Ni bien conocí la noticia de que Jorge Bergoglio había sido elegido Papa, comencé a trabajar en mi primer cuadro con él como protagonista. Mi simple intención era homenajearlo, desde mi lugar de artista y vecina del barrio de Flores, su mismo barrio natal. Previamente a pintar "Habemus Papam", el primer cuadro alegórico, la pintura de connotación sacra siempre me cautivó y solía participar en las Bienales de Arte Sacro.
Apenas finalicé dicha obra, tuve la oportunidad de que Francisco tomara conocimiento de mi cuadro y viera su imagen en una fotografía que le había enviado adjunta en una carta. A los pocos días recibí su respuesta manuscrita, de propio puño y letra, donde Francisco me agradecía el retrato que había realizado en su honor y me felicitaba por mi capacidad artística, a la vez que me propinaba muestras de su cercanía y me pedía que rezara por él. También recibí cartas de reconocimiento por mi oficio desde la Secretaría de Estado Vaticano, firmadas por los asesores del Papa.
Estas epístolas documentales fueron el pasaporte, vía Nunciatura Apostólica, para poder solicitar y concretar una audiencia con Francisco en el Vaticano y, de este modo, permitirme obsequiarle en mano el primer cuadro de la serie. Así, en Octubre de 2013, cumplí mi sueño de conocer al Papa Francisco y de que la obra le perteneciera finalmente a su protagonista, en razón de ser incluida en la reconocida Colección Vaticana.
Finalizado este primer cuadro y habiendo recibido el reconocimiento de su protagonista y de la Santa Sede, quise seguir haciendo composiciones de connotación sacra, que incluyeran a la figura del Papa Francisco y su mensaje de fe, humildad y esperanza. Así fue que proyecté crear la primera serie pictórica del mundo en homenaje a su asunción, ya que no encontré registro -ni existe hasta el momento- de serie alguna de características similares. Me motivaba mucho el hecho de que la serie alegórica fuera realizada por una coterránea y en las mismas latitudes que lo vieron nacer al Papa.
En los nueve cuadros que integran actualmente la serie, representé al Sumo Pontífice rodeado de los íconos cristianos a los que él ama y por los que guarda especial devoción, como son Santa Teresita de Lisieux, el Sagrado Corazón de Jesús, la Virgen y el Niño y la Virgen Desatanudos. También lo pinté junto a los lugares que fueron altamente representativos durante su vida sacerdotal y espiritual en Buenos Aires, como la Catedral Metropolitana, la Iglesia de San José de Flores y la Capilla de la Anunciación.
En la última de mis composiciones, lo pinté al Papa Francisco junto a dos niños, uno palestino y otro judío, compartiendo una escena en la que los protagonistas rodean a un mensaje de paz, en varias lenguas. En esta obra muestro al Sumo Pontífice en actitud de oración, resguardando ese encuentro tan especial, en pos de la amistad entre los pueblos actualmente enfrentados.
Lo más lindo que viví con esta serie de obras es que las personas, cuando miran los cuadros, no ven pinturas y pueden trascender la imagen del lienzo, hacia otra dimensión, más espiritual, transportándose y sintiendo que están junto a Francisco, que se les presenta cercano y paternal. Muchas de las personas frente a mis cuadros se ponían a rezar o a hablarle al Papa como si estuviera allí, confidente y contenedor, junto a ellos. Ver este tipo de manifestaciones, tan sinceras y espontáneas, fue una enorme alegría para mí como artista, al presenciar cómo el mensaje de los cuadros trascendía la tela y entraba en comunión con la gente.