Con poca asistencia de público a pesar de la descomunal inversión y la gran presencia de artistas, mayoritariamente adictos al mundo K, terminó el Encuentro Federal de la Palabra, en Tecnópolis. La Presidenta apostaba a una asistencia masiva, para cortar con el clima de fin de ciclo. Hasta llegó a hacer una cadena nacional para promocionar el evento. Pero ni el contrapunto entre La Cámpora y el standup, ni el rapero Mustafá Yoda pudieron conmover a los intendentes del Conurbano para que pongan micros que lleven a la gente a visitar la muestra. Infobae vio el jueves por la tarde a Javier Grosman recorrer el predio con cara de preocupado, haciendo preguntas sobre el movimiento de autos.
Grosman es el director de la Unidad Ejecutora Bicentenario de la Revolución de Mayo 1810-2010, una dependencia de la Secretaría General de la Presidencia que conduce Oscar Parrilli. No tiene presupuesto propio, pero decide sobre tramos presupuestarios de todos los ministerios, que están obligados a colaborar de las más variadas formas y contratar según sus órdenes. Y no es cualquier funcionario, sino el que más tiempo pasa con la Presidenta desde fines de 2009.
Aceptada la derrota electoral, Néstor Kirchner se quedaba hasta altas horas de la madrugada atendiendo a cualquiera que quisiera verlo, tuviera alguna posición de poder, aunque fuera mínima, o ninguna. Se trataba de reconstruir el camino de la victoria. Cristina, en cambio, concentró su esfuerzo en la realización de una gran fiesta del Bicentenario, que pudiera operar como una refundación del relato histórico, un antes y después definitivo, que colocara al kirchnerismo en el eje del nuevo tiempo que ella y su marido habían venido a protagonizar. Por entonces, ya había encontrado un megalómano como ella, con la ventaja de que no pretendía opinar de política o gestión. Lo suyo era la gestión cultural a escala masiva.
Grosman, 60 años, militante de la Juventud Guevarista en los 70, casado con Graciela Casabé (productora de espectáculos como él), tiene dos hijos, estudió arquitectura y no se recibió, pero nadie pone en duda su capacidad y experiencia
Arrancó en el 89 con el Centro Cultural Babilonia, que se instaló en un viejo maduradero de bananas de 700 metros cuadros y tres niveles de la calle Guardia Vieja 3360, pleno barrio del Abasto, cuando por ahí vivían más ratas que personas. Esa aventura le imprimió una nueva dirección al arte escénico, y hasta allá fue a buscarlo Darío Lopérfido, cuando era Secretario de Cultura del entonces jefe de Gobierno porteño, Fernando De la Rúa, buscando audacia y creatividad. El Festival Internacional de Teatro y el Buenos Aires No Duerme llevan su impronta. Fue la primera vez que Grosman fue contratado por el Estado y la primera experiencia que tuvo en política. "Trabajaba para que De la Rúa sea presidente, como después trabajó para la reelección de Cristina. Siempre fue un funcionario obediente", asegura una persona que es parte del equipo desde esa época.
Grosman llegó a Parrilli a través de Enrique "Pepe" Albistur, responsable de los espectáculos callejeros kirchneristas hasta que lo que se necesitaba era una puesta en escena a la medida de los sueños presidenciales, que diera cuenta del "cambio de paradigma" que habría sucedido en el 2003.
Allí donde Jorge Coscia proponía la realización de una caravana de carrozas a la usanza peronista original, con Reinas del Trabajo incluidas, el fundador de Babilonia se lanzó ampulosamente con 200 cuadros escénicos con tramos de la historia argentina bailados entre el aire y la tierra, mientras ejércitos de artistas de todos los géneros incentivaban el acompañamiento de la multitud que se agolparía en las calles para el espectáculo.
Todo lo que Grosman propone exige más contrataciones, más tecnología, más esfuerzo, más personal, más gastos. Es a lo grande. Y eso a Cristina le encanta. Por eso pasa horas con él, pergeñando qué hacer aquí y allá, opinando de luces, telas, sonido y, por supuesto, contenido histórico, su obsesión.
Para que pudiera trabajar tranquilo y sin problemas presupuestarios, la Presidenta creó la Unidad del Bicentenario y modificó para esa oficina el Régimen Legal de Contrataciones y Compras del Estado, aumentó los montos límites fijados para las contrataciones directas hasta en un 400 por ciento y redujo requisitos, condiciones y plazos, sin resguardar competencia entre oferentes. Tampoco especificó por cuánto tiempo funcionaría la Unidad Ejecutora del Bicentenario ni, por supuesto, le asignó un presupuesto transparente. Eligió un esquema discrecional para evitar controles internos y externos y también para proteger a Grosman, que al no tener partidas, no firma ningún gasto. Es decir, está a salvo de cualquier disgusto judicial.
Después del éxito rotundo de la fiesta del Bicentenario, que para un importante hombre de la cultura "fue un delirio sin límite", Grosman convenció a Cristina de mostrar al mundo el éxito del modelo, los avances científicos, tecnológicos e industriales en una muestra que fue inaugurada en julio de 2011 y se transformó en uno de los más importantes instrumentos de la campaña presidencial del FPV. Tecnópolis, definido por un ácido hombre de la cultura como el "showroom de la Década Ganada" es el territorio mágico donde los trenes tienen dos pisos y andan fenómeno y los cohetes están sobre plataformas de lanzamiento tipo la NASA, pero de mentirita. Es la realización kirchnerista perfecta.
El sueño de Cristina es que las jóvenes generaciones, al crecer, recuerden haber visto las innovaciones de la era K en ese Parque. Finalmente, si en la vida real la gente sigue viajando como ganado y los cohetes se caen a tierra apenas lanzados, no es culpa de Grosman.
"Nunca se me hubiera ocurrido hacer Tecnópolis", reconoce otro experto en grandes escenas culturales, "pero reconozco que esas hectáreas le dieron a Javier la posibilidad de anclar la oferta artística, tener un espacio físico concreto desde donde inventar sin restricciones". Y agrega: "De todos modos, tenés que creerte un poco Dios para hacer algo así y tener muchas espaldas para bancarlo, porque sé que hasta tuvo que poner una subestación eléctrica adentro de ese lugar donde no había nada".
Parece que a Cristina los cuentos de hadas le gustan mucho, porque insistió con el ex Babilonia y sus habilidades para realizar el festejo por los 30 años de democracia, para el que se redactaron una serie de licitaciones mediante "procedimientos curiosos y complejas maniobras para desviar la atención sobre el valor de los servicios contratados", tal como lo denunció el blog Eliminando Variables.
Según los expertos, la gran habilidad de Grosman es triangular contrataciones por fuera de los controles. "El Secretario de Cultura de la Nación tiene que firmar los contratos a artistas que arregló Grosman, sin tener injerencia en nada. Algo parecido sucedió con el Ministerio de Obras Públicas, que pagó la telenovela de Andrea del Boca", se asegura.
Y se dice más. No serían Coscia, ni Bauer, los encargados del relacionamiento con la pléyade artística que se presta a aplaudir en los actos oficiales (contrataciones incluidas), sino el mismísimo director de la Unidad Ejecutora que "esta en el mejor de los mundos, porque decide todo y no firma nada". "Cada productor de televisión o teatro tiene que pasar por su oficina si quiere trabajar con respaldo del Gobierno", se especifica.
Frente a Cristina, Grosman tiene dos grandes ventajas. Por un lado, para desarrollar su tarea no tiene que exponerse en los medios. Por el otro, realiza un trabajo que a ella le fascina y está vinculado a buenas noticias. Por eso, nadie en el Gobierno se extraña de que sea el funcionario que más horas pasa con la Presidenta, inventando el kirchnerismo.