La escritora española Julia Navarro vuelve a sumergirse en la historia para armar una "novela de personajes", como subraya en el diálogo que mantuvo en la redacción de Infobae, horas después de presentar Dispara, yo ya estoy muerto (Plaza & Janés) en la Feria del Libro de Buenos Aires.
En esta ocasión, con el conflicto de Medio Oriente de fondo, la autora se detiene en dos familias, una judía y otra palestina, que conviven en la Tierra Prometida. Samuel y Ahmed son dos de los protagonistas de una novela que la autora define como una apelación al diálogo, a la amistad y la esperanza. Navarro cuenta que son "dos mundos distintos: Samuel es químico, es un hombre cosmopolita que ha ido a la universidad y que habla dos idiomas y que tiene una cultura extensa y Ahmed es un campesino que ha nacido en una aldea cercana a Jerusalén, que nunca ha salido de allí".
Como lo hizo en Dime quién soy, su novela anterior, Julia Navarro hace que sus personajes viajen para que el lector pueda sumergirse en la realidad de ciudades diferentes: San Petersburgo, París y Jerusalén serán los escenarios geográficos que eligió la autora y la primera mitad del siglo XX el tiempo que decidió narrar desde la mirada de familias con orígenes diferentes pero que pueden dialogar y compartir deseos, frustraciones y dolor. El libro comienza con la persecución que sufre la familia Zucker en la Rusia zarista por su condición de judíos y revolucionarios y la decisión que padre e hijo deben tomar para trasladarse y comenzar una nueva vida.
En esta entrevista habla sobre el trabajo para construir escenarios y personajes, el desprecio por el nazismo, la apelación al diálogo y explica su rechazo a las fronteras "que dividen a los seres humanos".
Trabajo mucho en los escenarios de mis novelas: los cuido mucho. Siempre digo que yo no escribo novelas históricas pero sí es verdad que escribo pequeñas historias de personajes anónimos que subo a un escenario. En ese escenario monto la gran historia. El escenario lo mimo, procuro que no haya anacronismos, que esté todo en su sitio, de manera que ahí hay una labor de documentación y de lectura de libros de historia para poder construirlos. Luego, hay una parte muy importante y es que siempre voy a los lugares en donde transcurre la acción de mis novelas. Me gusta poder respirar el aire de mis personajes.
Efectivamente, qué bien que encuentro un lector que hace la lectura que yo quiero. Es una novela sobre los conflictos de unos personajes que se encuentran en un escenario que no han elegido, en donde hay un gran conflicto. Lo que yo intento contar es lo que les pasa a esos personajes y lo que les pasa en función del gran conflicto: su día a día, sus problemas.
Están las pequeñas historias que son las que cuento. Es una novela de personajes, y son personajes llenos de claroscuros, muy poliédricos, muy potentes y son personajes que -estoy segura- no pueden dejar indiferentes a los lectores.
Son dos sagas familiares: una familia judía y una familia palestina. La familia judía que huye de los pogromos de los Zares a finales del XIX, porque algunos de sus miembros forman parte de los primeros movimientos revolucionarios. Tienen que huir por su doble condición de judíos y de revolucionarios, ese es el caso del personaje principal, Samuel. Terminan en Palestina viviendo. En la Palestina otomana, porque a veces nos olvidamos que Palestina en los últimos quinientos años perteneció al imperio Otomano y antes a muchos otros imperios. Porque Palestina nunca ha sido un país independiente, siempre ha pertenecido a alguien. Llegan a una Palestina donde hay malaria, hay pobreza y una miseria absoluta, y donde la gente importante del lugar no vive allí, no vive en Jerusalén. Los palestinos ricos viven en El Cairo, en Damasco o en Estambul y venden sus tierras a todo loco que pasa por ahí y que quiere comprar esas tierras baldías y llenas de malaria. Esta familia compra unas tierras que están habitadas y trabajadas por una familia palestina, una familia de campesinos. Son dos mundos distintos: Samuel es químico, es un hombre cosmopolita que ha ido a la universidad y que habla dos idiomas y que tiene una cultura extensa y Ahmed es un campesino que ha nacido en una aldea cercana a Jerusalén, que nunca ha salido de allí. Son dos hombres bien distintos pero son dos hombres que aprenden a respetarse y que construyen una amistad muy sólida. Una amistad que va más allá de las palabras. Una amistad que a veces tiene desencuentros, pero que es una amistad muy sólida. Se llegan realmente a apreciar, y ese aprecio y afecto profundo va pasando generación tras generación. Voy contando la sublevación de los árabes contra el imperio Otomano fomentado también por los ingleses, como el Tratado de Versalles y el reparto de Europa que hacen las grandes potencias y como todo eso va teniendo un efecto en las dos familias. La novela termina con la creación del Estado de Israel.
Todo el mundo tiene una opinión sobre el conflicto de Medio Oriente. Para mí es la novela más difícil que he escrito, la más compleja también desde el punto de vista de la estructura por la cantidad de personajes que manejo. Mi gran preocupación era que el lector no se pierda. Yo no quería escribir una novela de buenos y malos. Quería escribir una novela llena de pequeñas historias en la que los personajes explicaran sus porqués. Que efectos tienen las decisiones políticas en sus vidas. Mi intención era que los lectores terminaran empatizando de igual manera con la familia judía y con la palestina.
Es una apelación al diálogo. Es una apelación a la amistad, a la esperanza. Estoy firmemente convencida que la paz en Oriente Medio es posible y que están condenados a entenderse. Israel es un hecho irreversible y Palestina también lo es. Están compartiendo ya la tierra, pero la están mal compartiendo. Ambos pueblos están allí, se trata de que sean capaces de acordar como se organizan para vivir y como se reparten ese pequeño territorio. Son problemas políticos lo que los separan y creo que los problemas políticos siempre tienen solución.
El problema de la identidad es muy importante: saber de dónde viene uno y cuáles son sus raíces me parece fundamental. Ahora bien, a mí no me gustan las fronteras y no me gustan las banderas. No me gusta nada que dividan a los seres humanos. Si la identidad se tiene que hacer "en contra de" o "frente a", no me interesa. No me interesa nada que divida a los hombres. No me creo que soy diferente a otra persona que pueda vivir en el otro extremo del mundo. Todos los seres humanos somos iguales y por eso abomino de todo lo que nos separa a los unos de los otros.
Muchos de los conflictos que arrastramos hasta hoy son consecuencia de la Primera Guerra Mundial. El caldo de cultivo del nazismo empezó a cocerse a raíz del resultado de la Gran Guerra.
Los lectores me dicen que este es mi libro más duro. Es verdad: es un libro duro que provoca desgarro en los lectores. Es lo que pretendo, porque no debemos olvidar nunca lo que significó el nazismo y debemos estar siempre alertas para combatirlo en todas sus manifestaciones porque ahora se manifiesta de forma distinta. Debemos estar alerta contra cualquier brote de xenofobia. Siento tanta repugnancia ante los nazis porque escribieron las páginas más negras y más oscuras de la humanidad. No tienen perdón.
Julia Navarro es escritora y periodista. Después de escribir varios libros de actualidad política, publicó su primera novela, La Hermandad de la Sábana Santa, con la que logró un éxito sin precedentes que la llevó a los primeros puestos de las listas de ventas, tanto nacionales como extranjeras. La Biblia de barro y La sangre de los inocentes afianzaron su prestigio entre la crítica y el público, consiguiendo llegar a millones de lectores en todo el mundo con traducciones en más de treinta países. Su siguiente novela, Dime quién soy, es un retrato magistral de la historia del siglo XX, rebosante de intriga, historia, espionaje, amor y traición, que conquistó de nuevo a los lectores.