Cuenta la leyenda que a los dieciséis años consiguió un número de teléfono de Jorge Luis Borges. Lo llamó y, por supuesto, tuvo que enfrentar el clásico "bloqueo" que hacen los asistentes y mucamas de las celebridades: Borges nunca estaba disponible para atenderlo. Pero una tarde, tuvo suerte: al otro lado del teléfono, la voz ligeramente ronca del autor de "El Aleph" acababa de atender el teléfono en persona. Entonces, mintió. Se presentó como un pobre periodista con una familia por mantener y en riesgo de ser despedido si no conseguía una nota. El escritor se apiadó y dio la entrevista. Lo recibió en el legendario 6ºB de Maipú 994 y hasta se sacaron una foto que el improvisado entrevistador aún atesora.
Munro —el lugar debe su nombre al terrateniente británico que supo ser propietario de todo ese territorio— es más parecido a Villa Adelina (Adelina era, a la sazón, la esposa del señor Munro). Aunque desde hace un par de décadas el público general identifique a Munro con los outlets y las casas de ropa de segunda selección, lo cierto es que es un barrio de casas bajitas y cuadradas, de esas cuyo frente termina contra la vereda: es que el inmigrante concentra una prole numerosa y una familia extendida dentro de la propiedad, y no puede permitirse el lujo de desperdiciar espacio en tener un jardincito delantero.
El barrio está mayormente poblado por esa mezcla genética tan constitutiva del porteño y del ser conurbánico: cruza de tano con gallego. Y la familia Rial no era una excepción. Ramón Rial, el padre de Jorge, era un inmigrante español, completamente calvo como secuela del paludismo que se había contagiado durante su servicio militar en España, de profesión carpintero (los mismos inmigrantes suelen admitir, riéndose de sí mismos, que cuando bajaron del barco, eran todos carpinteros o albañiles). Pese al oficio, tenía un almacén en la intersección de las calles Alvear e Italia. Porque tampoco era inusual que, en estas zonas donde la vida era tranquila y, en materia de infraestructura, había poco y nada, muchas gentes de oficios reencarnaran en los primeros comerciantes. Algunos de ellos, incluso, prosperarían tantísimo. En su libro Periodistas en el barro (Sudamericana), el jefe de redacción de revista Noticias, Edi Zunino, cuenta sobre la infancia del personaje en cuestión: "Debe
saberse que Jorge Ricardo Rial fue criado a manguerazo limpio. Su mamá, Victoria, una inmigrante española con segundo grado completo, lo hizo crecer convencido que un sopapo, quizás un cinturón bien puesto contra las costillas, puede valer más que cien consejos. Una vez lo intoxicó con lavandina: le tiró un sachet con tal violencia, que el proyectil estalló y el líquido se le quedó impregnado al hijo único durante horas en el pelo y la ropa. Casi no cuenta el cuento".
"Soy peronista, ¿y qué? Me hice peronista el miércoles 1º de mayo de 1974, el día que Perón echó a los montoneros de Plaza de Mayo", narra Rial en su autobiografía. "Tenía apenas 13 años [...] Yo estuve ahí [...] Cuando llegamos era tanta la cantidad de gente que nos tuvimos que quedar allá al fondo [...] Desde allí vimos cómo, de golpe, la mitad de la plaza 'se dio vuelta' [...] No entendíamos demasiado lo que pasaba. Solo escuchábamos los cánticos de las columnas que abandonaban la plaza y repetían: '¡Qué pasa / qué pasa / qué pasa General / Está lleno de gorilas el gobierno popular!' [...] Para qué voy a mentir: yo estaba exultante."
Aquel peronismo de preadolescente lo marcó. "A mí la política siempre me gustó, de hecho milité en política", le confesaría a Juan Pablo Varsky durante una entrevista para el programa El Péndulo (que transmitía Canal á) en agosto de 2012. "Soy un peronista de barrio, en Munro no podías ser otra cosa que peronista. Voy camino al periodismo político, pero soy un tipo de transiciones lentas." Con la llegada de la democracia, mientras estudiaba periodismo, militaría en el Partido Intransigente. En 1983, espantado por los candidatos del PJ (sobre todo por Herminio Iglesias) acabó afiliándose al partido del "Bisonte" Oscar Alende porque "era el que representaba, en ese momento, lo que yo sentía como 'peronismo de izquierda'. Además —y esto es lo más importante, hay que admitirlo— el PI estaba lleno de lindas minas". Esa militancia le costaría la expulsión del Instituto Grafotécnico por pegar pancartas y formar un centro de estudiantes.
Pero, volviendo al pasado más remoto, en 1970, la situación habitacional de la familia Rial mejoraría tras una esperada mudanza a una nueva casa, a pocas cuadras del almacén, donde el pequeño Jorge tendría, por primera vez, un dormitorio propio. Su padre, a su vez, cambiaría de rubro para dedicarse al sector gastronómico, donde haría de todo: desde ser mozo de La Fusta (luego Selquet, en la esquina de Alcorta y Pampa, donde era el mesero favorito de Mercedes Sosa y sus siempre generosas propinas) hasta tener su propio bar —tuvo uno en Pompeya y otro en Liniers— donde el pequeño Rial haría sus primeras armas atendiendo mesas, además de hacerse alguna que otra moneda con pequeñas changas, incluyendo repartir sifones para Pianetti, el sodero del barrio. En sus últimos años, Ramón Rial era el encargado del ya desaparecido restaurante Negro el 11, en Olivos (Villate y Panamericana, un clásico de zona norte donde la carta estaba más cerca de Rico y abundante que de
MasterChef).