El argentino es reconocido a nivel mundial como uno de los grandes talentos de la arquitectura. En la actualidad vive en Estados Unidos, desde donde su firma Pelli Clarke Pelli Architects diseña los proyectos más destacados del globo. Carismático, generoso y humilde, el tucumano brindó a Infobae su mirada acerca de la arquitectura contemporánea y compartió los hitos de su carrera.
Yo tuve que decidir qué carrera seguir a los 16 años, cuando estaba en el Colegio Nacional. No tenía una idea clara de qué quería hacer con mi vida. Viendo qué ofrecía la Universidad Nacional de Tucumán, supe que había una nueva carrera, de la cual no sabía nada. Se llamaba Arquitectura. Los cursos que ofrecían eran sobre arte, dibujo, historia, todas disciplinas que me interesaban. Yo era muy joven, como dos años menor que mis compañeros, así que pensé que podría dedicarle un año a probar esta carrera. Así entré en Arquitectura, y me gustó desde un principio, aunque en ese momento la enseñanza estaba basada en L'École des Beaux-Arts, un sistema muy estructurado.
Había cosas lindas, comprábamos esos papeles gruesos, prensados, alemanes, los lavábamos, los pegábamos en los tableros, se estiraban, quedaban preciosos. Dibujábamos con tinta china y después se podía borrar y se los lavaba y se los sellaba con alumbre. Yo tenía facilidad para estas cosas, pero veía que los estudiantes de los años más avanzados estaban diseñando urnas, templos, palacios, que no me imaginaba para qué me iban a servir en Tucumán (risas).
A fines de primer año por suerte aparecieron dos arquitectos jóvenes de Buenos Aires, Eduardo Sacriste y Horacio Caminos, y al año siguiente vino Jorge Vivanco. Ellos tres cambiaron completamente la dirección de la escuela. Ya a fines del primer año, cuando normalmente en el sistema tradicional de Beaux-Arts el estudiante estudiaba y dibujaba cuidadosamente algún edificio clásico relativamente pequeño, Sacriste me pidió que yo estudiara y dibujara la casa Jacobs, de Frank Lloyd Wright. ¡Fue fantástico! E inmediatamente empezamos a diseñar edificios útiles: paradas de ómnibus, dispensarios, casas para obreros del campo...
Además, llegaron arquitectos como Le Pera, Onetto e Ideal Sánchez, que empezaron a conectar la arquitectura con el arte moderno. Esa combinación en la que mi carrera podía contribuir a la sociedad con algo importante, útil y, al mismo tiempo, podía aspirar a ser arte, me pareció fabulosa y me cautivó. Decidí ser arquitecto, me comprometí a serlo toda la vida, ¡y todavía lo soy! He tenido una carrera que me ha dado grandes satisfacciones así que mi visión de la arquitectura, que adquirí a fines del primer o segundo año de la universidad, sigue sin cambiar: me parece una profesión extraordinaria.
Hubo muchas buenas decisiones pero quizás la más importante fue ir a trabajar con Eero Saarinen. En la Facultad de Arquitectura de Tucumán aprendí mucho de toda la arquitectura académica. Aprendí qué es lo que significa ser un arquitecto, cuáles son sus ideales, cuál es su lenguaje, la historia, aprendí a comunicarme con otros arquitectos, que en general tenemos un lenguaje bastante privado. Con Saarinen aprendí a realizar edificios, qué es lo que significa trabajar con un cliente de verdad, con presupuestos de verdad, con un terreno de verdad, y tener aspiraciones de hacer arte. Porque cuando se diseña con esta intención, el proceso es más complejo que en una arquitectura que simplemente responde a hacer buenos edificios.
Un grupo de inversores malasios, que incluía la empresa Petronas, petrolera del gobierno, compró un viejo hipódromo, que estaba casi en el centro de Kuala Lumpur. La excusa fue que el hipódromo era para jugar por dinero y eso no se acepta en el mundo islámico. Pero la verdad es que fue un gran negocio adquirir ese hipódromo; de hecho, después se construyó otro fuera de la ciudad.
Los inversores compraron ese hipódromo que estaba justo al lado de donde estaba el desarrollo más reciente; Petronas, que era el socio más importante, querían construir ahí su sede y el primer ministro, que estaba muy involucrado en todo esto, quería que este edificio tuviera un significado más que práctico, que fuera también un símbolo de Kuala Lumpur, de esta Malasia que él veía renaciendo, haciéndose parte del primer mundo.
Contrataron una firma de desarrollistas norteamericanos que consideró a arquitectos de todo el mundo. Comenzaron con una lista de 50, la redujeron a 20 a quienes entrevistar y eligieron ocho firmas de renombre internacional. Una de esas fuimos nosotros. Y a todos nos llamaron para que tuviéramos entrevistas con el director de KLCC en Kuala Lumpur. Entonces nos dijeron que querían que el edificio fuera malasio; yo les pregunté qué querían decir con malasio y no tenían idea de qué responderme. Porque no había arquitectura malasia tradicional. Los edificios importantes los habían construido los ingleses y para los malasios era símbolo de la colonia, que no querían reproducir.
Tomé muy a pecho que los edificios fueran malasios. Después del concurso nos dijeron que nosotros fuimos los únicos de los ocho arquitectos que tomamos ese pedido en serio. Estos iban a ser los primeros rascacielos fuera del primer mundo, era muy importante que no fueran rascacielos que parecieran trasladados de Nueva York o Frankfurt a Kuala Lumpur, sino que fueran edificios nacidos en suelo malasio, que la gente se pudiera identificar con ellos. Y eso hicimos.
Con mucho esfuerzo. Una de las decisiones más importantes fue hacer dos torres gemelas, exactas, simétricas, con un puente que las enlazara. Dicho puente crea una gran puerta al infinito. Además intentamos conectar con memorias ancestrales de los malasios y creo que esto es lo que nos hizo ganar. Asimismo, como siempre teníamos los planos muy bien resueltos, todo tenía mucho sentido. Habíamos trabajado con buenos ingenieros de estructura y mecánicos, así que era un proyecto sensible pero con un espíritu muy fuerte. Y eso también contribuyó a que después las torres tuvieran tanta popularidad, sobre todo en Asia. Antes de las Torres Petronas, los únicos rascacielos estaban realmente en Estados Unidos. Pero después de las Torres Petronas, la mayoría de los rascacielos se han construido en lo que solía ser el tercer mundo, sobre todo en el este de Asia.
La arquitectura hoy en día está pasando un período muy álgido, muy bueno, hay mucho trabajo y muy buenos arquitectos. Lo que no hay es coherencia y, para mí, lo que falta es respeto a la ciudad en la que construimos. Los edificios notables, únicos, con sello de cada arquitecto, se han hecho muy comunes y deseables, y estos no hacen bien a las ciudades, porque estas se convierten en una colección de cosas únicas y no en un total coherente. Las ciudades tradicionales tenían mucha coherencia, cada ciudad tenía su carácter y era muy importante que los edificios de la ciudad respetaran ese carácter. Hoy eso casi no existe y es una gran pena.
Es muy importante tratar de respetar el lugar, respetar las opiniones y deseos de nuestros clientes y de los usuarios, y estudiar bien el carácter de la ciudad en la que uno construye. No es puramente contexto sino que va más allá, tratar de definir el espíritu del lugar y que esto afecte el espíritu del proyecto.
Siempre empezamos estudiando el terreno, el programa, cómo la cantidad de metros cuadrados puede acomodarse en el terreno que tenemos, qué pasa con los edificios vecinos o los terrenos vecinos, o el paisaje vecino, y cómo el edificio va a ser afectado por esto. Estudiamos el programa y cómo se ajusta al presupuesto que tenemos. Hacemos estudios muy claros de esto, construimos maquetas muy simples del volumen del edificio, lo ponemos en el terreno, lo cual me dice qué es posible construir ahí. Y solamente en ese momento comenzamos a considerar opciones. Siempre trabajo en colaboración con el resto del equipo, cualquiera puede sugerir ideas, creo que eso es muy importante.
Mi vieja asignatura pendiente siempre ha sido hacer algún edificio público en la Argentina, como un museo o un teatro. Esto me encantaría. He diseñado muy buenos edificios en la Argentina, estoy muy contento con ellos, pero me encantaría tener un gran edificio público allí.
Lo principal es que esa persona piense si realmente tiene talentos y condiciones para ser arquitecto y si verdaderamente ama la arquitectura. Si quiere hacer dinero hay otras carreras que son mucho mejores para eso. Pero si uno ama la arquitectura, no creo que haya otras carreras que den tantas satisfacciones personales. Así que, ese auto reconocimiento es lo más importante.
Es muy hermoso, pero la verdad es que trabajamos muy poco juntos. Yo estoy en el estudio de New Haven y él está en el estudio de Nueva York. Trabajamos en proyectos diferentes, aunque a veces participamos en el proyecto del otro y damos consejos, pero cuando yo trabajo con él me doy cuenta que las decisiones de diseño son de él, no mías. Aquí, en el estudio de New Haven, en los proyectos en los que yo sigo involucrado (solía estar a cargo de todos los emprendimientos del estudio pero ahora he reducido el número de proyectos en los que me involucro totalmente), él a veces me da consejos, pero yo tomo las decisiones.
Tenemos dos proyectos en construcción. Tres torres residenciales muy lindas en Mar del Plata para Maral, sobre la costanera, mirando al mar. La primera ya se ve fantástica, estamos encantados. A su vez, una torre muy hermosa, muy refinada, para el Banco Macro, en Catalinas Norte. Se la verá muy bien desde Alem, habrá una linda vista de la torre desde la esquina este de la Plaza San Martín. Así que estoy muy contento con todo esto.