"Todavía nos rondan los fantasmas de las batallas de propaganda que se libraron hace setenta años", dice el experimentado historiador británico en esta obra que iCrítica/i (Paidós, Grupo Planeta) edita por primera vez en la Argentina.
En efecto, estamos acostumbrados a que este trágico conflicto que marcó el siglo XX siga dividiendo aguas hasta la actualidad. Y es sabido que la irreductibilidad de las posiciones suele ser en detrimento de la verdad completa. Bien lo experimentamos en Argentina, donde las versiones sobre la última ruptura democrática y los siete años de dictadura que le siguieron –un acontecimiento mucho menos masivo, violento y prolongado que el que es materia de este libro- siguen aún en la lógica del reduccionismo de los motivos y las culpas.
La distancia temporal –y el aporte de nuevas investigaciones- le permite a Beevor en este caso desmalezar la historia de este conflicto e intentar una mayor aproximación a la verdad.
"Es uno de los pocos conflictos modernos cuya historia la han escrito con mayor eficacia los perdedores"
"La guerra civil española es uno de los pocos conflictos modernos cuya historia la han escrito con mayor eficacia los perdedores que los vencedores", sostiene el autor, quien sin embargo está lejos de negar que la mayor carga de muerte y violencia, de represalias y castigos despiadados, estuviera del lado ganador.
"Durante la guerra civil española las atrocidades cometidas fueron muchas –aclara-, pero conviene (...) tener bien presente el importante papel que jugaron las técnicas de propaganda –positivas y negativas- en el imaginario colectivo durante la contienda y el franquismo, y el que juegan aún en nuestras vidas".
Beevor sostiene que en el inicio del conflicto el bando nacional logró espantar a la opinión pública europea con el relato agigantado del "terror rojo". "Seguramente fueron las atrocidades de significación religiosa las que más se difundieron fuera de España y también las que más se manipularon", dice. Y las que más perjudicaron a los republicanos: "La batalla por la opinión pública mundial no la ganó la República hasta el bombardeo de Gernika, en abril de 1937, cuando ya la guerra estaba perdida para el gobierno republicano".
Pero si la República empezó perdiendo la batalla de la imagen, en los años posteriores eso se revirtió y, al amparo de la victimización y la prolongación en el tiempo de la dictadura franquista, se diluyeron las responsabilidades del bando perdedor.
Beevor reconstruye la dinámica por la cual los elementos más extremistas de cada lado llevaron la voz cantante y ahogaron toda posible moderación: "El proceso de polarización entre 'rojos' y 'blancos' consintió a ambos extremos políticos incrementar su propio poder y manipular la imagen de sus enemigos pintándola con tintes aterradores, cuando no apocalípticos. Las propagandas antagónicas se alimentaron recíprocamente. (...) La divisoria de las nuevas ideologías podía convertir a los hermanos en extraños sin rostro, y a sindicalistas o tenderos en enemigos de clase. Todas las nociones tradicionales de afinidad de grupo y de comunidad local quedaron abolidas de golpe."
"¿Por dónde empezamos? ¿Por el egoísmo suicida de los terratenientes, o por la 'gimnasia revolucionaria' que desataba el miedo al bolchevismo?"
En referencia a las causas a las causas del conflicto, se pregunta: "¿Qué fue antes, el huevo o la gallina? ¿Por dónde empezamos? ¿Por el egoísmo suicida de los terratenientes, o por la 'gimnasia revolucionaria' y la retórica que desataba el miedo al bolchevismo, arrojando a las clases medias 'en brazos del fascismo' como advertían los líderes socialistas más moderados?"
"La izquierda –sigue diciendo Beevor- fue muchas veces tan poco respetuosa con el proceso democrático y con el imperio de la ley como lo fue la derecha. Por supuesto que ambos bandos justificaron sus acciones sosteniendo que, de no haberse adelantado, sus oponentes se habrían apoderado del poder y los habrían aplastado. Pero eso solo demuestra que nada destruye con mayor rapidez el espacio político de centro que la estrategia del miedo y la retórica de la amenaza."
Y saca una conclusión, que, si los hombres aprendieran de la historia a no repetir errores –cosa dudosa- debería convertirse en lección básica de convivencia política y social: "Algunos sostienen que las palabras no matan. Pero cuanto más mira uno al ciclo de odio y recelo mutuos, encizañado por declaraciones irresponsables, más le cuesta creerlo".
Pero también advierte sobre la necesidad de contextualizar el conflicto y no juzgar con categorías actuales, ya que eso impide comprender las motivaciones de los actores y la desmesura de sus gestos: "Es imprescindible hacer brincar a la imaginación para tratar de comprender las creencias y las actitudes de entonces, ya sean los mitos nacional-católicos y el miedo al bolchevismo de la derecha, o la convicción de la izquierda de que la revolución y el reparto forzado de la riqueza iban a llevar a la felicidad universal".
"Algunos dicen que las palabras no matan [pero] ambas partes recurrían a un lenguaje apocalíptico que canalizaba a sus seguidores hacia una salida violenta"
Uno de los más cuestionados por Beevor es el socialista Francisco Largo Caballero, referente de la corriente del PSOE que más se radicalizó en aquellos años, en contraste con la prudencia de su correligionario Indalecio Prieto cuya advertencias no fueron oídas: "[En 1936, en la campaña electoral], ambas partes recurrían a un lenguaje apocalíptico que canalizaba las expectativas de sus seguidores hacia una salida violenta, no política. Largo Caballero había dicho que si las derechas ganaban las elecciones, se iría a la guerra civil abierta. De forma nada sorprendente la derecha reaccionó con una actitud similar. En su opinión, una victoria de la izquierda en las elecciones era el camino que podía conducir a la dictadura del proletariado que Largo Caballero y otros habían prometido".
Este contexto explica que, "pese a la moderadísima composición del nuevo gabinete", los políticos de derecha reaccionaron ante el triunfo electoral republicano "como si los bolcheviques se hubiesen apoderado del gobierno de España". "Les horrorizaba la estampa de los ciudadanos recorriendo las calles de las principales ciudades festejando la victoria, o que empezaron a salir de la cárcel algunos presos políticos incluso antes de que se hubiese promulgado el decreto de amnistía", escribe Beevor.
Izquierda y derecha coinciden –como sucede con gran frecuencia en la historia-en su caracterización del momento: "El problema real con que se enfrentaba el gobierno de centro-izquierda de Azaña nacía de su pacto fáustico con la izquierda dura de los caballeristas, que veía aquel gobierno como el equivalente del régimen de Kerenski en Rusia, cosa que compartía con la derecha".
Se embarcan las fuerzas de izquierda –anarquistas, socialistas y comunistas- en una vía revolucionaria; empiezan a construir sus milicias, dándole argumentos a la Iglesia y a la derecha que asustan con el cuco rojo.
"Prieto, con sensatez, atacaba el 'infantilismo revolucionario' y advertía que los excesos en las calles y los templos chamuscados sólo servían para arrojar a las asustadas clases medias en brazos del fascismo", al tiempo que alertaba de la conspiración de la derecha ya en marcha y apuntaba directamente a Franco, como responsable.
El libro de Beevor se extiende hasta el fin del conflicto que coincide con el inicio de la 2ª Guerra Mundial para la cual la guerra civil de España sirvió de laboratorio de ensayo armamentístico; aprendieron los alemanes y, en menor medida, los estalinistas. Alemania puso allí a prueba allí su poder de fuego aéreo y antiaéreo.
"Franco no ganó por sí solo la guerra. Los jefes republicanos la perdieron, desperdiciando el valor y el sacrificio de sus tropas"
El libro también consigna a la Segunda Guerra Mundial como continuidad del combate para muchos republicanos españoles, que se alistaron tanto en la resistencia como en los ejércitos regulares que combatían al EJE, los avatares del exilio español, y los intentos iniciales de los dirigentes republicanos desterrados de conformar gobiernos de unidad en el exilio o de llegar a pactos más amplios para obtener una amnistía. Intentos frustrados en parte por el mismo espíritu sectario que los había llevado a la guerra civil. O al menos a no tratar de evitarla.
"El general Franco no ganó por sí solo la guerra. Fueron los jefes militares republicanos quienes la perdieron, desperdiciando miserablemente el valor y el sacrificio de sus tropas", es una de las conclusiones de este libro.
Si bien Beevor escribe con un estilo de divulgación, de fácil lectura, y hace gala de un admirable poder de síntesis para reseñar un episodio tan complejo como éste, su libro es también académicamente riguroso.
Del total de sus 900 páginas, algo más de 200 están consagradas al aparato erudito, de gran utilidad para situarse en tiempo y espacio.
A las notas y la bibliografía de rigor en este tipo de trabajos, se suma un índice alfabético y una cronología paralela de los acontecimientos en España y en el mundo. Además, una buena veintena de mapas ayuda a situarse espacialmente y seguir la evolución de los contendientes en el terreno. Y las fotografías intercaladas en el texto son totalmente pertinentes al relato.
En concreto, La Guerra Civil Española de Antony Beevor puede ser tanto lectura entretenida como obra de consulta. Eso sí, los hechos que narra no dejan indiferente al lector ya que interpelan la conciencia por lo que dicen acerca de la naturaleza del hombre y su capacidad al parecer infinita de dañar a sus semejantes. Una capacidad que alcanza su paroxismo en esta clase de conflictos, todavía cercanos en el tiempo, y en el caso del lector argentino, también en el sentimiento, por los lazos que nos unen a España.
[iCrítica /iacaba de lanzar en Argentina otras dos obras de Antony Beevor: iStalingrado/i y iLa última apuesta de Hitler/i]