En la elección más reñida de la historia nacional, Dilma Rousseff venció el pasado domingo a Aécio Neves y gobernará el país por otros cuatro años. Más allá de las múltiples implicancias locales e internacionales de ese desenlace, todo el proceso eleccionario puso en evidencia algo mucho más importante: Brasil se consolida cada vez más como uno de los países con mayor calidad democrática de la región.
En un contexto latinoamericano que desde hace 20 años está marcado por la sucesión de gobiernos que debilitan las instituciones republicanas para aumentar su poder, Brasil dejó cinco grandes lecciones en los últimos comicios.
1. La fortaleza de los partidos políticos
Las elecciones del domingo ratificaron la estabilidad del sistema de partidos brasileño. Desde 1994, dos partidos se reparten el grueso de los votos: el PT, que gobierna desde 2003, y el PSDB, que lo hizo los ocho años anteriores.
Tanto en el oficialismo como en la oposición, ambos mantuvieron en estos 20 años una identidad bastante definida. El PT representa a los obreros de las grandes ciudades y, más recientemente, a los sectores populares de las zonas rurales. El PSDB, en cambio, es claramente el partido de la clase media. Uno tiene una impronta más distributiva y asistencialista, el otro privilegia la eficiencia y la institucionalidad.
"Desde 1994, dos partidos se reparten el grueso de los votos"
Esto contrasta con lo que ocurre en muchos de sus vecinos, donde la política se estructura a partir de liderazgos personalistas, y las estructuras partidarias son armados circunstanciales que cambian de nombre y de plataforma según las veleidades de los líderes.
"La diferencia entre los gobiernos de Venezuela, Ecuador o Bolivia, con los de Brasil, Chile y Uruguay, está centrada en la inexistencia de un sistema de partidos competitivo, y en una insuficiencia muy grande de oposición efectiva", explica Jorge Lanzaro, fundador y profesor del Instituto de Ciencia Política de la Universidad de la República, Uruguay, consultado por Infobae.
"Hugo Chávez no se mató por constituir un partido porque no lo necesitaba. Algo similar ocurrió con Evo Morales en Bolivia, y con Rafael Correa en Ecuador. No tienen partidos fuertes detrás, sino estructuras partidarias que se arman para los momentos electorales, pero no tienen la densidad del PT brasileño, o del Frente Amplio uruguayo", agrega.
2. Un alto grado de competencia entre gobierno y oposición
A diferencia de lo que viene pasando en muchos de los países vecinos, donde los presidentes obtienen la reelección por amplios márgenes, las elecciones en Brasil se distinguen por su paridad. Las últimas fueron el ejemplo más claro, pero no el único.
Desde 2003, todos los mandatarios fueron elegidos en segunda vuelta, con pocos puntos de ventaja sobre el principal contendiente. Este dato revela que los partidos opositores son fuertes y pueden controlar al Gobierno.
"La idea de un sistema competitivo no supone necesariamente la alternancia, que un gobierno sea sustituido por otro, sino que exista abierta y libremente esa posibilidad. Y que, si bien puede haber repetición de gobiernos, las victorias sean por un margen balanceado, donde el que gana no obtiene una mayoría aplastante", dice Lanzaro
"Eso es bueno en términos de calidad democrática -continúa-, porque posibilita el reconocimiento de la pluralidad de posiciones que hay en un sistema político y en una sociedad, que nunca es uniforme. Entonces, las iniciativas políticas son más centristas y moderadas, buscan ser sustentables e intentan ser mejores desde el punto de vista institucional".
Cuando no hay oposición efectiva, los gobiernos tienen libertad para imponer su propia posición a toda la sociedad, sin negociar ni hacer concesiones.
3. El debate público entre los principales candidatos
Tanto en la previa de la primera vuelta como en la del ballottage, los principales candidatos se enfrentaron en diferentes debates. Todos asistieron, independientemente de si estratégicamente les convenía o no.
En otros países de la región, sería impensable que un presidente descienda del pedestal en el que se encuentra, para discutir en en el mismo terreno con un político opositor. También sería muy difícil que un postulante que mide bien en las encuestas se arriesgue a perder votos en una instancia de tanta exposición. Pero eso no juega en Brasil.
"Dilma tuvo que debatir en pie de igualdad con Aécio, y fueron unos debates reñidos y conflictivos. Es un elemento importante. Si el partido desafiante es minúsculo, el oficialismo no va a ir a debatir. En cambio, si hay una situación de competencia pareja es otra cosa", dice Lanzaro.
Si bien no habría que sobredimensionar su importancia, la existencia de debates a los que ningún candidato puede rehuir es una muestra más del grado de transparencia y de competitividad que tiene un sistema político.
"Dilma tuvo que debatir en pie de igualdad con Aécio"
4. El desarrollo de un electorado crítico
Que las elecciones sean tan parejas a pesar de que el presidente sea candidato, con los enormes recursos con los que cuenta para inclinar la balanza a su favor, evidencia que un porcentaje importante de votantes no es fácilmente controlable.
En las sociedades más libres y maduras, donde el grueso de las personas no depende del Gobierno para sobrevivir, el voto es más autónomo, ya que el elector sabe que su futuro no está sujeto a la continuidad del partido gobernante. Esto es cada vez más claro en Brasil, aunque no sea el único caso en la región.
"Hay un estudio de la Cepal en el que se analiza el crecimiento de la clase media en América Latina. Junto con el crecimiento de la clase media crece el electorado crítico, que analiza su voto y espera hasta último momento para decidir. Esto afecta a todos los gobiernos que van a buscar su reelección, así que no lo podríamos reducir al caso brasileño", dice a Infobae el politólogo José del Tronco, maestro en Gobierno y Asuntos Públicos por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO México).
"Si hay menos pobres, hay menos electorado cautivo. La gente es más independiente, porque ya no necesita del Gobierno para vivir. Por lo tanto, está más dispuesta a votar por los candidatos que la persuadan o convenzan más en términos políticos y electorales", agrega.
5. Un sistema electoral confiable
Una de las joyas de la democracia brasileña es su sistema de votación, instrumentado a través del sufragio electrónico. A pesar de que la reciente elección se resolvió por un margen muy exiguo, y de que votaron más de 142 millones de personas en todo el país, a sólo tres horas del cierre ya se había escrutado el 98% y se pudo anunciar el triunfo de Rousseff.
En cualquier otro país de la región, una victoria tan ajustada habría suscitado reclamos y denuncias de fraude. Pero es tan grande la confianza de la dirigencia en el sistema que Neves reconoció su derrota en el momento.
Este no es una consecuencia exclusiva del voto electrónico, que está lejos de ser una receta mágica que garantiza transparencia en cualquier caso. Tampoco es fruto de la casualidad o de una medida improvisada que salió bien. Es el resultado de una política de estado planificada y sostenida desde hace casi dos décadas.
"Brasil hizo un correcto estudio de la situación del régimen electoral y llegó a la conclusión de que la vasta extensión territorial del país iba en contra de la utilización del papel para votar. Por otro lado, tiene parte importante de su territorio sometido un clima con niveles de humedad elevados, lo que también es enemigo del papel", explica José María Pérez Corti, magíster en Partidos Políticos y especialista en justicia electoral, consultado por Infobae.
"Brasil ha desarrollado tribunales electorales que son la envidia de sus vecinos"
"En tercer lugar -continúa- el proceso de recuperación de las urnas tenía riesgos importantes, y estaba expuesto a fraudes. Por último, consideraron el alto grado de analfabetismo. A partir de esas cuatro observaciones, diagnosticaron que era necesario cambiar el mecanismo tradicional".
Tras hacer muchos estudios y pruebas, desarrollaron un sistema de voto en urnas electrónicas de muy fácil acceso, que reducen el riesgo de irregularidades. Además permiten un conteo mucho más veloz y confiable que el anterior, algo necesario para reducir la incertidumbre ante elecciones competitivas.
Este sistema no está exento de debilidades. Como el elector introduce en la máquina un código que lo identifica, y luego emite su voto, algunos expertos creen que existe la amenaza de que el sufragio pierda su carácter secreto. Por eso, la clave no está tanto en el instrumento como en las instituciones que lo aplican.
"Se hizo una política de implementación muy sólida, que le ha dado confianza y transparencia a los electores, que confían ciegamente en esa urna electrónica. Pero eso no significa que vaya a suceder lo mismo en otros países", dice Pérez Corti.
"
que son
, con el 70% de su estructura dedicada a lo técnico. Lleva 20 años de desarrollar una política pública coherente a lo largo del tiempo, con todos los gobiernos sucesivos. Y más allá de las objeciones que se la hacen,
", concluye.