La lucha por el poder no es para flojos. Si no, que lo diga Daniel Scioli, que a pesar de estar acostumbrado a las presiones, el viernes sufrió un pico de presión con desmayo, que asustó a todo su entorno, porque hubo que llevarlo a una guardia, donde le hicieron exámenes y le recomendaron reposo, consejo que no estaría dispuesto a acatar justamente ahora, a 40 días de la votación.
Desde tiempos inmemoriales la transición de un ciclo a otro conllevó angustia, violencia y traiciones. La llegada de la democracia, con reglas de sucesión claramente establecidas, permitió sublimar las disputas y concentrar las guerras en lo que se conoce como campañas negativas, donde se apela a los recursos más sucios para minar la confianza del adversario, destruirlo en términos personales, y romper el vínculo con sus electores.
En Argentina, país de democracia joven, el primer intento de campaña negativa lo hizo el radicalismo contra Carlos Saúl Menem, pero la crisis económica era tan grande, que no le hizo mella. Luego el peronismo quiso cobrársela con Fernando De la Rúa, pero el candidato de la Alianza supo curarse en salud y lanzó el spot "dicen que soy aburrido", que lo protegió de la imagen de político débil que se buscaba instalar desde el oficialismo.
Se sabe que el más apasionado cultor de campañas negativas fue Néstor Kirchner, capaz de mandar a incendiar villas y tapar alcantarillas con tal de agobiar a Jorge Telerman, a quien consideraba un enemigo por entonces, o de inventar una causa judicial por tráfico de efedrina contra Francisdo De Narváez.
Pero quien perfeccionó el uso de las campañas negativas en la región es, sin duda, el Partido de los Trabajadores (PT) de Brasil, que bajo las órdenes del publicista João Santana, logró cargarse no tan solo un adversario, sino dos. En efecto, la carismática Marina Silva creció al punto de que se creyó posible que podría desbancar a Dilma Roussef, que iba por la reelección en medio de un proceso económico recesivo e inflacionario, y con fenomenales críticas por el mal manejo interno del Mundial de Fútbol.
Cuando ya arreciaban las denuncias de corrupción contra la jerarquía del partido de gobierno, el equipo de Marina creía que su candidata sería inmune a cualquier campaña en contra, debido a su honestidad y desapego por el dinero. Es verdad que la candidata del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) había gozado de una empatía notable con el electorado luego del accidente del candidato a presidente del PSDB, Eduardo Campos, que la llevó a ocupar su lugar, pero cuando el aparato del PT salió del shock, "el huracán Marina" fue bombardeado con un marketing agresivo, que puso en duda su capacidad para gestionar el país y se instaló una supuesta "inexperiencia". Marina llegó al último debate presidencial hecha un pollito mojado, sin fuerzas para contraatacar, y con la personalidad quebrada.
Cuando ya era claro que Marina no pasaría a la segunda vuelta, el electorado se volcó de lleno a seguirlo a Aécio Neves, un político experimentado que era gobernador de uno de los estados más importantes, formado junto a su tío Tancredo Neves, padre de la transición democrática. No tenía el carisma de Marina, pero sí el temple. Efectivamente, fue el que logró pasar a la segunda vuelta. Igual que la candidata del PSDB, Aécio carecía del fenomenal aparato del Estado, pero con un equipo de comunicación más profesional, estaba convencido de que -por lo menos- podría equiparar la campaña negativa que se le vendría.
Iniciado el período electoral, el PT lanzó una durísima campaña contra Aécio. "Nosotros no pudimos contestarla, porque al tercer día, cuando ya teníamos las piezas publicitarias, el presidente del tribunal electoral prohibió las campañas negativas y el uso de la palabra corrupción, por lo tanto, ellos quedaron con la última palabra", dijo a Infobae el experto Guillermo Raffo, que trabajó en la campaña del líder del PSDB.
Aécio no se quebró. Pero sumado ese episodio al terror de que se eliminarían los planes sociales que el oficialismo sembró entre los sectores más pobres, y respaldada en una economía que mostraba su agotamiento, pero que aún no había desplegado toda su crisis, Dilma logró la reelección.
Massa y Aníbal Fernández se encontraron esta semana para hablar. Ambos llegaron en helicóptero
Algo similar parece estar sucediendo en la Argentina. El aparato de comunicación del Gobierno está lanzado contra Mauricio Macri, el candidato de la oposición que mejor mide en las encuestas, y contra su oferta en la provincia de Buenos Aires, con la que podría sacar a Aníbal Fernández del juego. De hecho, ya perdió al primer candidato a diputado nacional, Fernando Niembro, un alfil muy bien pensado para atraer a los bonaerenses, que desde 1987 vienen votando por el peronismo. Ahora, en el oficialismo tienen preparada una campaña similar contra Ramiro Tagliaferro, candidato a intendente en Morón y esposo de María Eugenia Vidal, la candidata a gobernadora que, como Marina Silva, es inmune a cualquier carpetazo.
Está claro que el objetivo es que Macri y Vidal pierdan el respaldo del electorado, lo que debe estar sucediendo, porque de otra manera no se entiende que Niembro haya presentado la renuncia, un verdadero pasto para las fieras kirchneristas, que ahora saben que estas balas les entran perfectamente a los candidatos de Cambiemos.
El favorecido de la guerra entre los dos candidatos mejor colocados es, obviamente, Sergio Massa. Actúa como el político profesional que es, con fenomenales espaldas que le permiten no darse por vencido ni aún vencido. Está colocado inteligentemente en una campaña de propuestas, esperando ver cómo se cae Macri, y cómo crece él. Un amigo que lo conoce asegura que Massa alguna vez le dijo "estoy blindado" ante cualquier denuncia. Por cierto, actúa como así fuera, con audacia y gran coraje, algo que está reclamando el electorado para animarse a cambiar. Hasta se dio el lujo de conversar con Aníbal Fernández en un encuentro que trascendió porque ambos llegaron a la cita, pomposamente, en helicóptero. Era imposible que nadie los viera.
Más. En el sciolismo lo consideran un mensaje para Scioli, casi como un aviso de quién es el jefe, pasando incluso por encima de Carlos Zannini, incapaz de tomar semejante riesgo. En cambio, los massistas creen que Felipe Solá no tiene por qué enojarse, ya que "hasta en la guerra fría había un teléfono rojo entre Estados Unidos y la Unión Soviética".
¿Es Scioli el tercer enemigo de Aníbal? Estos últimos días, en La Ñata incluso se convencieron de que la campaña negativa por el viaje a Italia en medio de las inundaciones fue promovida por el mismísimo jefe de Gabinete. Tal vez ahí radique su pico de stress y el hecho de que, sin estar del todo recuperado, haya salido a diferenciarse de Carlos Kunkel, para quien un fallo adverso de la Justicia se resuelve interviniéndola, "mire qué fácil".
El líder del Frente Renovador cree que si la campaña negativa contra Macri continúa, él puede alcanzar el ballottage, incluso la Presidencia. Los expertos dicen que para lograrlo, Massa debería llegar a un porcentaje cercano al 35 por ciento, algo que suena imposible, ya que tiene menos del 20% en la mayoría de los sondeos. De otro modo, ni él ni Macri evitarán que Scioli gane cómodamente en la primera vuelta, porque superará al segundo por una diferencia de más de diez puntos.
No parece fácil de vencer un megapoder con vocación de dominarlo todo y recursos económicos infinitos. De todos modos, la agenda de la transparencia electoral puso al oficialismo contra la espada y la pared. Si estuvieran tan seguros de ganar sin fraude, aceptarían volver a votar en Tucumán y también la Boleta Unica Complementaria (BUC) sobre la que sigue insistiendo la Red Ser Fiscal, porque es la alternativa más sencilla y segura para evitar el robo de boletas. Es el Estado el que tiene que garantizar la igualdad de oportunidades de todos los candidatos en los comicios y de los ciudadanos al votar. Ojalá se comprenda así en el Gobierno, y en pocos días haya novedades al respecto.