El autor es abogado y LLM por la University of Hong Kong, director del Centro de Estudios Legales y Políticos de Asia de la Universidad Austral y profesor especialista en Derecho Internacional y Asuntos Asiáticos.
La Cámara de Diputados se apresta a convertir en ley dos de los acuerdos firmados con la República Popular China. Se trata del Convenio Marco de Cooperación en Materia Económica y de Inversiones y del referido a la estación espacial china que se está construyendo en la provincia de Neuquén. Parecería que se hará caso omiso a las feroces críticas que una parte considerable de la dirigencia política y empresarial ha lanzado contra dichos acuerdos.
Las voces críticas más resonantes hablan de una nueva dependencia, de una condena al subdesarrollo, de haber hipotecado el futuro a cambio de fondos para estabilizar las reservas y de una invasión de trabajadores chinos. No obstante, la más elemental conclusión a la que se llega con la mera lectura de los acuerdos es que la mayoría de las críticas resultan excesivas y que de ninguna forma se establece una dominación china ni nada similar.
Es cierto que la relación con China es sumamente asimétrica y que por ende deben tomarse numerosos recaudos. Sin embargo, igual o más asimétrica es la relación que poseemos con los Estados Unidos y la Unión Europea, dueños de un stock de inversiones e intereses en nuestro país muy superiores a los de la República Popular China.
Por el contrario, estos acuerdos pueden ayudar a volver realidad importantes obras de infraestructura que hace años se encuentran demoradas; así como colaboraron a alcanzar una cierta paz cambiaria, un bien preciado que parecía perdido. Si Argentina no logra desarrollarse ni industrializarse, claramente no será por estos acuerdos, sino por una histórica incapacidad para hacerlo, por la que deben cuestionarse todos los sectores políticos y económicos de nuestro país.
El verdadero déficit de los acuerdos no reside en las obligaciones asumidas por nuestro país, sino en todo lo que falta para poder alcanzar una relación realmente estratégica con China. Argentina se encuentra hace años ante el desafío enorme de relacionarse efectivamente con dicho país en particular, pero también con Asia en general. Allí conviven dos de las tres mayores economías del mundo (China y Japón), y también Corea del Sur, India y los países del sudeste asiático, lo que la convierte en la región más activa y económicamente emergente del mundo. Así, la dinámica del poder político y económico mundial parece mudarse del Atlántico al Pacífico.
En ese contexto, estos nuevos acuerdos son insuficientes. En su faz subjetiva, sería deseable que desde este lado del mundo sean negociados en forma de bloque, por ejemplo, a través del Mercosur o la UNASUR. Ello aumentaría considerablemente el poder de negociación de nuestros países. Sin embargo, la integración cada vez más difícil en la región y el liderazgo que Brasil –demasiado ensimismado- no puede o no desea ejercer, convierten esta alternativa en una utopía. Mirando al otro lado del Pacífico, sería fundamental que no se centren los esfuerzos solamente en China, sino que se promuevan convenios con la mayor cantidad posible de países asiáticos.
En cuanto al objeto de los acuerdos, se requiere que éstos sean abarcadores, de forma tal que excedan las necesidades coyunturales, y que den sustento a una relación verdaderamente estratégica. Acuerdos que integren y potencien a ambas partes. Acuerdos que abran mercados. Acuerdos que lidien con las dificultades de las asimetrías. En este sentido, debe prestarse especial atención a los acuerdos estratégicos de asociación económica existentes y en negociación entre diversos bloques y países del mundo.
Sólo así nuestro país y la región podrán ocupar un lugar relevante en un siglo que indefectiblemente tiene al continente asiático desempeñando un rol cada vez más preponderante.
@jistamp