Enseñar, aprender y evaluar es lo que está en juego

Guardar

A los educadores ya no nos sorprenden los cambios, pero tenemos que aplicarlos en nuestras escuelas y esto amerita una seria reflexión. No podemos quedarnos en la superficialidad del cambio. El riesgo: cambiar el nombre de las cosas pero que todo siga igual. Con frecuencia y a pesar de los cambios normativos, no se ha logrado cambiar los paradigmas.

Modificar el sistema de calificación, evaluación y promoción conlleva un trabajo de los equipos docentes que implica respetar la autonomía de cada escuela. Es decir, supone: pensar en el proyecto institucional, en la coherencia entre enseñar–aprender y evaluar, en la formación integral de los alumnos y en cómo educar para los tiempos actuales; el esfuerzo que implica el aprendizaje, qué enseñamos, cómo aprenden nuestros alumnos y cuáles son los criterios que acordamos para evaluar.

Es un análisis pedagógico que debemos realizar en nuestras instituciones con los equipos directivos y docentes. Podemos tener distintos modos de calificar, pero esto exige "certificar" el proceso de aprendizaje del alumno. Evaluar siempre significa valorar y orientar una propuesta de mejora, tanto del aprendizaje del alumno como del trabajo en la escuela. En esto se define la calidad educativa.

Es importante reconocer el valor formativo de la evaluación y el lugar que ocupa la información que damos al alumno para que pueda mejorar su aprendizaje.

La educación es un hecho social y por esta razón entra en este debate la opinión de familias, docentes, alumnos, autoridades y opinión pública. A todos afecta de una u otra manera.

En las instituciones La finalidad central de la evaluación es ayudar al alumno a identificar lo que aprendió y lo que no ha logrado aprender, para recuperar, en forma inmediata, orientado por la corrección del docente. educativas se deben definir los criterios y dar significado a las calificaciones. Éste es el problema. La calificación certifica el grado en que el alumno ha adquirido los conocimientos, habilidades, y actitudes propuestas. El término "certificar" significa asegurar, afirmar, dar por cierto algo y "hacer constar por escrito – a través de calificaciones – qué han logrado aprender los estudiantes. La certificación, en tanto constancia escrita, suele plasmarse a través de puntajes, categorías o calificaciones.

Este es el punto de reflexión, definir con claridad los logros a alcanzar, qué es lo que se espera del alumno para que se considere "muy bueno", "bueno" o "regular". El criterio debe darse a conocer de modo muy claro desde las escuelas a la comunidad educativa, familias y alumnos.

La situación del aprendizaje no se resuelve eliminado las calificaciones sino empleándolas adecuadamente, definiendo los niveles de alcance y modificando las prácticas en el aula. Requiere mucho más que modificar por decreto el sistema de calificación, evaluación y promoción. Exige tiempos y espacios de formación en servicio para los docentes, donde se tenga oportunidad de revisar las propias prácticas, acordar criterios con sus equipos docentes y comunicar a las familias los criterios de alcance.

Implementar el cambio sin esta reflexión no cambia la calidad educativa. Se corre el riesgo de nivelar hacia abajo.

El desafío en el interior de la escuela es pensar qué alternativas planteamos en el aula para que los alumnos aprendan bien, desarrollen habilidades y competencias cognitivas, comunicativas, sociales. ¿Cómo atender y lograr la formación integral del alumno? Si esta reflexión no se da, caemos en el facilismo, y la escuela pierde su principal finalidad que es el aprendizaje. Un aprendizaje que implica esfuerzo y exige acompañamiento para llegar al logro.

Si esto no se plantea, no recuperamos la educación.

*La autora es coordinadora de la Maestría en Dirección de Instituciones Educativas de la Universidad Austral. Magister en Educación y Comunicación por la Universidad Autónoma de Barcelona.