En esta época acostumbrada a la exposición de los detalles más triviales en las redes sociales y medios de comunicación, comenzamos a comprender que hay algo inherentemente refractario en cada uno de nosotros, como parece también sugerir por contraste el fenómeno de "escrituras del yo" casi generalizado en la literatura argentina de los últimos años. Dentro de ese marco, Vidas epifánicas, de Gustavo Álvarez Núñez (GAN, como le gusta abreviarse), tiene una inscripción particular. El autor convoca las fuerzas de distintas personalidades artísticas como Keith Richards, Anthony Hopkins, Marcel Duchamp y Clarice Lispector, entre varios otros, en un conjunto de piezas breves que transitan entre la intimidad y un tipo de ficción practicado por Borges en Historia universal de la infamia y por Marcel Schwob en sus Vidas imaginarias, quienes perfeccionaron el procedimiento de reducir la vida de un hombre a dos o tres escenas que lo singularizan.
Schwob defendía este arte del fragmento contra el discurso histórico, al que acusaba de dejarnos en la incertidumbre de los individuos porque "revela nada más los puntos por los que estuvieron unidos a las acciones generales". No se trata de dar cuenta de los sucesos de una vida ni tampoco de revelar algún detalle menor o un secreto biográfico; GAN, director editorial de la Inrockuptibles local durante su primera década, autor de un libro de conversaciones con Daniel Melero y compilador de una antología de poetas del rock nacional, conjuga en Vidas epifánicas su oficio de periodista con su vocación de poeta para oír en las confesiones de pintores, músicos y hombres de letras aquellas palabras que resuenan y señalan un destino, al mismo tiempo que remiten al misterio que envuelve a una existencia finita en el momento previo a su reconocimiento y fama. Allí donde se alcanza a entrever, en un instante revelador, el camino que conduce a la creación. Por ejemplo, el atardecer en que un joven Brian Eno –pionero de la música ambient, productor de David Bowie yU2- mira por la ventana de su cuarto el cielo gris de Londres y descubre que no quiere seguir la vida rutinaria de su padre, o cuando José Hernández advierte su pena extraordinaria en el Gran Hotel Argentino donde escribe el Martín Fierro.
Pese a las obras en que desembocan, tales epifanías no suelen ser felices. Involucran un gran compromiso del artista y estados de ánimo como el fastidio, la soledad, la desdicha, la impaciencia, el aburrimiento, el fracaso, la rebeldía y el inconformismo sobre los que medita Álvarez Núñez a lo largo de estas páginas. "¿Cuál es la señal que anuncia el final y nos advierte el hecho de que acabamos de tocar fondo?", se interroga una voz en el capítulo de Miles Davis, quien arruinado por sus adicciones no agarró una trompeta en más de cuatro años. Las vidas que leemos se detienen en una situación que no puede tolerarse más y que obliga a un cambio o a un cierto modo de exorcismo, incluso tan literal como prender en llamas el propio estudio de grabación, lo que hizo el genio del dub Lee "Scratch" Perry con su mítico Black Ark para ahuyentar los demonios que lo acechaban.
Se intuye el impulso autobiográfico a lo largo de esta serie de ficciones ambiguas, conformada por un ejercicio de escritura que tiende a la primera persona, sin demasiadas marcas referenciales, y que se acerca al poema en prosa, al diario personal, la crónica y la confesión, pero que parece tener como modelo predilecto a la canción o tema musical. En ese terreno de las pasiones se reconoce GAN, quien además de ejercer la crítica tuvo sus propios proyectos de música con su banda Spleen durante los 90 y luego como solista. Es la música la llave de estos relatos, por su capacidad para condensar experiencias –tanto del creador como del receptor- en una pieza breve que cuando nos afecta, logra liberar el tiempo y nos permite trascender los estrechos límites cotidianos. Eso que lograron Marvin Gaye con su fundamental álbum Whats goin on, New Order con su himno dance "Blue Monday" y Pete Shelley, líder del grupo punk Buzzcocks, con sus canciones de amor joven.
"Soy fan de las epifanías. El instante en que un leve indicio marca un antes y un después en la vida de una persona es digno de todo mi respeto", declara en el relato que cierra el libro Armando Enhiesta, un elusivo representante legal de algunos dueños de boliches porteños perteneciente a la misma generación que GAN. A esta altura, el lector siente producirse un quiebre respecto de todo lo anterior: lo que se le presenta ahora es una crónica verdadera o pura invención. Deslumbrado por las frecuencias del dúo electrónico finlandés Pan Sonic aquella vez que se presentaron en el Morocco, Enhiesta parece indicar cuál debe ser la secreta diferencia del autor: "nada de confesiones, nada de sentencias. Todo descansaba en el ritmo".
"Vidas epifánicas", de Gustavo Álvarez Núñez (Mansalva)