"Se certifica que la señorita Ingeborg Syllm ha hecho en el Hospital Universitario Infantil de Hamburgo un estudio sobre la influencia de la adrenalina, la pilocarpina, el calcio, potasio y bario en cobayos y sobrevive al intestino delgado en animales enfermos con difteria, y que este trabajo hubiera sido aceptado por mí como tesis doctoral, situación que las leyes vigentes hacen imposible para la señorita Syllm por su ascendencia".
La neonatóloga Ingeborg Rapoport (por su apellido de casada) guardó el documento firmado por el profesor Rudolf Degkwitz, director de Hospital Universitario Infantil de Hamburgo, durante 77 años.
El papel lleva impresa la fecha: 30 de agosto de 1938. Era pleno apogeo del régimen de a href="https://www.infobae.com/" rel="noopener noreferrer" Adolf Hitler/a. Y en consecuencia eran momentos en que los judíos comenzaban a sentir el rigor que luego se convertiría en Holocausto. La joven estudiante tenía 25 años y su futuro comenzaba a oscurecerse. Pero recuerda ese día a la perfección: "Me dijeron que no se me permitía realizar el examen oral".
Las autoridades académicas argumentaron "razones raciales" para impedirle concretar el último tramo de su doctorado. Se amparaban en las leyes impuestas por el nazismo. Y aunque la joven médica había crecido bajo la religión protestante, su madre era judía: ello la convertía en portadora de "un cruce (de sangre) de primer grado" según las normas alemanas. Rapoport no constituía el modelo de "pureza aria" que se le exigía a la población. "Fue una vergüenza para la ciencia y una vergüenza para a href="https://www.infobae.com/" rel="noopener noreferrer" Alemania/a", señaló Rapoport.
Ese mismo año huyó a los Estados Unidos, dejando atrás a toda su familia. En su bolsillo sólo contaba con unas pocas monedas. Debía poner en marcha su vida nuevamente. "Me sentí expulsada de mi propio hogar. Aquí se quedaba toda mi familia y yo me iba con tan sólo 38 marcos en mi bolsillo", señaló en una entrevista a un diario español. Al poco tiempo comenzó a trabajar precariamente como interna en hospitales de Brooklyn, Baltimore, Akron y Ohio. Finalmente fue aceptada en el Colegio de Medicina para Mujeres de Pensilvania, en Filadelfia.
En 1944, mientras Europa se desangraba y el régimen alemán ya había sufrido numerosas derrotas en el terreno, Ingeborg conocería a Samuel Mitja Rapoport, con quien se casaría y tendría cuatro hijos. Pero la política volvería a cruzarse en sus vidas. Una vez concluida la Segunda Guerra Mundial debieron retornar a Alemania. Sus simpatías con el comunismo en los Estados Unidos no fueron bien recibidas. El primer destino fue Viena y luego Alemania del Este, controlada por la Unión Soviética. Estaba en casa nuevamente.
Hoy Rapoport no guarda rencor hacia los Estados Unidos. Al contrario: tiene los mejores recuerdos de esos años. "Nunca sentí amargura. Fui tremendamente afortunada en todo esto. Para mí todo salió bien: tuve mis mejores profesores en EEUU, encontré a mi esposo, tuve a mis hijos". Fue en ese país del norte de América donde la neonatóloga pudo doctorarse por primera vez. Sin embargo, sentía que le faltaba algo en su vida.
Ese sinsabor en su boca era percibido por sus hijos. En marzo último, Tom Rapoport, profesor en la Escuela de Medicina de Harvard, se puso en contacto con el actual decano de la antigua universidad de su madre, Uwe Koch-Gromus. Le contó la historia y el hombre quería demostrar que las cosas habían cambiado. Que Alemania era otra. Los problemas burocráticos para conseguir darle su merecido doctorado eran incontables. No se rindió. Propuso un título honorífico para la antigua alumna. Pero eso no conformaba a la centenaria mujer. Insistió ante sus autoridades y finalmente consiguieron que le den la oportunidad de completar la tesis de la "estudiante". Fue luego de que Rapoport encontrara y presentara esa ficha que guardó durante 77 años y que probaba que había sido merecedora de recibir su doctorado. Sólo faltaba un paso: debía prepararse para que su tesis fuera actual. Aceptó el desafío.
"Éste ha sido el examen que más trabajo me ha costado en mi vida", resume Rapoport. Casi ciega, la "alumna" debió ser asistida por otros médicos, bioquímicos y amigos, para actualizarse sobre la evolución médica de los últimos años. Lo consiguió. Ya nada le impediría cumplir lo que quizás sea su último sueño.
El miércoles 13 de mayo, Koch-Gromus y otros dos profesores se presentaron en la vivienda de Rapoport en el este de Berlín. La escucharon e intercambiaron preguntas durante 45 minutos. Su doctorado fue aprobado. "No lo he hecho por mí. A estas alturas de mi vida un título ya no me aporta nada. Era una cuestión de principios. Se trata de restituir la injusticia cometida. Además, quería hacer bien el examen para no decepcionar al decano", expresó la doctora, quien será galardonada el próximo 9 de junio en Hamburgo.
Rapoport romperá ese día un récord que no se propuso: será la alumna de mayor edad en recibir un doctorado.