La casa de un piso donde viven Jeff y Denise Lagrimas está justo frente a unos terrenos por los que se espera pase la lava del volcán Kilauea, en su camino hacia el océano.
Pero ellos prefirieron trasladarse a otra localidad, a 14 millas (22 kilómetros) de distancia, antes de descubrir si esta previsión se cumplía, o si en cambio la roca fundida llegaba a su casa.
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"No quería quedarme aquí y esperar a que llegara y sufrirlo", dijo Denise Lagrimas, tomándose un descanso mientras guardaba cuencos y tazas en cajas de cartón. "Nunca sabes", agregó la mujer.
En su lento avance, el magma se internó en terrenos privados junto a la carretera, quemó neumáticos y otros materiales. Esto llevó a las autoridades a advertirle a los residentes con problemas respiratorios que permanecieran en el interior de sus viviendas. La lava se desplazaba a un ritmo de entre 10 y 15 yardas (entre 9 y 14 metros) por hora.
La roca fundida ganó velocidad la semana pasada, tras semanas de movimiento lento e intermitente. El río de lava llegó a bosques y pastos, y cruzó hasta zonas habitadas por primera vez desde que los científicos empezaron a alertar sobre el panorama en agosto.
Los residentes de Pahoa tuvieron semanas para prepararse para lo que se ha descrito como un desastre a cámara lenta. La mayoría ya se marchó o estaba preparándose para irse.
Al menos 50 ó 60 estructuras -incluyendo viviendas y negocios- estaban en una zona que probablemente se vería afectada por la erupción, según las autoridades de protección civil.
Historias particulares
La familia Lagrimas decidió mudarse a Kurtistown, a una distancia segura del flujo actual del Kilauea.
Además, temían que la lava bloquee las carreteras que salen de Pahoa y les impidiera ir a sus empleos en Hilo. También estaba la posibilidad de que sucesivas coladas de lava terminasen por "tragarse" más zonas de la comunidad, como ocurrió con las subdivisiones de Royal Garden y Kalapana en las décadas de 1980 y 1990.
"Es tan surrealista, tan surrealista. Ni en mis sueños más salvajes de niña pensé que estaría huyendo de lava", dijo Denise Lagrimas.
Por su parte, Terri Mulroy, que dirige la granja Kumu Aina con su marido, señaló que el magma, aunque inquietante, tiene un efecto positivo porque mantiene a raya el desarrollo inmobiliario de la isla.
"Si no fuera por las coladas, yo no podría vivir aquí", comentó. "Esta tierra ya sería un
concluyó afirmando la mujer.