Uno de los episodios de la historia argentina más emblemáticos de fines del siglo XIX fue la insurrección armada conocida como la Revolución del Parque, que desembocaría en la conformación de un importante partido político todavía: la Unión Cívica Radical.
El 12 de octubre de 1886 Julio Argentino Roca entregó la banda presidencial a su sucesor y concuñado, Miguel Juárez Celman. A poco de asumir, el flamante mandatario, que provenía de una familia aristocrática cordobesa, empezó a distanciarse de los consejos y de la influencia de su predecesor, pretendiendo obtener, para sí, el mayor cúmulo de poder posible. Asumió, junto con la Presidencia, la titularidad del oficialista Partido Autonomista Nacional; lo que motivó a sus opositores a calificar de unicato a su gestión, como denuncia del autoritarismo del nuevo Presidente, que concentraba en sí mismo tanto la jefatura de la nación como la del partido en el poder.
Confrontó abiertamente con su concuñado al ordenar la intervención federal de varias provincias donde Roca tenía partidarios. El tucumano, en represalia, lo llamó "vil y ruin". Juárez Celman empezaba a acumular rivales de fuste. Continuó su importante prédica anticlerical, como lo hiciera cuando gobernaba Córdoba, años atrás. Ello significó la oposición de importantes sectores católicos, encabezados por José Manuel Estrada y Pedro Goyena. Los opositores empezaron, entonces, a reunirse en distintas parroquias porteñas, donde eran bienvenidos.
El 3 de noviembre de 1887 el Gobierno sancionó la ley de bancos nacionales garantidos, por la cual autorizaba a los bancos a emitir billetes a cambio de realizar un depósito en oro en el Tesoro Nacional; por el cual, se entregaban títulos públicos contra los que la entidad bancaria emitía moneda. La irresponsabilidad fiscal y la desmesurada emisión dispararon una inflación descontrolada. Los bancos de las provincias de Tucumán, Salta, Mendoza y Buenos Aires, entre otros, emitieron moneda de curso legal. Este festival de emisiones provinciales y privadas se detuvo recién en 1890, cuando el Gobierno de Carlos Pellegrini estableció una Caja de Conversión.
A partir de 1888 se fue agravando la crisis económica. Comenzaron a sucederse huelgas, fenómeno hasta entonces desconocido en el país. Acusaciones de corrupción y de negocios espurios cayeron sobre el Presidente y su círculo. Se le criticaron algunas privatizaciones llevadas a cabo bajo su mandato, así como su persecución a opositores y sectores religiosos. La enorme inflación golpeaba en los bolsillos de la ciudadanía y el descontento reinaba en la opinión pública. El Estado se endeudaba irresponsablemente y el ingreso de capitales especulativos a la Bolsa de Comercio porteña hizo subir artificialmente los valores de los papeles. Los bancos empezaron a sufrir crisis de pagos y hacia fines de 1888 quebró el Banco Constructor de La Plata.
En junio de 1890 el Estado argentino entró en cesación de pagos. El principal afectado fue el legendario Baring Brothers Bank, que admitió haberse equivocado al invertir en la burbuja especulativa argentina, y, a partir de ese momento, los capitales dejaron de fluir hacia el país. Empezó una importante corrida bancaria y bursátil que desplomó los valores de la Bolsa y dejó a varios bancos en estado desesperante. El Estado nacional y algunas provincias dejaron de pagar a los bancos garantidos y así se terminó de gestar la tormenta perfecta para el Burrito cordobés, como llamaban sus enemigos al Presidente.
El abogado Francisco Barroetaveña, desde el diario La Nación, condenaba la arbitrariedad y los abusos del régimen, mientras que llamaba a los jóvenes a oponerse a sus designios. El 1 de setiembre de 1889 convocó a un gran mitin en el Jardín Florida (en la intersección de las calles Florida y Córdoba, en Buenos Aires). Con la multitudinaria convocatoria juvenil de entonces se constituyó la Unión Cívica de la Juventud, en contraposición al Partido Autonomista Nacional, conducido por el primer mandatario. Este nuevo movimiento empezó a organizar mitines opositores por doquier.
El 15 de diciembre de ese año, los cívicos fueron atacados al salir de un mitin por grupos armados partidarios del Gobierno y reprimidos por la Policía. Esto llevó a los futuros dirigentes radicales Aristóbulo del Valle, Leandro N. Alem y Mariano de María a tramar un golpe de Estado para deponer a Juárez Celman.
Alguien consideró importante atraer al ex presidente, don Bartolomé Mitre, quien con su prestigio influenciaba a las Fuerzas Armadas y contaba con una tribuna como La Nación; esto lo hacía un personaje fundamental en la trama. A tal fin, decidieron contactarlo por intermedio de su amigo, el general Manuel J. Campos, recién llegado de Europa, quien respondió: "Cuenten conmigo y avísenme en el momento oportuno", asegurando así la parte militar del movimiento.
Urgía armar un movimiento político más amplio para dar cabida a todos los opositores al juarismo. Ello tuvo lugar en otro importante mitin celebrado el 13 de abril de 1890 en el Frontón Buenos Aires (sobre calle Viamonte, entre Libertad y Cerrito), donde se fundó la Unión Cívica. Allí convergieron los activistas católicos (Pedro Goyena y José Manuel Estrada), los viejos conservadores desplazados del poder (Bartolomé Mitre, Bernardo de Irigoyen, Vicente Fidel López), los cívicos juveniles (Francisco Barroetaveña), el legendario general Juan Andrés Gelly y Obes, los futuros radicales (Aristóbulo del Valle, Leandro N. Alem y Mariano de María). El acto terminó con una gigantesca marcha hacia Plaza de Mayo, encabezada por Mitre, Alem, Estrada, Vicente F. López y Del Valle tomados del brazo. El resultado fue la renuncia masiva de todos los ministros de Juárez Celman, impactados por la magnitud de la movida que se avecinaba.
El siguiente paso fue conformar una junta revolucionaria para dirigir el movimiento, que entró en combinación con la Logia de los 33 oficiales, grupo secreto del Ejército que daría apoyo armado a la sublevación. Uno de los miembros de esta logia era un subteniente salteño de veintidós años llamado José Félix Uriburu (quien curiosamente depondría a su camarada de la Revolución del Parque, Hipólito Yrigoyen, cuarenta años después). La logia prometió el apoyo de dos regimientos de infantería, uno de artillería, un batallón de ingenieros, una compañía, algunos cadetes del Colegio Militar y unidades de la Armada.
El 29 de mayo de 1890, el senador Aristóbulo del Valle denunció la circulación de emisiones clandestinas de papel moneda como causante de la crisis. Esta denuncia tuvo gran repercusión mediática y arrojó mayor descrédito sobre el Gobierno. El 18 de julio el general Campos, jefe militar del golpe, se reunió con sesenta oficiales del Ejército y la Marina para comunicarles el plan de acción.
La revolución estallaría el 21 de julio de 1890 a las 4 am en el Parque de Artillería (donde hoy queda el Palacio de Tribunales de Buenos Aires, en Talcahuano, entre Lavalle y Tucumán). Allí se instalaría la Junta Revolucionaria, desde donde se comandarían las operaciones. Simultáneamente, la Armada bombardearía el cuartel de Retiro y la Casa Rosada. Entre tanto, milicianos armados capturarían al presidente, al vicepresidente, al presidente del Senado (Julio A. Roca) y al ministro de Guerra, Gral. Nicolás Levalle. Luego, cortarían las comunicaciones postales, telegráficas y ferroviarias.
Al día siguiente, Campos y otros oficiales golpistas fueron detenidos. Se corrió la versión de que el expresidente Roca se habría entrevistado con Campos para convencerlo de hacer fracasar la trama. Pocos días después, Campos ya estaba libre y en condiciones de encabezar el movimiento, que se postergó para el 26 de julio. A la madrugada de ese día llegaron al arsenal del parque cientos de efectivos y ciudadanos complotados. Adentro se encontraron personalidades que después serían célebres: Juan B. Justo, Marcelo T. de Alvear, Hipólito Yrigoyen, Lisandro de la Torre y José F. Uriburu.
Dentro del edificio Alem se sentía ya presidente. Los civiles complotados empezaron a lucir boinas blancas, antes de apostarse con las armas que acaban de sacar del parque, en los edificios de las proximidades. Este atuendo llegaría a ser luego distintivo característico del radicalismo.
El Parque de Artillería parecía una fortaleza. Se formaron barricadas y cantones en las proximidades. Ante el cariz de los acontecimientos, Roca y Pellegrini aconsejaron a Juárez Celman abandonar la capital, dejar la defensa en manos del Gral. Levalle y del vicepresidente. Durante el sábado 26 y el domingo 27 de julio tuvieron lugar choques armados importantes en las proximidades de la Plaza Lavalle. Se luchó también en algunas unidades de la Marina.
En un momento álgido de la lucha, el Gral. Campos no arremetió con ímpetu contra el cerco que las tropas oficiales estaban tendiendo a las revolucionarias. Yacían varios centenares de muertos en las calles. Los líderes de la asonada discutían y no se ponían de acuerdo. Ese domingo se hizo un alto el fuego. Los mitristas y antiguos conservadores querían llegar a un arreglo con el ex presidente Roca. Los jóvenes dudaban. Los futuros radicales querían continuar la lucha. Para el 28 de ese mes los alzados pidieron un armisticio que Pellegrini se apresuró en conceder. El 29 se firmó una capitulación en el Palacio Miró. Leandro Alem y algunos cívicos fueron los últimos en salir del parque, totalmente desairados.
Al retornar Juárez Celman a la capital, privado de todo apoyo político, debió renunciar y retirarse a la vida privada. Completaría su mandato el vicepresidente Carlos Pellegrini. Al tiempo, las diferencias entre la facción mitrista y los seguidores de Alem hicieron eclosionar la Unión Cívica, que terminó partiéndose en dos: Unión Cívica Nacional, los primeros y Unión Cívica Radical, los últimos.
La Revolución del Parque significó el nacimiento del partido político más antiguo de la República Argentina, con vigencia hasta el día de hoy. Sin embargo, habría que esperar otros veintiséis años para que este alcanzara el poder, de la mano de uno de los más encumbrados revolucionarios del parque, don Hipólito Yrigoyen.