El libro de un sobrino del "Che" desmitifica la Revolución Cubana

En "Crecer a la sombra del mito", Martín Guevara cuenta su infancia en Cuba, donde todos los niños prometían cada mañana ser como su tío, y donde pronto descubrirá la impostura, al vivirla en carne propia

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"Cada día escuchaba que esa sociedad era perfecta porque todos éramos iguales, y que en el país de donde yo provenía había que pagar la medicina, el colegio también, y todo menos el aire, por eso casi todos eran muy pobres, y andaban por las calles pidiendo comida y trabajo", escribe Martín, hijo del menor de los hermanos de Ernesto Guevara.

Exiliado con su familia en la isla a los 10 años, se enteró allí de la existencia de ese mítico tío, muerto cinco años antes en la selva boliviana, y que resultaba tener casi tantas calidades y poderes como los héroes que poblaban sus libros infantiles, un "Sandokán" caído en el combate por los pobres de América Latina.

El hombre al que todos los niños cubanos debían parecerse y él en especial, por llevar su sangre y su apellido.

Pero la combinación de un espíritu libre y rebelde –guevariano, justamente- y los sufrimientos que le infligió la militancia de los adultos, entre partidas y separaciones, sirvió tal vez de antídoto al adoctrinamiento, haciendo de Martín una suerte de oveja negra en una familia tan ligada a la épica de la Revolución. Así, a través de una mirada todavía infantil –de boca de los niños sale la verdad, dice la sabiduría popular-, se va corriendo el velo del relato castrista dejando expuestas sus contradicciones, las desigualdades y privilegios detrás de la prédica igualitaria, y el verdadero trato del régimen a su familia, más allá de la exaltación del mito. Pero esto último es parte de la trama –no inventada- del libro, así que no será revelado en esta nota.

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Por un lado, ese chico de 10 años siente culpa por "extrañar un país [Argentina] que era tan cruel con todos", en donde él recordaba no haber sido "más que un niño igual a los que vivían en las manzanas de alrededor".

"Pero en Cuba –escribe Martín-, aún cuando se empeñaban en decirme que éramos todos iguales, en cuanto ponía un pie fuera de aquel Hotel Habana Libre [donde la familia Guevara fue alojada inicialmente por el régimen], me daba cuenta de que unos éramos cualquier cosa menos iguales que otros".

Desde la vestimenta, hasta la comida, pasando por los elementos de aseo, lo más chocante era esa triste uniformidad. Una "riña que presentaba el sistema con la estética" y que "se extendía a lo sabroso". "Era como si hubiese una Logia contra el sabor agradable (...). Contra lo exquisito había una guerra abierta. El socialismo real no toleraba la sofisticación. Lo distinguido, era relacionado con lo burgués y por ende suprimido", recuerda.

Pero no para todos: "Claro, todos estos productos resultaban perniciosos, siempre y cuando no se encontraran en las neveras de los más altos cargos, aquellos de carácter demostrado, ya que es fácilmente comprensible que quienes hubiesen estado luchando, en sierras y montañas, podían pasar por una tentación semejante sin sucumbir al vicio, ni corromperse por la gula".

Todas estas impresiones, Martín Guevara las ha ido volcando a lo largo de estos años en su blog y en artículos –es a href="http://opinion.infobae.com/martin-guevara/" rel="noopener noreferrer" columnista habitual de Infobae /adesde 2011- pero ahora las ha reunido en este libro. A 30 años de aquellos episodios, un relato sin autocomplacencia, con frescura y estilo ágil, pese a su apego a la frase larga –otra rebelión saludable en tiempos tuiteros- que transmite de modo claro el clima de aquella Cuba. Fue un niño el que dijo que el rey estaba desnudo. Y este libro lleva a reflexionar sobre la ceguera de tantos adultos que ha contribuido a una sorprendente persistencia de un relato que los hechos no cesan de contradecir.

Sobre estos temas, respondió Martín Guevara a las preguntas de Infobae. A continuación, esa charla y, como cierre, un breve extracto del libro que acaba de ser lanzado en castellano y en inglés simultáneamente, en papel y como e-book.

i¿Por qué este libro ahora?/i

Durante toda mi vida la literatura ha venido a mí de diferentes soportes y maneras. Los libros, las lapiceras, los lápices, los cuadernos de los primeros poemas, las servilletas de los bares porteños en los cuales te podés quedar horas pero no como en París mirando gente pasar sino charlando hasta agotar saliva o leyendo y escribiendo, o bien me ha venido a modo de aventuras, de descontrol, de desacuerdos, de rebeldías adolescentes tardías, a modo de historias, relaciones, observación, experimentación, pero casi siempre con un inquilino permanente dentro, que es la "angustia". Ese ha sido siempre el motor de mi cercanía a la literatura en general, al acto de leer, de construir historias, de crear personajes y vivirlos con un histrionismo permanente, al acto de escribir desde las entrañas, o desde el humor de la autocrítica, del aprendizaje de manos de los demás. Tuve grandes maestras y maestros. Son muchos los libros que he pergeñado ya, que he construido, en primera o en tercera persona: ahora toca ir escribiéndolos, volcándolos al papel, compartiéndolos.

i¿Cómo es hoy tu vínculo con Cuba, tus primos, Fidel y otros?/i

Somos una familia muy gregaria, entre la gente que más estimo en el mundo, hay muchos que son de mi familia, primos, tíos. El cariño es el mismo de cuando éramos compinches, pero ha intervenido ese perturbador y ficticio ingrediente introducido por los adoctrinamientos y los aleccionamientos conductistas en los ámbitos totalitarios. El problema en todo caso no es mío, desde pequeño toleré que las personas de mi alrededor usasen un barniz único, monolítico, mientras yo andaba explorando otras posibilidades, y ello nunca significó un obstáculo para tenernos gran afecto. Pienso que de a poco todos se acostumbrarán a que en la vida tenemos diversas opiniones, sobre todo cuando vayan liberándose y notando que sus verdaderas opiniones sofocadas por esas otras encorsetadas, anuladas por todo ese andamiaje que nos impusieron y del cual no es nada fácil escabullirse, son en realidad más acordes a mis criterios. Tengo primos que han sido mis hermanos mayores, a los cuales les tengo un afecto indestructible, independientemente de cuál sea el disfraz con que cada uno aparezca en este baile. Las personas necesitamos creernos al menos un poquito el rol que interpretamos, pero somos mucho más parecidos de lo que pretendemos. Con Fidel no tengo ninguna relación y con el entorno tampoco, con esos sí, ¡¡espero ser todo lo diferente que creo ser!!!

i¿Por qué hay tan poca reacción contra este régimen, tanta negación de su carácter dictatorial?/i

Ese es el quid de la cuestión. La pregunta que me he hecho y se han hechos muchos estudiosos de los sistemas que secuestraron la terminología bondadosa de masas en el siglo XX ¿por qué costó tanto y aún cuesta aceptar que Stalin mató a millones de personas? ¿Por qué a los escritores disidentes del campo socialista siempre les acompañó una sombra de sospecha incluso en los círculos intelectuales en los cuales presumiblemente se los respetaba? ¿Por qué la propia gente de estos países antes que oponerse, preferían muchas veces arriesgar sus vidas para atravesar los montes Urales, como mi gran amigo fotógrafo Slava Fillippov, saltar el muro de Berlín arriesgándose a una ráfaga, o salvar 90 millas de un mar repleto de tiburones en un neumático de camión? El secuestro de esa terminología pro obrera, pro campesina, anti abuso del poder, pro pobre, pro explotado, hizo que fuese muy difícil oponerse a ello, es muy complicado sacar algo del hipotálamo una vez que se instala. Pero sigo en la búsqueda.

i¿Qué reacciones has tenido hasta ahora por las posiciones que expresás en este libro?/i

Diversas, la mayoría de respeto. Otras de personas que creen descubrir el chocolate cuando me dicen ¡pero sí tú vivías muy bien en Cuba, te tomaste todo el ron, y ahora vas de disidente! O: ¡Habla de España que allá la cosa no está nada bien! Esos son los que se nota a la legua que no han leído nada de lo que escribo, que saltan como un resorte ante la etiqueta, ya conozco de cerca dichos mecanismos, y a ese tipo de elementos adiestrados.

iAunque tu libro termina con una nota esperanzadora, las cosas de las que fuiste testigo -como los escraches, la cobardía colectiva- ¿no minan totalmente la idea de la condición humana? ¿Es posible volver a creer?/i

Claro que sí. Desde tiempos remotos, desde que un mono vio que el de al lado era más boludo que él y le quitó todo el morfi con el cuento de las tormentas y la ira del cielo en caso contrario, las organizaciones más trascendentes, más duraderas, lo son entre otras cosas porque descubrieron que lograr someter a alguien está bien, pero lograr que se someta por motu propio y sin mediar aparente coacción es algo maravilloso, ¡infalible! Llenaron las cabezas de prejuicios, falsas certezas, y sobre todo hitos filosóficos, que incomprensiblemente no han sido cuestionados lo suficiente como para romper los círculos viciosos. Como el de la simple saturación del modelo social de la convivencia y el consenso, y el necesario y catártico arribo de la conflictividad, del antagonismo, del mismo modo que para dar a vida a un bebé la madre debe padecer dolor, y que hace falta la noche para el día. ¿Pero qué nos cuentan? Claro que algo de eso hay, pero si todos esos otros ciclos los hemos conseguido romper desde hace mucho en nuestro "beneficio", ¿cómo no podríamos canalizar los deshechos de los períodos de bonanza, de los períodos de concordia y vehicular las frustraciones de la sociedad hastiada, saturada de un modelo de paz y armonía? ¡Por favor! ¡Claro que creo! Pero debemos ponernos cada uno en nuestro entorno a cambiar las cosas, empezando por nuestros propios atavismos, nuestras limitaciones, y sobre todo superar nuestros miedos. Una cosa que me gusta mucho de Jorge Bergoglio es que tiene esa impronta del verdadero cristiano, que yo no lo soy, pero si todos fuesen así con muchísimo gusto me convertiría.

DE ESCRACHES, PRIVILEGIOS Y "DIPLONIÑAS" [Extractos de iCrecer a la sombra del mito,/i a href="http://www.alexlib.com/martin_autor/" rel="noopener noreferrer" de Martín Guevara]/a

Una tarde (...), se acercó una comitiva formada por vecinos de los edificios de al lado. Acudían al nuestro a informarle al presidente del CDR que los del cuarto piso, una familia de cuatro personas, tenían pedida la salida para Estados Unidos y que de un momento a otro llegarían, así tenían tiempo de prepararles el recibimiento.

A las dos horas llegó un patrullero conduciendo a los cuatro vecinos. Él era marinero, la esposa ama de casa, el niño y la niña eran pioneros, como todos los críos. Ni bien cerró la puerta el coche de la policía y empezaron a caminar por el pasillo hasta su escalera, salió un grupo de militantes que los estaban esperando detrás de una escalera, y comenzaron a gritarles a voz en cuello, todo tipo de insultos, como escoria, homosexuales, prostitutas, y gusanos, se gritaba más que nunca: ¡Pim Pom Fuera, Abajo la gusanera! alternándolo con: ¡Fidel, seguro, al gusano dale duro! (...) ...pude ver la cara de miedo en los rostros de nuestros vecinos, de los niños que hasta el día anterior jugaban allí mismo protegidos por ese mismo CDR. (...) ...cuando ya estaban cerca la muchedumbre comenzó a asestarles golpes, los primeros con las manos abiertas, a modo de bofetadas, sobre la cara, la nuca, la espalda, y entonces el bravo revolucionario policía que vivía en nuestro edificio, le dio en la cabeza con una porra de goma al hombre, (...) le agarré la mano a la niña y no dejé de mirarla diciéndole que no pasaba nada, que se calmase, y en eso Jesús, uno de los muchachos mayores, (que) había estado en todo tipo de reformatorios, (se) acercó a la multitud acalorada y violenta, y les dijo con voz tranquila y profunda, pero determinada: ¡Caballero dejen el abuso, esa gente tienen niños! Y de un hábil salto se interpuso entre el teniente de policía, y el matrimonio, momento que los cuatro aprovecharon para subir raudos las escaleras (...). Sólo entonces solté la mano de la niña que aún estaba ataviada con el uniforme de pionera, con el que cada mañana debía jurar por el comunismo, que sería como mi tío.

[..........]

Lo que no puede negar todo el que vivió esos años, es que todo el tiempo, en todos los barrios, con la aquiescencia de las autoridades, esas golpizas, humillaciones y abusos, eran tan generalizados que parecían una catarsis colectiva, como si castigaran al que se atrevió a hacer lo que colectivamente en el inconsciente, deseaban casi todos: pirarse al norte.

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A los Estados Unidos ya habían emigrado desde Cuba a partir del 1959 más de 740.000 personas, que en un gran conjunto, pertenecían a clases sociales más o menos instruidas y adineradas, generalmente blancos descendientes de españoles. El grueso del contingente que recibió La Florida con el fenómeno del Mariel [1980], estaba compuesto por una gran mezcla de razas mestizas, y eran socialmente diferentes a las colonias hasta entonces allí establecidas.

(...) Es cierto que viajaron delincuentes, incluso presidiarios, las autoridades norteamericanas tuvieron que encarcelar ni bien entraron a su país a más de 2.500 personas con prontuarios generosos, pero la inmensa mayoría, estaba compuesta por el pueblo trabajador. He aquí la novedad, era un gran contingente de desencantados de la Revolución que habían nacido y militado en ella, personas que alguna vez habían sido comunistas o afines, acaso por miedo, por conveniencia o por convicción, que habían alfabetizado, participado de la zafra de los 70, milicianos, aunque no internacionalistas, ya que estos tenían vedada esa posibilidad, al igual que cualquier miembro de las FAR.

Muchos de ellos habían ostentado un carnet de militante, varios de ellos habían sido enemigos dialécticos y algo más incluso, de los que entonces los recibían en Miami, de los que entonces les enviaban los yates al rescate. Del lado cubano, la consecuencia inmediata fue que repentinamente quedó claro que algo no había funcionado según lo previsto, a juzgar por la ingente cantidad de personas de toda procedencia que deseaban emigrar.

Fue un durísimo correctivo, un inesperado baño de realidad.

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Estaban los técnicos extranjeros, cuadros medios de los países socialistas del Este de Europa, y en su mayoría de la Unión Soviética, que tenían derecho a comprar en tiendas especiales, en moneda nacional.

En esas tiendas había productos alimenticios de notoria mejor calidad que los de la población nacional (...). Además de que (éstos), que de técnicos tenían aún menos que de socialistas, podían comprar en algunas tiendas de divisas, sobre ellos no se ejercía control por parte de agentes nacionales, porque contaban en sus barrios con un responsable del partido de sus países de origen. Vivían en barrios donde sólo habitaban ellos.

Estaban los segundos más privilegiados, el cuerpo diplomático. Estos tenían un tren de vida de bastante poco sacrificio. Tanto por el dinero que ganaban como por la impunidad que les otorgaba la inmunidad diplomática. En las tiendas habilitadas para su consumo, se podía notar esa diferencia. Estaban dotadas de lo mejor que llegaba a Cuba. Eran las tristemente famosas diplotiendas (...). Tal era la distinción que le otorgaba a una tienda, a una peluquería o a una panadería, el prefijo "diplo", que durante un tiempo cuando una chica se distinguía por su belleza se la denominaba una "diploniña".

Y por último, la crema de los privilegiados. Había empezado a desembarcar un nuevo tipo de extranjero, que se convertirían en los menos queridos pero los más deseados, los empresarios a los que el Gobierno daría el visto bueno. Españoles, franceses, canadienses, que soñaban como todos, con beneficios económicos, pero por alguna razón arbitraria, aleatoria, anárquica o fortuita, más que racional, fueron asimilados por el sistema como capitalistas con un toque revolucionario. Dueños de cadenas de hoteles, empresas de comunicación, astilleros, petroleras, etc., simplemente millonarios que establecían sus sucursales en Cuba, contando con la cómoda inexistencia de sindicatos y sin el siempre molestísimo derecho de huelga. Estos compraban en las tiendas que se les antojara y no eran importunados por agentes, ni ley alguna, eran los siemprebienvenidos.