En este día será recordado y repudiado en todo el mundo el asesinato de miles de civiles; en todos los países, o al menos en su mayoría, con la excepción de China. Hoy se cumplen 25 años de la masacre de Tiananmen, un capítulo negro de la historia contemporánea que, a lo largo del último cuarto de siglo, el régimen comunista chino se ha esmerado –con éxitob– para eliminar de la memoria colectiva de sus habitantes.
El 4 de junio de 1989, después de casi tres meses de manifestaciones impulsadas por estudiantes, obreros e intelectuales en la plaza principal de Pekín, el gobierno de Den Xiaoping dio la brutal orden. Las imágenes de las protestas recorrían el globo, era hora de acallarlas. El Ejército debía desalojar Tiananmen sin importar cómo fuera.
Los tanques llegaron al lugar y aplastaron a los manifestantes sin piedad; los soldados abrieron fuego contra todo aquel que se cruzara en su camino. Hubo sangre, gritos y desolación. Los presentes reclamaban reformas políticas y una mayor transparencia gubernamental. El régimen les respondió con represión y muerte.
Nunca se supo cuántas personas fueron asesinadas ese día. Algunos dicen que cientos; otros, que miles. El número oficial no existe. Para el gobierno comunista, ni siquiera hubo masacre; sólo se apagó una "rebelión" que ponía en peligro el orden vigente en China. El ciudadano común desconoce qué ocurrió, y aquel que sabe, prefiere callar.
Después de 25 años, el tema es tabú y está completamente vedado. Con el control que se ejerce sobre internet, cualquier resultado de búsqueda que contenga la fecha 4 de junio o que incluya las palabras matanza y Tiananmen está censurado. Y no sólo eso, si el internauta es detectado, comienza a ser investigado.
Los familiares de las víctimas de la masacre –que exigen justicia– son constantemente presas del hostigamiento de las fuerzas públicas, sus teléfonos están intervenidos y sus pasos, vigilados. Esta presión aumentó en los últimos días por la proximidad del aniversario. Según a href="http://www.infobae.com/personajes/amnistia-internacional-a428" rel="noopener noreferrer" Amnistía Internacional/a (AI), al menos 70 personas fueron detenidas o desaparecidas para evitar actos conmemorativos.
¿Cuánto cambió China después de la masacre?
La China de 2014 es muy distinta a la China de 1989, aunque en muchos aspectos es poco lo que cambió. En términos económicos, el país se consolidó como una potencia mundial. Si el Producto Interior Bruto (PIB) de hace un cuarto de siglo era de 1,78 billones de dólares, hoy es casi seis veces mayor: u$s9,33 billones.
El régimen chino, en distintas ocasiones, no ha dudado en asegurar que ese progreso es la prueba de que los manifestantes de 1989 estuvieron equivocados en sus reclamos y que el Gobierno está siguiendo desde hace décadas el camino adecuado, sin dejarse vencer por "desestabilizadores que respondían a intereses extranjeros", como los calificó.
No obstante, después de las explosiones sociales de fines de los 80, el gobierno comunista buscó modernizarse para mantenerse en pie. A comienzos de los 90, ejecutó reformas para lograr una mayor apertura comercial, incluidos los incentivos al sector privado y la industrialización. Desde entonces, el PIB comenzó a crecer a una tasa anual del 9,5 por ciento.
La liberalización económica y el cumplimiento de las leyes del mercado para el comercio exterior no se condicen con la situación intramuros. El sistema de producción chino ha sido duramente cuestionado por su inhumanidad y, a menudo, comparado con una forma moderna de esclavización.
Jornadas laborales de más de 12 horas, falta de días de descanso, ambientes con condiciones precarias, bajos salarios y una excesiva división del trabajo son algunas de las fallas de un sistema que ha rendido sus frutos, pero que no se ha traducido en mejoras de la calidad de vida de los empleados chinos, sino en un mayor avasallamiento de sus derechos.
Desde el punto de vista político, social e ideológico, el asfixiamiento del régimen chino es tan fuerte como hace décadas atrás. Si bien se han logrado avances en las libertades personales, la expresión y la prensa todavía no son libres. Grupos espirituales, como Falun Gong, la oposición y medios de comunicación críticos son perseguidos.
El poder está concentrado en un solo partido, el comunista, que gobierna en el país con un férreo control desde 1949. Dentro de la organización, hay una jerarquía de 80 personas, que son los miembros del Comité Central elegidos por el Congreso Nacional del PCCh cada cinco años. Y, entre ellos, los 24 que conforman el Buró Político tienen un rol preponderante; aunque quienes finalmente mandan son los nueves integrantes del Comité Permanente del Buró Político.
En otras palabras, una cúpula de nueve personas –que en los últimos años han estado salpicadas por diversos escándalos de corrupción y que han consolidado en el poder a Xi Jinping en marzo de 2013 con la intención de limpiar su ennegrecido legado– decide de forma unánime el destino de los 1.350 millones de chinos. La falta de democracia es una deuda que el régimen actual no saldará.
En ese marco de represión y de control sobre la sociedad civil que prácticamente no ha cedido en los últimos 25 años, China no recordará a los 500, 1.000 ó 3.000 muertos el 4 de junio de 1989. No hará un mea culpa. Nadie conmemorará a las víctimas. Nadie exigirá juicio y castigo. O, mejor dicho, el régimen no lo permitirá.