A solo media cuadra de donde cursé mis estudios universitarios, en la avenida Callao entre Tucumán y Lavalle, atendía al público la hoy extinta editorial Plus Ultra. De vez en cuando, para llenar las ocasionales horas libres entre una materia y otra, me acercaba a recorrer su extenso local colmado de mesas y estanterías. Cierta tarde, un pequeño volumen atrajo mi atención. El título prometía un "Plan revolucionario de operaciones". Su autor era Mariano Moreno, el secretario de la Junta de Mayo de 1810. Leer de primera mano lo que tenía para decir sobre el origen de nuestra república uno de sus principales protagonistas me resultó tentador. No imaginé que sería el comienzo de un desafío sorprendente y perdurable.
Al finalizar la pesada y a la vez asombrosa lectura, me surgió una pregunta apremiante: ¿era realmente de Mariano Moreno ese plan de operaciones? El documento aparecía plagado de una pueril violencia que era justificada con un lenguaje innecesariamente crudo. La política de conquistas allí propuestas era a todas luces ilusoria. El estilo, por otro lado, tampoco coincidía con el que había utilizado Moreno en el resto de sus escritos.
Luego de haber leído a los contendientes de un bando y de otro, me convencí de que ninguno había logrado llegar a la verdad plena. Muchos de ellos presentaban argumentos lógicos y bien fundados. Seguramente, una parte de la razón los acompañaba. No eran pocos los que habían aportado elementos de juicio relevantes, pero nadie, a mi entender, habíalogrado resolver del todo el problema de la autenticidad del documento.
Sin embargo, había algo que perturbaba mi convencimiento inicial. Existía un elemento del plan que no terminaba de cuadrar del todo con mi hipótesis. Podía comprender por qué alguien se había tomado el trabajo de escribir cláusulas bien concretas buscando cierto fin, pero no me imaginaba a un falsificador sentado a la luz de la vela en su gabinete escribiendo el exordio del Plan con todas sus consideraciones generales sobre las revoluciones. Era un discurso que, a mi entender, no podía ser de un imitador común. No se correlacionaba con la psicología del personaje ni tampoco con el esfuerzo que requería escribirlo. Se necesitaba cierta versación en política e historia.
Mientras tanto, creo que la posibilidad de que Moreno sea el autor del escrito se aleja cada vez más. Será mucho más fácil imaginar, ahora, a los falsificadores "a la luz de la vela en su gabinete" pergeñando el famosísimo escrito.
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