El electorado español afronta las elecciones generales de este año con un nivel de fragmentación política que no tiene precedentes desde la restauración democrática de 1978. Una encuesta difundida esta semana por Cadena SER revela que, si los comicios fueran hoy, habría sólo cuatro puntos de diferencia entre las cuatro fuerzas más votadas.
El gobernante Partido Popular (PP) se impondría con apenas 22% de los votos. En segundo lugar se ubicaría el Partido Socialista (PSOE), con 21 por ciento. Y en tercera y cuarta posición quedarían las dos caras nuevas de la política española: Ciudadanos, con 19,4%; y Podemos, con 17,9 por ciento.
Estos datos confirman la crisis del modelo bipartidista que funcionó con muchísimo éxito hasta 2004, que persistió con grietas cada vez más evidentes hasta las elecciones de 2011, y que desde entonces no detiene su desmoronamiento.
"Desde el inicio de la democracia han gobernado en España tres partidos: UCD, PSOE y PP. El primero, hasta 1982, año del triunfo del PSOE de Felipe González, que se mantuvo en el poder durante 14 años, hasta la victoria del PP de José María Aznar, en 1996. Desde ese momento ha habido una clara alternancia entre dos fuerzas: PP y PSOE. Son partidos grandes, con sistemas de organización poco flexibles, que han centrado su estrategia en resistir ante el partido de enfrente, al que consideraban como único contrincante", cuenta Oscar Antonio Santacreu Fernández, doctor en Sociología por la Universidad de Alicante, en diálogo con Infobae.
Las causas que llevaron a la crisis del bipartidismo
"Estamos ante una crisis clarísima. A diferencia de mucha gente, que ubica el origen en el movimiento de los indignados del 15M, en 2011, creo que se puede trazar atrás, en las elecciones legislativas de marzo de 2004, luego de los ataques terroristas en Atocha", explica Ismael Peña-López, profesor de los Estudios de Derecho y de Ciencia Política de la Universitat Oberta de Catalunya, consultado por Infobae.
Para entender cómo se llegó a esta situación, es necesario comprender antes el decurso de la joven democracia española. Ésta puede separarse en una serie de etapas.
"La transición -continúa Peña-López- tuvo una primera etapa de concentración de las fuerzas democráticas. Se establecieron leyes electorales que favorecen a las grande coaliciones, para evitar que los partidos chicos pudieran desestabilizar el Parlamento. Estas pequeñas fuerzas fueron perdiendo más y más peso específico a favor de dos grandes fuerzas: el PP y PSOE, la centroderecha y la centroizquierda. Eso duró hasta 2004".
"Esa estabilidad democrática hizo que la gente confíe en las instituciones, lo que se expresaba en la baja abstención y en el poco voto en blanco. En 2004 eso se rompió. Todas las encuestas indicaban que tenía que ganar el PP en las elecciones, pero después de los ataques de Atocha se dio vuelta la tortilla, por el involucramiento de España en la Guerra de Irak y por las mentiras del gobierno, que hicieron que se perdiera la confianza. Ese fue el principio del fin del bipartidismo", agrega.
El atentado en el que murieron 192 personas golpeó a la democracia española en dos flancos. Por un lado, dejó muy expuesto al gobierno de José María Aznar, que apeló a flagrantes mentiras para ocultar que el ataque había sido una represalia del terrorismo islámico a su polémica decisión de enviar tropas a Irak.
Por otro, porque le dio un triunfo inesperado al PSOE, que no se había preparado para gobernar, porque en los meses previos estaba muy relegado en las encuestas. Eso llevó a su candidato, José Luis Rodríguez Zapatero, a hacer promesas que jamás iba a poder cumplir.
Así, casi al mismo tiempo, los dos partidos que habían sostenido al país en su etapa de mayor florecimiento económico y político, quedaron profundamente desprestigiados.
"La gente empezó a creer que el sistema político, el Gobierno y el Parlamento no sirven. Crecieron la abstención y el voto en blanco, que llegaron incluso a superar al bipartidismo unido en las encuestas", cuenta Peña-López.
En paralelo, se fue gestando una forma distinta de hacer política. "No se trataba de apatía o desinterés por los asuntos políticos, sino de un desplazamiento desde las soluciones institucionalizadas y la democracia de mayorías como espacio en el que dirimir la política, hacia dos ámbitos diferenciados. Uno, la búsqueda de nuevos cauces democráticos (por ejemplo el movimiento 15M). Otro, el aumento del interés y la atención hacia nuevos actores, lo que llevaría el voto hacia partidos políticos emergentes como Podemos o Ciudadanos", dice Santacreu.
"La novedad de estos partidos -continúa- hace que puedan situarse fuera del espacio tradicional (la 'casta') al que se atribuyen los problemas de corrupción, recortes y representatividad. Podemos y Ciudadanos juegan a la transversalidad, evitando el tradicional eje izquierda-derecha y centrándose en el eje viejo-nuevo o pueblo-casta".
Estos movimientos expusieron las debilidades que tenían los partidos tradicionales, cuyos modelos de organización y de gestión de lo público quedaron caducos frente a las nuevas realidades del siglo XXI.
"El bipartidismo -dice Peña-López- se caracterizó por un cierto despotismo ilustrado de gobernar por el pueblo, sin el pueblo. La idea sería: 'Te voy a informar los justo, muy poquito, para que no te atolondres'. Esto, que podía funcionar hasta 1995, dejó de tener sentido con la llegada de internet y las redes sociales. Pero los partidos tradicionales siguieron de la misma manera".
"En cambio, las nuevas fuerzas entraron en el debate a través de internet. Tienen un electorado más informado, al que no tratan de una forma estúpida, e incluso lo invitan participar. Este fue un gran motor de cambio y de legitimación de estos partidos", agrega.
El otro hito que terminó de quebrar el sistema de partidos y la confianza ciudadana en las instituciones fue la crisis económica internacional, desatada con la quiebra de Lehman Brothers en 2008, que en España pegó más duro que en cualquier otra parte. En pocos meses, el "milagro económico" se transformó en una profunda depresión, con tasas de desempleo superiores al 20%, miles de desahuciados y niveles de pobreza impensados tiempo atrás. La impotencia del PSOE y del PP para hacer frente a la situación les restó mucho crédito.
"En su alternancia, los partidos tradicionales mantuvieron un reparto de poder muy estable con las elites económicas. Había una especie de contubernio con los poderes fácticos. Los nuevos partidos buscaron distinguirse mucho de eso, remarcando que no son 'la casta' ni el establishment, sino que son pueblo. Eso, que está definido como populismo, ya sea de izquierda o de derecha, fue bienvenido, porque con la crisis de 2008 se hizo más clara la sensación de que los ricos se hacían más ricos, y los poderosos, más poderosos", explica Peña-López.
En busca de una nueva estabilidad
El gran interrogante que se abre a partir de las elecciones es qué tipo de orden político se terminará imponiendo. "¿Cristalizará la situación actual en un sistema multipartidista? Parece que sí, aunque estamos en un período marcado por la volatilidad, la inestabilidad y el cambio", dice Santacreu.
"Los datos actuales apuntan hacia un sistema de partidos en el que habrá tres o cuatro fuerzas políticas con un apoyo similar, pero sin posibilidad de gobernar en solitario, con lo que predominarán los gobiernos de coalición o apoyados puntualmente. Esta situación no es en sí misma positiva o negativa: todo dependerá de la capacidad de los actores políticos de llegar a consensos que permitan la acción de gobierno", agrega.
Sin embargo, Peña-López advierte que la ley electoral vigente, que favorece a las mayorías y a las grandes colaciones, puede ser un impedimento para que el multipartidismo se sostenga en el tiempo. "Veo posible que en los próximos 8 o 12 años haya muchos partidos medianos luchando, pero sin un cambio en la legislación terminará habiendo ganadores y perdedores, y volveremos a una concentración de poder", puntualiza.
Mientras no haya mayorías calificadas, los partidos se verán obligados a negociar para formar gobierno. El problema es que Podemos y Ciudadanos -el primero especialmente- se caracterizan por tener una actitud beligerante e intransigente, así que no será fácil acordar con ellos.
"La transición fue un proceso muy complejo -dice Peña-López-, en el que se trabajó hacia el consenso en lugar de la confrontación, lo cual fue muy bueno. Pero ese gran pacto incluyó un acuerdo por el que los dos partidos se comprometieron a no denunciarse mutuamente, y a no ser demasiado críticos entre ellos. Las nuevas fuerzas políticas rompieron ese esquema y entraron en confrontación abierta con las tradicionales. A partir de 2008, las luchas en España se volvieron fratricidas".
"Los pactos serán muy complejos y puntuales. Dudo que haya acuerdos de Estado de una legislatura entera, sobre políticas a mantener durante los siguientes años. A lo mejor, los pactos se den directamente para votar ciertas leyes, tras negociaciones muy arduas. Pero también podría ocurrir lo mismo que en Bélgica, donde ni siquiera llegaron a constituir gobierno en un año y medio, porque la animadversión era muy grande. Lo bueno es que las minorías van a ser más escuchadas y que habrá mayor variedad de pareceres en el Parlamento", concluye.