El surgimiento de la Alianza del Pacífico, la contracara exitosa del Mercosur

Alejado de las experiencias chavistas-populistas en la región, el bloque comercial fomenta una inserción internacional inteligente, la promoción de la economía de mercado como motor del desarrollo y apego al ordenamiento institucional interno. Claves y desafíos

Presidencia Venezuela 162

Una Sudamerica fracturada es el dato central de la historia reciente de los últimos tres lustros en la región. Frente al anacrónico proyecto cubano-chavista del "socialismo del siglo XXI", parece surgir un camino alternativo al desarrollo en el Pacífico. México, Colombia, Perú y Chile comparten algo más que la Alianza del Pacífico. Los tres países coinciden en tres grandes líneas de su política: inserción internacional inteligente, promoción de la economía de mercado como motor del desarrollo y apego al ordenamiento institucional interno.

En México el joven presidente Enrique Peña Nieto ha encarado reformas estructurales desde su llegada al poder hace casi dos años. Al convocar al capital privado para explotar el petróleo, el nuevo gobierno ha actuado con audacia. Recordemos que México fue pionero mundial en estatizar el petróleo: lo hizo el presidente Lázaro Cárdenas, en la década del 30.

Lejos de ataduras ideológicas, Peña Nieto opera en el marco de un esquema político digno de envidia. Antes de asumir, los principales líderes del país consensuaron las grandes políticas para el futuro en torno al llamado "Pacto por México". Embarcado en profundas transformaciones en áreas clave como energía, educación y telecomunicaciones, Peña Nieto no teme arriesgar su capital político: no tiene reelección en su futuro. La imposibilidad de perpetuarse en el poder parece una invitación a trabajar para la historia grande. Triunfe o fracase, se irá a su casa, irremediablemente, tras su sexenio en el poder. El principio de la no-reelección es el eje principal del sistema político mexicano en el último siglo.

En tanto, Colombia acaba de igualar -o superar- a la Argentina y se ha convertido en la tercera economía de la región. El país disfruta de récords de inversión extranjera. Apenas reelecto para un segundo período de cuatro años más, el presidente Juan Manuel Santos anunció que su intención es reformar la Constitución colombiana para que ello no vuelva a suceder, pero alargando el mandato presidencial a cinco o seis años. Santos parece ir contra la corriente regional: Venezuela, Ecuador y Bolivia han establecido regímenes de reelección ilimitada. El respeto por los límites temporales del poder parece una constante colombiana: hace escasos años, la Corte Suprema prohibió al ex presidente Uribe su intento de eternizarse tras sus dos mandatos consecutivos (2002-2010).

Más al Sur, Perú es gobernado por Ollanta Humala. Al asumir, hace cuatro años, el nuevo presidente pareció acceder al poder con una agenda de izquierda y promovido por el líder bolivariano Hugo Chávez. Sin embargo, una vez en el cargo, Humala buscó continuar el rumbo económico de sus predecesores. Al alejar el temor de un vuelco al bloque chavista, Humala no parece preocupado por su popularidad sino por hacer un buena administración. Gobernar con eficiencia parece su propósito, igual que el de sus antecesores. Perú, otrora castigado por duros períodos de inestabilidad económica y política, se encamina por la senda del progreso y parece haber abandonado los flagelos de los años 80, el terrorismo guerrillero de Sendero Luminoso y la hiperinflación.

En Chile en tanto, Michelle Bachelet ha vuelto al poder en marzo de este año. Inaugurando el que es el sexto período constitucional consecutivo desde la instauración democrática en 1990, la presidente socialista ha retornado a La Moneda tras la experiencia del gobierno derechista de tan solo 4 años de Sebastián Piñera. Aun con las inquietudes que ciertas reformas promovidas por la nueva administración provocan en ciertos círculos en Santiago, la solidez del sistema político chileno permite descartar desvíos institucionales de envergadura. La clase dirigente trasandina parece compartir verdaderas políticas de Estado en lo esencial y sólo compite electoralmente para timonear el modo de llevar adelante el programa exitoso de desarrollo que ha convertido a Chile en el país más respetado en la región.

A todo esto, la Argentina parece asistir al agotamiento del modelo estado-céntrico reinagurado con el advenimiento del gobierno iniciado en el año 2003. El gasto público consolidado alcanza el 47% del producto bruto. Si se tiene en cuenta que durante la década del noventa, el mismo se situaba en torno al 29%, puede apreciarse que el tamaño del Estado ha crecido de manera exponencial. Un repaso del estado de la calidad educativa, las prestaciones de salud y los servicios de seguridad y justicia en la Argentina de hoy advierte al más desprevenido que el fenomenal aumento de la presión fiscal sobre la economía privada no ha redundado en una mayor eficiencia en la provisión de tales bienes públicos. El siempre lúcido Julio Bárbaro así lo expresó hace pocos días en una columna en este portal:donde el Estado se convierte en la principal fuente de riquezas, no tarda en convertirse en el distribuidor de injusticias.

El último informe de la CEPAL -distribuido hace semanas- da cuenta de que mientras Colombia crecerá al 5% este año, México lo hará al 3%, Perú al 4,8% y Chile al 3%. La Argentina, en tanto, podría crecer un escuálido 0,2%. Incluso, estimaciones de consultoras privadas anticipan una caída del PBI argentino de tres puntos para 2014. Solamente Venezuela exhibiría un desempeño económico más mediocre.

El camino del Pacífico parece ofrecer una alternativa inteligente para la Argentina: integración al mundo, aprovechamiento de las oportunidades que ofrece la globalización, fomento de la iniciativa privada en la economía y respeto por los límites institucionales al poder de turno. Una alianza estratégica en lo político, lo económico y en la integración física con Chile es una de las claves del futuro, si la Argentina desea alcanzar finalmente el desarrollo. El postergado proyecto de perforar la cordillera con túneles que unan ambas naciones para canalizar las exportaciones hacia el Asia-Pacífico ha adquirido el carácter del imperativo categórico. Uno de los padres del "milagro japonés", Saburo Okita, sentenció hace décadas: "El futuro será implacable con los países que den la espalda al Pacífico"