Cristina Kirchner sorprendió en estas horas con un cambio de gabinete, algo con dimensiones casi inéditas en las presidencias K. Tampoco era habitual cuando gobernaba su esposo, Néstor Kirchner. Detrás del objetivo de "jerarquizar la actual Secretaría de Cultura de la Nación", la mandataria creó el Ministerio de Cultura. En esa misma maniobra, aceptó la renuncia de quien comandaba esa área, Jorge Coscia, y designó a la cantante popular Teresa Parodi.
En el entorno de Coscia no hay dudas: la Presidente le pidió la renuncia porque lo hace responsable de haber sido la fuente de una nota aparecida en Infobae donde se daba cuenta del verdadero rol de Javier Grosman y la Unidad Bicentenario que él dirige, la gran máquina del relato kirchnerista.
"No sé por qué me pidió que me vaya, pregúntele a Cristina", dijo temprano el hoy renunciado secretario de Cultura en declaraciones radiales que no tardó en aceptar, contrariando su propia reticencia a las entrevistas periodísticas.
Pero un asesor cercano está convencido de que "para Grosman, hubo una operación contra él y la política de cultura del Gobierno. La convenció de que la fuente de la información fuimos nosotros, y no dudó en cortarnos la cabeza".
Cristina ejecutó personalmente a Coscia. Lo llamó anoche y le ofreció un destino dorado en el exterior, que rechazó. Por lo menos, hasta ahora.
La relación entre el renunciado secretario de Cultura y la Presidente venía desgastada desde hacía bastante tiempo. Tuvieron meses de romance, cuando reemplazó al austero José Nun, y empezó el declive apenas llegado el gestor de cultura masiva, actual director de Unidad Bicentenario, a través de Oscar Parrilli.
Grosman siempre dijo que no le interesaba el cargo de Coscia, pero decidía sobre su presupuesto y lo obligaba a contratar artistas, intelectuales y empresas proveedoras de servicios de espectáculos, según sus prioridades.
Coscia y su gente no están sorprendidos. Néstor Kirchner no aceptaba las filtraciones de su entorno. Y hacía de la información un recurso de poder y domesticación. Si alguien hablaba, era castigado. Su viuda heredó su manera de ejercer el poder.
De lo que hay certezas es de quién será el verdadero ministro de Cultura detrás del trono: se llama Javier Grosman, y desde su humilde oficina en la Casa Rosada, seguirá digitando contenido, contrataciones y presupuestos para lograr que Cristina Kirchner quede en la memoria de los argentinos como el hada que trajo la felicidad al pueblo y grandeza a la Nación.