"Cualquier puerta abriéndose significaba golpes. Cualquier contacto con los guardias significaba abusos, torturas y humillación".
En las últimas semanas, los ojos del mundo se posaron sobre la milenaria ciudad de Palmira, una belleza arqueológica reconocida por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad que fue tomada por el Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) durante una nueva avanzada militar en Siria.
Sin embargo, Palmira no sólo es mundialmente reconocida por sus magistrales columnas y templos, que se levantan en un oasis que alguna vez fue el punto de encuentro de la Ruta de la Seda.
La cárcel de Tadmor –el nombre árabe para Palmira– ha sido objeto de múltiples denuncias por las violaciones a los derechos humanos, los maltratos y las vejaciones de todo tipo allí ocurridos durante más de tres décadas.
De acuerdo con el Observatorio Sirio de Derechos Humanos, con sede en Londres, el sábado pasado ISIS decidió terminar con este recuerdo del gobierno de Hazef al Assad al dinamitar las instalaciones de Tadmor. Sus prisioneros habrían sido trasladados antes de que la ciudad cayera en manos de los yihadistas.
No obstante, las fotografías de la prisión difundidas por el grupo antes de demolerla no fueron reconocidas por Bara Sarraj, un científico especializado en Inmunología por la Universidad de Harvard, quién habló coni Infobae/i y recordó los casi nueve años que pasó encerrado en Tadmor, desde 1984 hasta 1993.
"Acabo de ver las imágenes, no creo que esa fuera la cárcel en la que yo estuve... Necesito más fotografías para tratar de recordar", dijo sorprendido ante la noticia.
En las próximas semanas estará en las librerías la versión en inglés de su libro iDe Tadmor a Harvard/i, una mezcla entre "una cronología, pequeñas historias de la vida en prisión y documentos históricos".
Bara Sarraj fue trasladado a Tadmor cuando tenía sólo 21 años por dos agentes de inteligencia que lo detuvieron en la Facultad de Electroingeniería de la Universidad de Damasco, donde estudiaba. El joven Bara llegó a Tadmor con los ojos vendados y sin saber por qué estaba allí. Como la mayoría de los reclusos, la oposición al Gobierno fue suficiente para vivir el infierno entre sus paredes.
"Decenas de miles de personas han sido objeto de sucesivas operaciones de detención masiva de presuntos miembros de organizaciones izquierdistas, integristas islámicas o nacionalistas árabes; miembros de grupos políticos kurdos o individuos participantes en actividades contrarias al Gobierno y a su política. Centenares de ellos eran presos de conciencia. A menudo se ha torturado a los detenidos mientras se encontraban recluidos en régimen de aislamiento absoluto respecto del mundo exterior durante meses o años y sin cargos ni juicio", detalla un informe de Amnistía Internacional (AI) del año 2001.
De acuerdo con ese documento, confeccionado sobre la base de cientos de testimonios, la prisión –inaugurada durante el gobierno francés en Siria a principios de siglo– se convirtió en el destino inevitable de opositores políticos y criminales comunes a partir de 1964, cuando entró en vigor en el país el Estado de excepción.
"La sensación era de miedo permanente por las torturas aleatorias que podían tocarte en cualquier momento del día"
Aunque no hay datos precisos del número de personas que pasaron por allí, testigos dan cuenta de que unos 20.000 presos políticos podrían haber habitado Tadmor entre las décadas de 1980 y 1990 y que otros 11.000 han muerto allí, ejecutados mientras estaban en cautiverio o víctimas de la brutalidad cotidiana.
"La sensación era de miedo permanente por las torturas aleatorias que podían tocarte en cualquier momento del día", recuerda Bara. Había tres sesiones de tortura principales –mañana, tarde y noche–, mezcladas con pequeñas sesiones que podían llegar en cualquier momento. Cualquier puerta abriéndose significaba que ibas a ser golpeado. Cualquier contacto con los guardias significaba abusos, torturas y humillación. Las golpizas usualmente se hacían con látigos, barras de acero o simplemente patadas con sus botas militares".
El ahora investigador de Harvard explica que muchos de los reclusos morían en el patio como consecuencia de las torturas o en sus habitaciones como consecuencia de enfermedades y desnutrición.
Según consigna el informe de AI, había dos tamaños de celdas en Tadmor: las más grandes, de 4 por 6 metros o de 8 por 12, en donde entraban entre 200 y 250 reclusos; y las más pequeñas, de 1 por 1,5 metros y de 3,5 por 3,8 metros, en donde convivían unos 130 reclusos.
La peor época de Tadmor coincidió con el gobierno alawita de Hafez al Assad, entre 1970 y el año 2000. Con la llegada de su hijo Bashar al poder, el Gobierno difundió que la prisión había sido cerrada, en respuesta a las múltiples denuncias de organismos internacionales. Sin embargo, diferentes informes dan cuenta de que Tadmor fue reabierta en 2011, en el momento del estallido de la guerra civil en el país. Consultado, Bara cree que la prisión nunca fue efectivamente cerrada: "Está abierta porque la necesitan".
"Ha pasado el tiempo y mi vida ha cambiado, pero nunca logré dejar atrás los recuerdos de Tadmor. Cada vez que veía a las ratas de laboratorio encerradas en sus jaulas, volvía a la prisión", relató Bara sobre el peor símbolo del régimen de Al Assad.