Un grupo de investigadores de la Universidad del Sur de California en Marina del Rey (EE.UU) llevó al campo de las redes sociales una vieja teoría de la psicología que se expandió hacia 1985 por medio del psicólogo belga Josef Nuttin, quien encontró que las personas eran más propensas a elegir las letras que aparecían en su propio nombre, es decir que alguien llamado Fernando seguramente escoja una F en vez de una M.
Para su sorpresa, el equipo detectó que los hombres son un 30% más propenso de lo esperado a seguir a alguien del mismo nombre, mientras que la cifra llega al 45% en el caso de las mujeres, y más aún entre aquellas que tienen nombres más comunes como Jennifer, Jessica, Ashley, Sarah y Amanda.
La investigación arrancó con una base de datos de 52 millones de usuarios de Twitter que se unieron a la red antes de 2009, y los 1.900 millones de vínculos entre ellos. A su vez, analizaron a personas con cinco nombres populares en EEUU: Michael, John, David, Chris y Brian, y contabilizaron cada vez que seguían a otros usuarios que se llamaban de la misma manera.
Los investigadores aseguran haber tenido en cuenta diversos sesgos, como la posibilidad de que algunos nombres sean más populares entre ciertas razas y grupos étnicos específicos, o que la gente de la misma edad pueda tener nombres similares, etcétera. En cada caso, el efecto del mismo nombre sigue siendo significativo. "Hemos observado un efecto sólido, incluso al tener en cuenta el género, la edad, la raza y el lugar", señaló.