La creación de la UBA, una historia de visión de futuro y tenacidad

Gracias a los esfuerzos del gobernador bonaerense Martín Rodríguez y su secretario Bernardino Rivadavia, quienes trajeron al país a múltiples expertos en el ámbito educativo, el proyecto se convirtió en una realidad. A 194 años de su fundación, rescatamos los entretelones

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Los proyectos borbónicos y del Congreso de Tucumán. La crisis del año XX. El Gobierno del Gral. Martín Rodríguez y su "feliz experiencia". El vertiginoso ritmo del ministro Bernardino Rivadavia. La designación de Antonio Sáenz: el primer rector.. Todos estos ingredientes forman parte de las distintas peripecias para la creación de la primera universidad patria, que esta semana cumple un nuevo aniversario.


La primera Batalla de Cepeda tuvo lugar el 1º de febrero de 1820. Combatieron las tropas que respondían al director supremo, don José Casimiro Rondeau, y las montoneras federales conducidas por los caudillos litoraleños Francisco Ramírez y Estanislao López. El enfrentamiento duró solo diez minutos y resultó en una clara victoria de los aliados federales y un completo desbande del ejército nacional. Diez días después, renunciaba el director y se disolvía el Congreso de Tucumán, que funcionaba desde 1816. Desaparecía toda organización nacional en las Provincias Unidas. El país caía en la anarquía. Cada provincia quedó librada a su suerte. Era el "Sálvese quien pueda".


Buenos Aires entró en una seguidilla de Gobiernos efímeros, que duraban apenas días. Esta inestabilidad concluyó cuando el 26 de septiembre de 1820 la Junta de Representantes designó como gobernador, por un término de cuatro años, al Gral. Martín Rodríguez, héroe de las invasiones inglesas, de participación relevante en los días de mayo y veterano del Ejército del Norte. Su gestión significó el fin de la anarquía en Buenos Aires. Bajo su mandato impuso el orden y el progreso, inauguró una etapa conocida como la "feliz experiencia" de la autonomía provincial, dentro del contexto de una nación que intentaba revivir, luego de haber desmantelado sus instituciones.


Rodríguez designó al extriunviro Bernardino Rivadavia en el Ministerio de Gobierno y Relaciones Exteriores. Sin embargo, don Bernardino se encontraba en misión diplomática en Europa desde el año 1815, en el que había viajado con su amigo, el Gral. Manuel Belgrano. Anoticiado de su designación, debió apurar su regreso. El flamante ministro recién pudo asumir el 17 de julio de 1821. Volvía con una vasta experiencia, después de haber vivido tantos años en el Viejo Mundo. Con un ritmo vertiginoso, se abocó a realizar una serie de importantes reformas, con el apoyo del grupo gobernante, que se conoció como el "partido del orden".


Sus objetivos eran: alcanzar la paz interna en la provincia y concluir las luchas civiles con las demás, a la vez que impulsar una administración moderna y eficiente, tomando como referencia experiencias e instituciones que funcionaban en los países más desarrollados. En su discurso de asunción, el ministro anunció los lineamientos de su gestión: "La provincia de Buenos Aires debe plegarse sobre sí misma, mejorar su administración interior en todos los ramos; con su ejemplo llamar al orden los pueblos hermanos; y con los recursos que cuenta dentro de sus límites, darse aquella importancia con que deberá presentarse cuando llegue la oportunidad deseada de formar una nación".


Así, impulsó una ley de olvido: amplia amnistía para los acusados de delitos políticos en el pasado, suprimió el tradicional Cabildo de Buenos Aires, visto como una institución colonial anacrónica, que ya no tenía razón de ser, creó la Bolsa de Comercio, sancionó una ley de sufragio universal de avanzada, e impulsó una importante y controvertida reforma eclesiástica, entre otros.


Rivadavia trajo varios sabios y expertos en los diversos ámbitos del conocimiento cultural, artístico y científico de entonces: el matemático mexicano José Lanz, el naturalista francés Aimé Bonpland, los físicos y astrónomos italianos Pedro Carta Molino y Octavio Fabricio Mossotti, el publicista e historiador napolitano Pedro de Ángelis, el ingeniero saboyano Charles Henri Pellegrini, los artistas itálicos: Virgilio Ravaglia y Antonio Picazzarri, el arquitecto francés Próspero Catelin. Muchos de ellos le serían de invaluable aporte para el nuevo proyecto que el movedizo Bernardino traía entre manos.


Por influencia de Belgrano, el Consulado de Buenos Aires había abierto una escuela de dibujo, esencial para formar militares y marinos. José Guth era un artista suizo, puesto al frente de esa vieja escuela. Dos italianos: Carlos Zucchi y Pablo Caccianiga proyectaron la creación de una nueva escuela de artes. Don Bernardino invitó, también de Inglaterra, al imprentero John Beech, que trajo al Plata la primera máquina litográfica.


El ritmo del ministro era vertiginoso y tenía un sueño que quería plasmar cuanto antes. A pesar de haber sido capital del Virreinato, Buenos Aires jamás pudo contar con una universidad. Si en algo Córdoba osaba rivalizar con Buenos Aires era por el lustre y el prestigio que le daba su Casa de Altos Estudios (fundada en 1613). Los jóvenes de la pujante metrópolis porteña debían viajar a realizar sus estudios superiores a Córdoba, a Charcas (la mayoría) o a la prestigiosa Universidad de San Felipe (Santiago de Chile). Los menos, se podían dar el lujo de estudiar en Lima o Europa.


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El propio virrey don Juan José de Vértiz y Salcedo, a poco de creado el Virreinato del Río de la Plata, propuso al rey crear una Universidad en Buenos Aires, aprovechando que la reciente expulsión de los jesuitas le dejaba toda la actual "manzana de las luces" liberada y disponible, con todo el bagaje cultural, científico y bibliográfico acumulado por la Compañía de Jesús. La propuesta fue aprobada por Madrid. Sin embargo, problemas burocráticos y de tirantez entre las distintas órdenes religiosas hicieron dormir el proyecto durante la colonia. Dirían el gobernador Martín Rodríguez y su ministro Rivadavia: "Desde el año de 1778 estaban expedidas las órdenes para el establecimiento de la Universidad en esta ciudad, y la más remarcable indiferencia del Gobierno metropolitano las había sepultado en el olvido".


Desde 1816, el diputado al Congreso de Tucumán por la provincia de Buenos Aires, doctor Antonio Sáenz, líder de la bancada porteña, elaboró planes de estudios, proyectos de reglamentos y estructura administrativa de la nueva universidad. Sin embargo, la inestabilidad política del Gobierno directorial de Pueyrredón impidió concretar sus planes. Así aludirían Rodríguez y Rivadavia a este otro antecedente: "Excitado el supremo directorio ejecutivo por las instancias de muchos ciudadanos, amantes de la ilustración y del progreso de su país, propuso al congreso general en 1819 la erección de este establecimiento literario; y opinando que se hallaba bastantemente facultado a fundarlo por sí solo, manifestó que deseaba la cooperación de aquel cuerpo soberano para colmar de autoridad la ejecución de un pensamiento tan benéfico. El congreso general adhirió sin demora a la propuesta, acordando que se procediese luego a la erección, dándole las formas provisionales, el gobierno, y cuidando de remitirlas para su aprobación a la primera legislatura. Las calamidades del año veinte lo paralizaron todo, estando a punto ya de realizarse".


Entonces, aprovechando el trabajo de Sáenz, el 9 de agosto de 1812, a escasos veintitrés días de haber asumido como ministro, Rivadavia y el gobernador Rodríguez emitieron un edicto de erección de la flamante Universidad: "Habiéndose restablecido el sosiego y la tranquilidad de la provincia es uno de los primeros deberes del Gobierno entrar de nuevo a ocuparse de la educación pública y promoverla por un sistema general, que siendo el más oportuno para hacerla floreciente, lo había suspendido la anarquía, y debe desarrollarlo el nuevo orden. Animado de estos sentimientos resolví llevar a ejecución la fundación de la Universidad". En justa decisión, se designó al padre Antonio Sáenz como primer rector, seguramente era el hombre que, en la época, conocía más del tema universitario.


Cuenta un testigo que la solemne ceremonia de inauguración de la Universidad de Buenos Aires tuvo lugar a las cuatro y media de la tarde del día 12 de agosto de 1821: "En el templo de San Ignacio (lugar tradicional de las grandes fiestas de la inteligencia), cuyas avenidas, naves y tribunas rebosaban en gentío, ansioso de ver por sus ojos aquella constelación de doctos brillando a la luz reflejada por las lentejuelas y abalorios de capirotes y bonetes. Esta faz de la ceremonia era la más al alcance de la generalidad de los espectadores, aunque no faltarían entre ellos padres serios y madres tiernas, cuyos ojos se humedecerían de entusiasmo al considerar la nueva honra a que podían aspirar sus hijos. Jamás un establecimiento ni una función pública -dice un testigo ocular, redactor del periódico Argos- 'ha tenido un séquito tan interesante y numeroso; el pueblo se hallaba verdaderamente encantado de alegría, y ha dado a conocer hasta qué grado es entusiasta por las letras'. En aquel día, la ciencia se dignificaba; se despertaba el estímulo por el estudio y se mostraba claramente, por la autoridad de Buenos Aires, cuán grande debe ser el respeto que rinden los Gobiernos bien intencionados a la inteligencia cultivada".


Juan María Gutiérrez relata: "A la hora ya indicada se presentó el gobernador, Martín Rodríguez, a la puerta del templo, acompañado de sus cinco ministros, del cuerpo diplomático y de todas las autoridades eclesiásticas, civiles y militares, siendo recibido allí por una comisión de miembros de la Sala de Doctores. Otra comisión llevó sobre un almohadón de tela de damasco y de oro, hasta el asiento de S. E., el edicto original de erección de la Universidad. Mientras esto tenía lugar, entraban en la iglesia, formados en dos alas, los treinta y seis miembros presentes del claustro, presididos por el tribunal literario encabezado por el rector, don Antonio Sáenz".


Así nacía la primera universidad patria, la cual junto con la Casa de Trejo se constituirían en las decanas de las universidades argentinas, semillero de las que vendrían después y conocemos hoy.


El autor es abogado e ingeniero. Autor de diversos libros sobre historia argentina.
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