En el mundo musulmán, donde las mujeres no gozan de todos sus derechos elementales, sobrevivir como tal no es sencillo. Por el contrario: cada vez que hay un nacimiento en puerta, los padres celebran si se trata de un varón y lloran si quien asoma del vientre de la madre es mujer.
En Kabul, Afganistán, el sufrimiento es mayúsculo por las leyes que rigen la vida de las familias desde el inicio mismo de su existencia. Son varias las organizaciones internacionales que denuncian y condenan estos atropellos básicos a las mujeres, aunque con nulos resultados en la práctica. Afganistán ocupa el primer lugar en la escala de países con peor reputación para ser mujer.
Es por eso que nadie quiere parir una niña. Y su llegada, lejos de ser una bendición, es un tormento. En Afganistán, el único objetivo que debe tener una mujer es tener hijos varones y creen que el sexo del bebé está íntimamente vinculado con lo que la madre quiere. Para los extremistas, el útero está conectado con el cerebro.
En su nuevo libro The Underground Girls of Kabul (Las niñas subterráneas de Kabul), Jenny Nordberg explora el submundo al que son relegadas las mujeres al nacer, y va más allá: descubre las historias de aquellas niñas cuyas familias ocultaron su identidad y "transformaron" en niños, para que no sufran el islam, aún sabiendo su sexualidad de nacimiento.
Mehran es una de ellas. Y a los seis años comenzó su nueva vida. Era la cuarta hija de un padre analfabeto, casado en segundas nupcias con una mujer educada y con conocimientos políticos. Afganistán no siempre fue lo que es ahora. Azita, tal el nombre de la madre, sabía que su hija no iba a vivir demasiado siendo una niña. Pero sobre todo, la culparían a ella por no haber dado a luz a un varón. "Nada ha cambiado, ni nada cambiará. Se va solamente en la dirección equivocada aquí", cuenta la mujer a Nordberg en referencia a la decisión que adoptaron para su hija.
Azita pensó varias veces en quitarse la vida. Fue luego de sufrir abusos de su marido, físicos y sexuales. No quería lo mismo para su hija, al menos no en el comienzo de su vida. De esta manera, haciéndola pasar por niño, podría darle una vida mejor a la que podría ofrecerle al resto. "Quiero mostrarle a mi hija qué tipo de vida hay del otro lado", confió a Nordberg.
En Afganistán, como en otros países donde rigen las más medievales leyes islámicas, un hombre tiene derecho a violar a su esposa sin que sea considerado una violación, como en el resto del mundo civilizado.
En su infancia, Azita había vivido lo mismo que Mehran, su hija. También pasó cinco años de su niñez como un chico, al amparo de sus padres. Ahora, su hija podría hacer lo que sus hermanas tienen prohibido: subirse a árboles, remontar un cometa, ir al gran bazar, hablar sin pedir permiso. Una vida normal en el resto del mundo, pero soñada en Kabul.
Sus padres, según señalaron a la autora del libro, saben que la vida de su pequeña no será fácil, incluso cuando tenga que revelar al resto su verdadera identidad. "Ella sabe que es una niña, y cuando crezca entenderá la diferencia mejor, todavía. Así se vive en Afganistán", cuenta su madre.
El caso de Zahra es muy parecido. Aunque su vida cambió más temprano que la de Mehran. A los dos años ya tenía que vivir como un niño. Hoy tiene 15. "Cuando veo que en las calles la gente insulta a las niñas, no quiero ser una niña. Quiero ser un niño, un niño, un niño para siempre", dice y desgarra el corazón.
"Mi madre siempre me dice que soy una niña. Pero mis vecinos me hablan como a un niño. Me siento ambos. Y soy feliz siendo ambos", admite a la autora. Sin embargo, Zahra sabe la verdad en su interior. Conoce que no es superior a las demás niñas, y odia el modo en que los niños tratan a las mujeres de su misma edad.
Zahra no quiere renunciar todavía a ser un niño. Sólo busca la manera en poder vivir como lo que ella es, sin necesidad de estar ocultándose. Es por eso que quiere irse de Afganistán para vivir en un país donde pueda vivir como una mujer, con los derechos que le corresponden.