Precedida de una campaña publicitaria llamativamente grande -y extraña- para una ópera prima de estas características, finalmente la película Muerte en Buenos Aires llega a los cines esta semana con una propuesta que desorienta y seduce por partes iguales: un misterio policial con un elenco de actores famosos que, a la manera de lo que hacía Velvet Goldmine con el glam rock de los 70, deconstruye una época -los 80 de la primavera democrática en Argentina- para crear un rompecabezas minado de referencias pasadas que reverberan en la actualidad (Oyarbide y el caso Spartacus, el crimen Mitre, y hasta la carrera como cantante de covers new wave en español de la Clota Lanzetta).
Infobae vio días atrás la película, debut detrás de cámara de la productora Natalia Meta, junto al reconocido periodista y escritor Alejandro Modarelli, autor del libro definitivo sobre la historia argentina gay reciente (Fiestas, baños y exilios; Editorial Sudamericana), quien habló sobre el acoso a la comunidad homosexual durante los primeros años de la presidencia de Alfonsín, el microfascismo presente en los crímenes contra minorías y el erotismo en el cine local.
Diría que lo más interesante es lo que plantea en términos políticos-culturales. Yo no soy crítico de cine, así que no puedo emitir una opinión profesional sobre si una película es mala o buena. Creo que definitivamente es interesante... Me gustó esa intención de contar el presente, o de cómo se llega a este presente, a través de la ubicación de un origen, que en este caso es 1989.
Bueno, muy difícil en términos generales, por supuesto. Pero ya en esa época no había razias y persecuciones como lo hubo en casi toda la presidencia de Alfonsín. Cuando "Coti" Nosiglia reemplaza como ministro del Interior a Antonio Tróccoli, que era un gran homófobo y decía que los homosexuales eran enfermos, las cosas mejoraron. Era un mundo donde todo estaba más codificado, y vislumbrar la visibilidad mediática y la aceptación que consiguió la comunidad gay en los últimos tiempos era imposible.
Creo que no, pero tal vez una evocación mimética no haya sido lo que buscaba la directora. De todas formas, hay un montón de guiños a la época, como las presencias de Humberto Tortonese y Luisa Kuliok, los boliches gays como punto de encuentro policlasista...
Por supuesto. Ya lo decía Marcel Proust en Sodoma y Gomorra: "El embajador se vuelve amante del cochero". Ese tipo de sexualidad donde las diferencias sociales se acortan o desaparecen. Pero es algo temporario, efímero, porque al final de la noche el embajador vuelve a su Embajada y el cochero a su coche.
Sí, absolutamente, una época muy dolorosa. Recuerdo la campaña "Stop Sida" que lanzó la CHA en 1987 en Paladium, que era un Cemento cheto de la época. Cuando nadie quería hablar sobre el tema, la militancia gay salía a dar información y prevenir.
Sí, yo creo que eso es algo que cobró más notoriedad en los 90 con algunos casos de alto perfil como el de la Clota Lanzetta. Recuerdo que en el 82 hubo una seguidilla de crímenes a homosexuales que finalmente se atribuyeron a un grupo de ultraderecha católica... Generalmente las muertes en las casas tienen que ver con clase media y clase alta, porque un tipo que no tiene guita no va a contratar a un escort...
¿Te acordás de Matar a una marica de Perlongher? Es un ensayo que indaga sobre algo que está presente en la película, que son las características de los crímenes de odio. ¿Cómo son los crímenes de odio siempre? Alevosos, gore, exceden el simple deseo de querer matar a una víctima, se la apuñala decenas de veces, parece como si se quisiera matar a una especie en lugar de a una persona. Y el texto aborda justamente el microfascismo que se da dentro de grupos marginales como son los taxi boys. Ellos están escindidos entre esa vida heterosexual, porque siempre están casados, siempre tienen hijos, y el hecho de estar con un hombre. Ese terror a lo que Perlongher llamó "el devenir mujer" genera esa furia.
Sí. La obra es sobre la vida cotidiana de los gays en la última dictadura militar, en la época del auge de los baños públicos. Al no haber discos, o que abrieran y cerraran enseguida porque siempre estaban asediadas por la Policía, buena parte de la sociabilidad gay estaba recreada en los baños públicos de las estaciones de tren, donde se creaban comunidades de paso, nacían relaciones... La historia habla de esta sexualidad clandestina y quise hacer foco además en algo que se llamaba "la brigada de moralidad", que eran agentes que debían preservar que no vieran conductas inapropiadas en la calle. Si vos estabas vestido de un modo distinto, provocativo digamos, asumían automáticamente que estabas buscando sexo en la vía pública y te metían preso.
Porque me interesa mucho la historia como genealogía. Por eso creo que mi libro "Fiestas, baños y exilios" tuvo el impacto que tuvo, porque no se había hecho nada de ese estilo. Son muchos los gays que son nostálgicos de esa época y que rechazan la normalización de ahora.
Bueno, no hay una forma correcta de vivir el deseo, cada uno disfruta como más le gusta. Personalmente, yo siento algo de nostalgia de esa época, sí, porque creo que la sexualidad fue abandonando algo que era muy atractivo, que tenía que ver con la diferencia. Había una forma de vivir la diferencia, previo a lo que fue la explosión del mercado gay y lo políticamente correcto. Para mí esas sexualidades eran verdaderamente populares y democráticas. No democráticas en el sentido de igualitarismo que se vive ahora, sino que podían aparecer cruces de deseo urbano inesperados. Ahora uno ya sabe dónde buscar, es más reduccionista, y hasta aburrido.
Sí, por supuesto, ¿cómo no iba a ir? Estaba todo el mundo, todo el activismo, amigos de toda una vida... Es algo muy positivo para el colectivo gay, pero yo tengo mis dudas personales sobre si el tema del matrimonio en sí no es un retroceso. A la vez pienso ¿casarte es sumarte a la normalización, o es una forma de desestabilización? A veces creo que los católicos tenían razón y que sí es una desestabilización, lo cual hace entonces que esté a favor, claro.
Bueno, Vil romance, de José Campusano, es bastante calentante. Tal vez no es tan refinada visualmente, pero donde la mayoría del cine argentino propone una sexualidad y sensibilidad de clase media urbana, Vil romance es tosca y hay mucho fetichismo.
Absolutamente. Y además se da un beso fabuloso con Bichir, algo que hace diez años tal vez hubiese sido un gran escandalo pero ahora ya no. Eso es para celebrar.
La mirada de la directora podría ser la del personaje de la chica policía, en el medio de un club de varones viendo y absorbiéndolo todo. Y, más importante, dándose cuenta de todo. La mujer a veces sabe que es mejor adoptar una posición pasiva, pero engañarlas es imposible.
Muerte en Buenos Aires, de Natalia Meta, se estrena en cines el jueves 15 de mayo.
Flores sobre el orín, escrita por Alejandro Modarelli, debuta el 17 de mayo en el Teatro Payró.