Hay algo fascinante en Rusia. ¿Un país europeo? ¿Un país asiático? Con seguridad, un gigante entre dos mundos. ¿O acaso es Rusia, como sostienen los euroasianistas, algo más que un país o una nación, es decir, una "civilización" en si misma, un modelo tradicionalista y alternativo al relativismo cultural occidental?
Con su interminable geografía, sus armas nucleares, su poder de veto en el Consejo de Seguridad y su influencia política, energética e histórica en zonas cruciales del mundo, Rusia es una realidad insoslayable de la realidad global. Nunca tan fuerte como aparenta, nunca tan debil como aparece, como habría dicho Bismark, Rusia ha resurgido en los últimos años como un protagonista central del mundo actual.
Pero, ¿cuál es la verdad del país que gobierna el político más polémico del mundo actual? Vladimir Putin, ¿es el héroe que reinstaló la grandeza del país después del colapso del imperio soviético y la humillación al orgullo nacional en los años noventa, o la bestia negra que pintan a diario las editoriales de los principales periódicos de Occidente? La reciente crisis en Ucrania, con la inquietud que la actitud de Rusia ha despertado en Occidente, vuelve plenamente vigente la necesidad de comprender las claves de su historia.
Nada de lo que está sucediendo en Rusia puede ser entendido sin tener presente la realidad de una nación con una entidad histórica, llena de complejidades, transformaciones y contradicciones, eternamente atrapada entre dos tensiones: la modernidad europea y el apego a la tradición. Lo que sucede hoy en Rusia es inseparable, naturalmente, de los sucesos que determinaron el colapso del sistema soviético en 1989/91. Como también dichos hechos, traumáticos y precipitados, tienen causas más profundas. La clave de este resurgimiento se encuentra en la era-Brezhnev (1964-1982), entendiendo que allí se formaron los hombres que hoy gobiernan la Rusia de nuestros días. A lo largo de estas cinco décadas vemos episodios centrales como la caída de Kruschov, la represión de la Primavera de Praga, el período de la Detente, la invasión a Afganistán, el surgimiento de la "gerontocracia" del Kremlin, el inmovilismo de fines de los setenta, los interregnos de Andropov y Chernenko, la llegada del reformisa Gorbachov, la Perestroika y la Glasnost, el abandono soviético de Europa del Este a fines de los ochenta, los hechos decisivos del crucial año 1989, la aceleración de los acontecimientos que desembocarían en el desmembramiento de la Unión y la disolución de la URSS para dar paso los traumáticos años 90, en los que Rusia experimentará el paso de la noche a la mañana del sistema de planificación total a la apertura indiscriminada de su economía, las privatizaciones, el surgimiento de los oligarcas, el default de 1998 y la inesperada y aparentemente inexplicable llegada al poder de Vladimir Putin en la última noche del siglo.
Pero también indagamos en las claves profundas para comprender este país: la dependencia de la renta energética, la obsesión por la Seguridad y la Defensa de un país que se ve a si mismo como una inmensa planicie sometida al peligro real o potencial de una invasión extranjera, convicción confirmada en los últimos dos siglos por la invasión napoleónica de 1812 y la de la Alemania nazi en 1941, pero también la nación orgullosa de su estatus de superpotencia, la venganza de Moscú y del pasado sobre San Petersburgo, símbolo de una Rusia que había optado por Europa contra la tradicion rusa, la tensión permanente entre la anarquía y la dictadura, que parecen convertir a Rusia en el país cuyo pasado es impredecible. Pero al mismo tiempo, la esperanzadora idea de la Rusia inacabada, es decir, abierta a todos los progresos, en palabras del gran Pushkin.
La Rusia de los tiempos recientes nos lleva a sumergimos en las personalidades de los dos más grandes actores de este drama, Mikjail Gorbachov y Vladimir Putin, dos hombres que han merecido juicios tan disímiles en su país como en Occidente. Comprender las claves profundas de la historia rusa puede ayudar a entender hacia dónde se dirigirá el gigante. Estudios recientes sobre el desempeño de los servicios de inteligencia del primer país de la tierra, los EEUU, permiten conocer que ni siquiera los miles de millones de dólares de contribuyentes norteamericanos lograron que la CIA acertara correctamente en la comprensión de las que eran fortalezas y vulnerabilidades de la Unión Soviética.
En momentos en que en los gabinetes, en la academia y en la prensa internacional se debate si el mundo marcha inexorablemente a una nueva Guerra Fría, entender Rusia resulta una materia fundamental para aproximarnos a la realidad global. Por otra parte, entender a Putin es entender a Rusia y entender a los rusos. Y entender a los rusos frente a Occidente es, tal vez, entender que el mundo, simplemente, es como es. Las reglas de la Historia enseñan que la paz y la prosperidad global suelen asentarse más en la comprensión y aceptación de las grandes tendencias históricas y culturales que en pretender modificarlas a nuestro antojo.
La historia rusa enseña que existe una relación casi lineal entre el precio del petróleo y el grado de firmeza de la política exterior de Moscú. Así, la abundancia de petrodólares que inundó a la Unión Soviética en los años setenta como consecuencia de los dos shocks petroleros derivados de la crisis árabe-israelí de 1973 y la crisis iraní de 1979 desembocó en la decisión del Politburó de Brezhnev de invadir Afganistán en diciembre de ese año, el superboom de los commodities de la década del 2000 condujo a la tajante postura del Kremlin de Putin/Medvedev en su política en la crisis con Georgia en agosto de 2008. Asimismo, la historia política del país muestra que a lo largo de su historia, desde los zares hasta hoy, pasando por siete décadas de totalitarismo comunista, Rusia entiende su interés nacional con los ojos de una gran potencia. De ahí su conducta respecto a su zona de influencia en la que se ve a sí misma con derecho a controlar las situaciones geopolíticas a los efectos de evitar amenazas a su soberanía.
En ese plano, además, el comportamiento ruso obedece al trauma de un país que se observa a sí mismo como una inmensa planicie sometida a la potencial invasión de fuerzas extranjeras, convicción que se vio ratificada de manera dramática al punto de arriesgar la supervivencia del país al menos dos veces en los últimos dos siglos: con la invasión napoleónica de 1812 y la de la Alemania nazi en 1941.
Por último, Rusia no se ve a sí misma si no está en la primera fila de los acontecimientos mundiales, una realidad inexorable en virtud de su tamaño, su potencial de recursos, su arsenal nuclear, su veto en el Consejo de Seguridad y el peso de su historia de gran potencia, visión que se vio alimentada en la última década en el marco de una creciente declinación relativa de Occidente en el plano de la economía global, ante el surgimiento de potencias no-occidentales como China, India y la propia Rusia. Es en esta visión en que debe entenderse el accionar interno y externo de las autoridades de la Federación Rusa, en su promoción de un mundo "multipolar", en el que Rusia está llamada a ofrecer una alternativa política, cultural y espiritual de base euroasiática a la civilización occidental liderada por los EEUU y Europa dejando atrás el "momento unipolar" (1991-2008) en el que los Estados Unidos subsistieron como única superpotencia después del fin de la Guerra Fría.
Dado que en el análisis de los acontecimientos en Rusia es insoslayable lo ocurrido en 1989/91 con la caída del Muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética, corresponde comprender que para los rusos, y en especial para el aparato de seguridad y defensa del país, la pérdida del imperio en Europa del Este ha sido un trauma que ha convertido a Gorbachov en una figura detestada adentro de su país, mientras es admirado en Occidente.
Rusia, con su presencia histórica, su inmenso tamaño y su voluntad política de gran potencia está llamada a ser un actor global en el mundo del futuro. Su relativa menor significación en los años 80 y 90 fue, en rigor, una curiosidad histórica que luego corrigió. A su vez, los intereses de largo plazo de Occidente estarán mejor protegidos a través de una política realista y paciente que propenda a una relación respetuosa de cooperación y consideración respecto a esta realidad política e histórica. Los dirigentes políticos adquieren la estatura de estadistas cuando logran maniobrar con habilidad el curso de los acontecimientos en pos de los intereses de largo plazo, en medio de un contexto que no eligen ni controlan, y que está gobernado por las profundas tendencias de la historia.