Para Cristina, su único heredero es La Cámpora

Télam 162

"¡Pendejo! ¿Estás loco?", le dijo Cristina Fernández de Kirchner a su interlocutor, que no era precisamente de a href="http://www.infobae.com/personajes/la-campora-a1225" rel="noopener noreferrer" La Cámpora/a, sino el presidente de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez. El hombre de Chacabuco había osado aconsejarle que deje de dar vueltas y asuma la presidencia del Partido Justicialista, única garantía de conducir la transición política al 2015, y "salir del poder como la Bachelet", para volver en un próximo turno con mayores honores.

"No me interesa presidir el PJ. Además, tampoco me gusta ningún candidato a presidente de los nuestros", agregó Cristina, tajante. Obviamente, ningún candidato da la talla de los fundadores del kirchnerismo, Néstor y ella misma. Y tampoco ningún otro Kirchner está en condiciones. Se trata, como se ve, de un espacio político de corte absolutista.

La conversación tuvo lugar unos días antes de la gira europea, y los éxitos cosechados no parecen haber cambiado esa visión de las cosas. Es verdad que mandó a su secretario Legal y Técnico a intervenir en la reunión de gobernadores peronistas que se realizó en el quincho de Remonta y Veterinaria, en Palermo. Al verlo llegar en forma imprevista, un gobernador le dijo a otro: "¿Y este a qué vino? ¿A pedir la ficha de afiliación?". Sucede que Carlos Zannini no es afiliado peronista, ni tampoco expresó voluntad de serlo.

La distancia emocional de Cristina con el peronismo real fue siempre importante. Los años fueron profundizándola. La Presidenta no tiene ni la habilidad ni la paciencia para el juego de la política, que tanto disfrutaba su difunto esposo. En cambio, lo que sí tiene Cristina es instinto de supervivencia.

Desde que decidió que quería irse en el 2015 por la puerta grande, se deshizo del incorrecto Guillermo Moreno, validó las medidas de ajuste ortodoxo, puso todo su empeño en blindarse judicialmente y habilitó el armado de su "Fuerza Propia". Porque no es casualidad que así se llame el libro de la (ex periodista) militante Sandra Russo. Lo que está en construcción es un kirchnerismo de base juvenil, por fuera de los aparatos políticos, que aprovechará los meses venideros para fortalecerse y lanzarse a competir por varias intendencias de todo el país. También alguna del conurbano.

Obviamente, ya se sabe quién es el jefe de ese proyecto. Se llama Máximo Kirchner, que está convencido de poder ganar en Río Gallegos. Realmente, parece posible. Si juega él, el peronismo santacruceño se unirá y tiene chances de conservar la provincia. Unido, las posibilidades de ganar Río Gallegos son igualmente posibles. En cambio, si no juega Máximo, se pierde, y tras esa derrota, con la victoria de los radicales, se debilitan las posibilidades de reconstrucción.

La centralidad que tiene para el kirchnerismo retener Santa Cruz en el 2015 es fácil de comprobar. En el 2013, como sabían que iban a perder las legislativas, los funcionarios santacruceños del gobierno nacional recorrieron tres veces la provincia con un objetivo preciso, que era ganarle al Partido Justicialista local liderado por Daniel Peralta. Lo lograron. El FPV salió segundo, con 24.70%, después de la UCR liderada por Eduardo Costa, que alcanzó 42.16%, relegando al PJ al tercer lugar, que apenas rozó el 20%.

Luego vino la segunda etapa. A saber, reconstruir los puentes dinamitados entre el FPV y el PJ santacruceños en los últimos años. Parece que no costó demasiado, ya que en apenas tres meses se logró sellar la Pax SantaCrucense entre De Vido y Peralta, a cambio de nuevas obras y vaya a saber qué más, todo monitoreado por el joven Kirchner, que prometió competir por la intendencia donde su padre comenzó su ascenso político.

Es difícil aceptar la importancia de Máximo en el armado que se está cocinando por estos días. Para los que no lo conocen, o sea más o menos para los 40 millones de argentinos, su figura es otro invento del relato kirchnerista, un troll que se activa con el sólo objetivo de desactivar a los que pretenden adueñarse de la continuidad de esta década, llámese Daniel Scioli, Sergio Urribarri, o cualquiera. Sin embargo, hay quien asegura que Máximo es "un cuadro político leído, formado por dos grandes docentes como Néstor y Cristina, con características de monje, debido a su austeridad, y con un temple notable". Algo parecido dicen que le dijo el hijo de la Presidenta a la Russo.

Ver para creer.

Mientras tanto, vale la pena repasar qué hizo La Cámpora desde su creación formal, en los atávicos días de la lucha por imponer la Resolución 125, hasta ahora. Básicamente, cómo le fue hasta acá electoralmente, dónde y por cuánto ganó.

La respuesta carece de complejidad. Es que La Cámpora, hasta ahora, no ganó en ningún lado. Ni siquiera en la universidad. Y sólo tiene diputados, senadores o concejales porque fue colada en listas traccionadas por candidatos o candidatas del "pejotismo", como les dicen los jóvenes kirchneristas a los personeros del aparato tradicional peronista, corrompido y viciado en la poco romántica dinámica de cuidar el territorio.

Un dirigente que los conoce bien, que incluso los quiere, cuenta que en La Cámpora hay un profundo debate acerca de "¿por qué no logramos comunicar bien?, ¿por qué nos odian tanto?". Aparentemente, empezaron a tomar conciencia de que la inversión estatal en medios propios, la pauta publicitaria y el Fútbol para Todos, el más importante gasto en comunicación que un gobierno argentino haya realizado en todos los tiempos, no les permitió "ganar la batalla cultural".

El debate tiene su importancia, porque hay quienes están empezando a pensar que tal vez no sean los demás los equivocados que no entienden, sino ellos mismos los que no saben explicarse. Claro que la posibilidad de que estén equivocados queda descartada. Y, de todos modos, los que empiezan a cuestionarse todavía son minorías dentro de la agrupación juvenil kirchnerista, pero el hecho de "que Gramma no sea visto por los cubanos como un medio que genera noticias, sino como parte de un aparato que reproduce la incomunicación entre el gobierno popular y el pueblo, es algo que empieza a discutirse".

La simple constatación de que los dirigentes con buena imagen, los más competitivos electoralmente, jamás se pelearon con los empresarios de medios no oficialistas, los enerva. No ven que no alcanza con ser amigo de Clarín para ganar elecciones. Y les cuesta aceptar que los medios exitosos no son eficientes vehículos para hablarle a las sectores sociales que consumen noticias y entretenimientos por reflejar la opinión de Héctor Magnetto o de "las corporaciones", sino porque espejan esta sociedad que somos, diversa, temerosa por el futuro y agobiada por los políticos que sólo hablan del pasado. Como la propia Presidenta, más obsesionada en sus discursos por explicar lo que hizo que por hablar de lo que va a hacer.

Por fuera del kirchnerismo, incluso por fuera del peronismo, este es un asunto que no importa. Para la gran mayoría de la dirigencia, La Cámpora es un adefesio político que morirá exactamente el mismo día que Cristina salga de la Casa Rosada. Y los miles de contratados que pululan en todas las oficinas públicas de la Argentina, muchos con sueldos que superan los 50.000 mil pesos, la mayoría intentando pasar a la planta permanente, donde saben que nadie podrá echarlos, pasarán a revistar en las filas del próximo oficialismo.

Otros no piensan lo mismo. Creen que La Cámpora, y el kirchnerismo residual, tienen los recursos para resistir el exilio del poder, mucho más si logran ganar un puñado de intendencias en el 2015. Será como un volver a empezar, un eterno retorno a la minoría resistente que sienten que son hoy mismo. Porque son el poder, pero creen que están afuera. Gobiernan ministerios y manejan presupuestos que descalabran las finanzas nacionales, pero igual les resulta difícil salir del sectarismo y manifestar vocación de mayoría. Sin embargo, se auguran nuevos tiempos, también allí, donde Néstor dejó su impronta a través de rondas de whiskies nocturnas y Cristina busca anidar su fuerza: la propia.