Es común escuchar a escritores, editores o periodistas que visitan Argentina hablar de su admiración por el movimiento que conforman pequeñas y medianas editoriales que con estéticas diversas publican autores consagrados y dan a conocer nuevas generaciones.
Uno de estos emprendimientos vio la luz a mediados de 2014. Se llama Momofuku y marca su impronta desde las originales portadas de sus libros que presentan textos con personalidad e irreverencia. El sello tiene dos responsables: Hernán Vanoli, que antes hizo otra experiencia con Editorial Tamarisco, y Lola (o Lolita) Copacabana (Buena leche. Diarios de una joven [no tan] formal - Sudamericana, 2006) que le puso su firma al séptimo título, "Aleksandr Solzhenitsyn". Crimen y castigo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires es la bajada que convoca a la lectura.
La autora tomó un riesgo y salió airosa cuándo decidió darle al texto la textura del lenguaje jurídico parar narrar la historia de dos mujeres, una profesora de Educación Cívica que debe cumplir una probation en el Jardín Botánico y una aspirante a estrella del espectáculo, Lindsay Lohan, que deambula entre el consumo de marcas y los autos de alta gama de su familia de la clase alta que habita en la zona norte del conurbano bonaerense.
Lolita Copacabana estuvo en la redacción de Infobae y habló de su inquieta editorial, su más reciente novela y del cruce entre literatura rusa y norteamericana que plantea.
-¿Con qué premisa nace Momofuku y con qué criterio deciden publicar lo que están editando?
Fue un poco el resultado de una antología que hicimos con Hernán Vanoli para Interzona sobre literatura norteamericana alternativa. Hicimos toda la selección, la tradujimos y fue todo un proceso de charlar un montón y de discutir. La presentamos a las editoriales como un proyecto de cinco libros y a partir de eso y de discutir mucho entre nosotros y sobre la literatura argentina, se nos ocurrió la idea de empezar. Sentíamos que había un tipo de literatura que no teníamos claro en donde saldría dentro de lo que era el mercado editorial argentino. Y también fue surgiendo en base a la experiencia de él, que ya había tenido Tamarisco. Se nos fue ocurriendo la idea de trabajar juntos y se fue dando de una manera bastante natural. Queremos darle espacio a literaturas nuevas, jóvenes, capaz un poco rebeldes y que no nos imaginamos en que catálogo podrían entrar dentro del mercado argentino.
-Los libros de Momofuku tienen una particularidad que es una bajada en tapa que en el caso del suyo, y así nos vamos metiendo en su novela, dice "Crimen y castigo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires", que acompaña el título Aleksandr Solzhenitsyn, nombre del escritor ruso. ¿Por qué decidieron tener esa marca?
Tiene el lugar de la clásica faja, que un poco explica, un poco cuenta, un poco vende y cumple esa función. También para contar un poco más de que es el libro y para invitar al lector a leerlo desde ese lugar. Es como nuestra jugada editorial.
-En su novela hay un guiño explícito a la literatura rusa y era inevitable pensar el cruce entre ellos y Buenos Aires ¿Cómo piensa ese encuentro?
Un poco en la bajada y en la contratapa también está lo norteamericano que creo que está muy presente. Me pareció una buena idea jugar con esas dos tradiciones, los rusos porque me divierten y porque han formulado buenas preguntas y los yanquis porque son, nos guste o no, grandes padres en lo cultural. Ese imperio que ahora está decayendo y ese imperio que terminó no siendo. Me pareció bueno que se pusieran a dialogar. Si los americanos se dan el lujo de tomar a todo Occidente como tradición, porque no poner a dialogar a esos dos imperios.
-En el texto hay también un juego con los nombres de los personajes porque si el título y la bajada refiere a los rusos, utilizó nombres de celebrities para los personajes
Ese es un recurso que tomé de Alt-Lit, que me pareció interesante cuándo lo leí y también para aplicarlo porque un poco perfila a los personajes a la vez que los termina vaciando. Después está la selección concreta de que nombres elegir, más allá que fueran todos celebrities medio en decadencia o que, por lo menos, pasaron su mejor momento. Eso era interesante, una celebrity no en su esplendor porque estos personajes con los que estaba trabajando no están en esa situación. Los ubica un poco y a la vez lo vacía, me pareció un recurso divertido.
-La novela narra en parte a las clases altas del corredor norte, que podríamos situar en términos geográficos, desde el Jardín Botánico en donde ocurre parte de la trama y terminar en la zona norte del conurbano ¿Fue uno de sus objetivos?
Sí, sobre todo uno de los personajes está en el prototipo de lo que sería la gente del corredor del bajo, esos son escenarios en los que en algún otro momento he vivido y los conozco bien. Me interesa retratarlos tanto en sus miserias como en sus aciertos, porque son personajes complejos. Lo peor de ellos lo traté de contar pero también mostrar que no son unidireccionales, también tienen sus propios dramas y aciertos.
-¿Lo peor es la banalidad y el individualismo como en el caso de Lindsay Lohan?
Ambos personajes, también la profesora de Educación Cívica que no está en la misma posición económica, son bastante mezquinos. Individualistas, pero sobre todo mezquinos y puede ser que lo peor sea eso en el género humano en general. El otro día me preguntaron la cuestión de las marcas que está bastante presente sobre todo en lo que refiere a Lindsay, es que en esta época que está tan vinculada al consumo ella no tiene mucho más de que agarrarse y termina siendo una víctima de eso.
-Hizo un trabajo muy elaborado sobre el lenguaje porque narró con un léxico jurídico que atraviesa toda la novela con tono paródico.
Traté que las formas se contagiaran, que adquirieran esa textura. Respecto de eso dos cosas, cuando hicimos la antología Alt-Lit, que tradujimos nosotros, tiene un poco ese lenguaje un poco expulsivo, bien seco, que cuando tradujimos tuvimos que adaptar a lo que es el contexto de acá y ahí me empecé a imaginar como me gustaría que sea el tono de mi novela. Después, en su costado paródico, estudié bastante tiempo Derecho y ahora soy Psicóloga y los dos lenguajes, cuando tratan de contar cosas de una forma supuestamente objetiva y desafectada me causan un poco de gracia, porque empezando por el recorte de lo que uno quiere contar, ya es imposible ser objetivo. Ese tono iba con lo quería contar y me pareció que era una buena oportunidad para darle un palo y reírme un poco.
-El lenguaje jurídico es casi un antónimo del narrativo y, sin embargo, usted logra una cadencia en el texto que hace que no se vea afectado y que la novela tenga homogeneidad ¿Ese fue un desafío?
Siempre me quedó la duda de si eso no sería un poco exigente porque puede resultar pesado, pero era divertido contarlo de esa manera.
-En algunos fragmentos se plantea el problema de la profesora entre "la doctrina jurídica y los relatos literarios". ¿Ahí hay una clave de lectura?
Ella se ve en determinada situación que la sorprende y para encontrarle algún sentido recurre a lo que tiene a mano, va a lo jurídico y trata de entender como es que la están castigando si ella no hizo ningún daño, por qué la sociedad hace esto. Después me imaginé que ella recurría a Dostoievski que estuvo muchos años en un Gulag y tampoco había hecho ningún daño concreto o a Solzhenitsyn mismo, para ver como se las ingeniaron ellos. Ella es profesora de Educación Cívica, tiene a mano una biblioteca y ahí busca alguna respuesta. Al final no le sirve de mucho porque tiene que seguir yendo al Botánico a juntar esas hojas, pero le sirve para tomárselo con resignación y sucumbir a la tarea que le fue asignada.
-El tema de los mecanismos de control en las sociedad contemporáneas también aparece, ¿le interesa?
Sí, me interesa, pero más que eso, ciertos consensos que existen respecto de cuando uno comete actividades peligrosas y cuál tiene que ser la respuesta respecto de eso. Le intentaba explicar a mi hija el concepto de riesgo permitido para un trabajo de Educación Cívica. Ella hablaba de libertad y responsabilidad y entonces le pregunté: "¿Para vos tienen que castigar a las personas que ponen una maceta en el borde del balcón?" Y ella me dijo que no y entonces le respondí: "Es peligroso, mira si alguien camina por abajo y se le cae en la cabeza y lo mata". ¿Cuáles son los límites por los cuáles uno está dispuesto a vivir en una sociedad que castiga por un daño que no se efectuó, simplemente por el peligro? Mi respuesta no es que ninguno pero es una pregunta digna de hacerse.