Nacidos para ser obsoletos

Los objetos electrónicos tienen cada vez menos vida útil. ¿Qué se puede hacer?

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"Ya no hacen las cosas como antes". Probablemente hayas escuchado esta frase más de una vez. Seguramente nosotros mismos hayamos sido autores de esta frase en algún momento. Y es cierto, las cosas realmente no las hacen como antes, sino que están pensadas y de hecho han sido creadas para ser reemplazadas por otras más nuevas.


Si bien esta frase se aplica a gran parte de los objetos de uso cotidiano, en general se suele renegar especialmente contra los electrodomésticos que ya no duran tanto tiempo. Está a la vista que en los últimos años, cuando los artefactos eléctricos se descomponen, repararlos es más costoso que reemplazarlos. Y que esto sea así, no es casualidad.


Los objetos electrónicos que adquirimos tienen una fecha de vencimiento tácita. Sin que nosotros seamos conscientes, lo que compramos tienen impreso una vida útil determinada que está programada de antemano por sus fabricantes. Se trata de un concepto conocido como "obsolescencia programada".


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Esta programación del fin de la vida útil determinada de un producto, viene anticipada desde el proceso de manufactura del mismo. Este punto final, muchas veces determinado incluso durante la fase de diseño de dicho producto, está calculado por el fabricante para que, llegado el momento, el objeto se torne obsoleto, no funcional o inútil.


Ya sea por querer tener "lo último", o porque al artefacto se le acaba su vida útil o bien porque permanentemente aparecen ofertas tentadoras de nuevos productos con características y tecnologías más novedosas, la realidad es que se han transformado los hábitos de consumo.


Mejor dicho, nos han impuesto un cambio de costumbre y cada vez más rápido los artículos electrónicos son reemplazados por otros más nuevos. Lo que ocurre, principalmente, es que el mercado crea una falsa necesidad de urgencia a la hora de ofrecer cambiar nuestra tecnología por otra más nueva.


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En su obra "The Waste Makers", Vance Packard expone este fenómeno y se encarga de hacer una clasificación diferenciando las causas por las que se produce: ­ Obsolescencia de función: cuando el producto sustituye a otro por que es funcionalmente superior. ­ Obsolescencia de calidad: el producto se vuelve obsoleto por un mal funcionamiento programado de fábrica. ­ Obsolescencia de deseo: ocurre cuando el producto aún siendo funcional y no habiendo sustituto mejor, deja de ser deseado por cuestiones de moda o estilo. La sociedad comienza a asignarle valores peyorativos que disminuyen su deseo de compra y fomentan su sustitución.


Cualquiera sea la razón, lo claro es que el fenómeno de la obsolescencia programada no hace otra cosa que beneficiar a los empresarios de la industria electrónica. En la otra cara de la misma moneda vemos que los perjudicados son los consumidores quienes, por razones diversas, no tienen otra salida más que reemplazar cíclicamente un producto por otro.


Mientras tanto, nuestro planeta ve girar la moneda y sufre las consecuencias de un modelo de consumo poco sustentable desde donde se lo mire, que poco a poco se convierte en un gravísimo problema para el medio ambiente. Todos esos artículos en desuso se vuelven desechos que generan toneladas de basura al año. Según estadísticas de la ONU, se estima que cada año en el mundo se generan más de 50 toneladas de basura electrónica y que un porcentaje muy alto de la misma termina desechada en vertederos de países en vías de desarrollo.


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¿Qué podemos hacer para aportar nuestra contribución al mundo?

Lo que sí podemos hacer, es cuidar mucho nuestros dispositivos electrónicos y evitar caer en la publicidad para poder elegir nuestros productos por sus funciones básicas y no por agregados decorativos que incluyen las empresas.


Otra clave está en no comprar artefactos que realmente no necesitamos, y darle un buen estudio al producto antes de consumirlo para no dejarse llevar por los impulsos que promueve el mercado.


Si querés cambiar un aparato porque no funciona, tratá de agotar todas las vías posibles para repararlo. Puede que signifique un costo económico mayor pero es parte de tener en cuenta que al elegir repararlo, estamos decidiendo invertir en un mejor futuro para nuestro planeta.


Si vas a cambiar un producto que funciona, asegurate de que no haya otra persona que lo necesite. Si no se puede reparar el producto, evitá desecharlo junto con la basura común. Consultá siempre con técnicos y reparadores, ya que a ellos podrían darte los repuestos que necesitás.


Y por último, lo más importante es dar el ejemplo. Generar conciencia a través de tus acciones y de cómo elegís consumir. Una manera más feliz e inteligente de adquirir cosas es tener presente que como consumidores tenemos opciones; que podemos elegir.


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