un aeropuerto, que es algo frío y espantoso.

—Fue muy sencillo, porque trabajar al lado de Luis Ortega fue como colaborar y ayudarlo un poco. Es un tipo que la tiene reclara en lo que quiere y busca, además escribe como los dioses. Soy autor junto con él de algo que él tiene claro. Fue muy bueno hacerlo.

—Esa sí que no me la imaginaba. Con la tele me llevo muy bien, imaginate que la mujer de mi vida es actriz y trabaja sobre todo en televisión. La amo con toda mi alma y es lo más hermoso que me pasó en la vida, así que ella me explica un mundo que no entiendo. La tele no se llevó muy bien conmigo porque tardaba mucho en entregar las escenas. Pensé que trabajaba a la velocidad de la luz, porque me pedían en una semana y las entregaba en una semana y media, cuando a mí me piden algo en una semana y lo doy en tres meses. Me querían matar por esos tres días que es mucho dinero. Por supuesto, nunca voy a ser un autor de televisión, no porque no pudiera o porque lo minimice. De la misma manera que no escribo para medios, me lo piden y mucho, pero no lo hago porque es un oficio que necesita estar supeditado a los tiempos y de ninguna manera voy a supeditar mi escritura a eso. Si me siento a escribir y escribo bien, es porque tengo todo el tiempo del mundo para hacerlo, si no, no escribo bien, escribo bastante mal y no podría publicar.

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