Se dice que cada familia es un mundo en el que se tejen historias, leyendas, mitos pero sobre todo silencios. Aquello que está ahí pero de lo que no se habla: los temas prohibidos en la mesa, barridos bajo la alfombra del paso de los años y de la manipulación. Margarita García Robayo volvió a su ciudad de la infancia, Cartagena de Indias, para velar a su padre y se encontró con las diferentes versiones de su familia. Y se propuso reflexionar y reconstruir su propia memoria. El resultado es Lo que no aprendí (Planeta) una novela dividida en dos partes, la primera narrada por Caty, una niña de once años que crece fascinada por la figura de su padre y de un vecino hippie.
Caty vive en el Caribe y pregunta porque quiere saber que hace su papá, al que todos respetan y al que ella ve como un sabio rodeado de misterios y de una enorme biblioteca. Esta primera parte transcurre en el momento en que fue detenido Pablo Escobar Gaviria, junio de 1991. "Elijo ese mes porque me parecía que había un acontecimiento que era un punto de inflexión en la historia contemporánea de mi país", explica Margarita y cuenta que en esa época en Colombia "había posturas encontradas respecto al propio personaje".
En la segunda parte, y con un registro diferente, una narradora adulta e instalada en Buenos Aires reflexiona sobre la memoria familiar y, dice la autora, "sobre escribir ficción y de cómo vamos armando nuestras historias a partir de retazos y de escenas sueltas". Lo que no aprendí es la primera novela que publica esta autora colombiana que nació en 1980 y desde hace años vive en Buenos Aires nació en donde dirige la Fundación Tomás Eloy Martínez. García Robayo acaba de recibir el Premio Casa de las Américas por su libro, inédito en Argentina, Cosas peores.
-Fue algo muy movilizador, lo que más me movilizó en ese momento fue regresar a mi ciudad y encontrarme con el acontecimiento de la muerte de mi padre con todo lo que eso significa, pero también con las versiones sobre mi padre que tenía mi familia, mi madre y mis hermanas (somos cinco) y darme cuenta de la distancia sobre sus versiones y la mía, yo tenía un recuerdo, que como todos los recuerdos está hecho de retazos. Ese tema de la memoria y como construimos nuestra historia familiar me parecía un tema. Era como la reconstrucción de una persona ya ausente y junto con esa reconstrucción toda la historia de una familia, pero de ahí a convertirlo en una novela pasaron varios años y muchas cosas.
-Lo que yo aprendí consta de dos partes, pero la primera versión tenía tres y el hueco que está en el medio, es un hueco temporal porque la primera parte termina con una chica de once años con una historia de iniciación y luego salta a la segunda parte donde ya es la visión de un adulto. Toda la parte del medio voló, era la adolescencia de esta chica pero me parecía que no tenía que ver con lo que quería contar en la novela que era esta especie de reconstrucción y reflexión sobre la historia de una familia y como uno va construyendo su propia memoria. La segunda parte es una suerte de epílogo, pero yo diría que es la parte esencial de la novela. Es lo que yo quería escribir, lo que quería decir. Es un especie de ejercicio adrede, donde hay una historia más convencional en términos de narrativa, sobre una chica, su familia y el misterio que genera el padre, el vecino, su madre, las hermanas. No me gusta encasillar las cosas, pero podría decir que es una novela de iniciación y la segunda parte que es una reflexión sobre escribir ficción y de cómo vamos armando nuestras historias a partir de retazos y de escenas sueltas. Esa era la parte que más me interesaba, sobre la que quería profundizar más. Para mí esa es la médula.
-Sí, diría que la primera parte sin la segunda, al menos para lo que yo quería contar, es insuficiente. No estoy a favor de que las novelas tengan que tener una especie de metalectura o reflexión o metasignificado, me gustan mucho las buenas novelas con buen argumento, que empiezan y terminan, me interesa esa literatura pero en esta novela quería hacer algo mucho más medular, que no fuera sólo una historia que fuera divertida y se leyera bien. Para mi era insuficiente la sola historia de la chica de once años y por eso metí lo otro. El registro de la niña fue mucho más difícil porque la adulta se parece más al mío. A mi atrae muchísimo ese tipo de personajes que uno no se explica de donde sacó el autor esa voz y es como tan distinto a la propia voz a la que uno está habituada cuando los autores tienen esta tendencia más autobiográfica. El registro de la voz de una niña de once años me parecía sumamente difícil y para eso tuve varias referencias que quise revisar: algunos escritores, por ejemplo, uno que más allá de que no escriba con voces de niños tiene un tono muy desprejuiciado, que es Hebe Uhart, que es una voz a la que siempre recurro cuando tengo algún problema acerca de cómo lo haría alguien despojado de cualquier tipo de solemnidad o rimbombancia, también lo hice con una novela muy linda de Carson McCullers, donde hay una adolescente que tiene como una aventura de verano con un vecino, y están los amigos, los hermanos y así fui revisando cierta bibliografía que me parecía útil para armar un registro creíble pero lo más fuerte era recordarme a mí misma y a mi entorno en esa edad, en el Caribe, en Cartagena, que tiene un clima muy particular y que marca la voz de los personajes, la mirada de los personajes, lo que hacen. Todo está muy relacionado con ese espacio.
-Sí, es una buena lectura. La primera parte es una niña en el Caribe y la segunda ya está instalada acá y así lo cuenta.
-Claro era la época más álgida del narcotráfico. Elijo ese mes porque me parecía que había un acontecimiento que era un punto de inflexión en la historia contemporánea de mi país que es la captura de Pablo Escobar Gaviria.
Totalmente. Fue en ese mes, junio de 1991, que finalmente lo meten preso, que se hace la Ley de no extradición y fue un momento muy importante en la historia de mi país porque marcó todo lo que vino después. El tipo termina escapándose, está la construcción de una cárcel de lujo sólo para él, algo inédito en la historia y que está como telón de fondo pero que modifica mucho la conducta de las personas, lo que hablaban los adultos, las posturas. En ese momento había posturas encontradas respecto al propio personaje, había gente que lo consideraba una especie de Robin Hood que traficaba pero para su gente, para los pobres y que compraba equipos de fútbol y hacía barrios enteros y otra gente que decía no, es un narcotraficante.
-Siempre me llamó la atención, desde la mirada de la infancia, como había una postura de cambio en las personas a lo largo de la vida. Mi padre en algún momento pudo haber sido socialista y después terminó como un conservador super aguerrido. Es como que la historia del país te va llevando y ayudando a entender por que la gente cambiaba tan rápidamente de una postura a la otra y de una manera tan extrema. Pablo Escobar es un personaje que perfectamente te puede aplicar eso, porque genera ese tipo de posturas extremas: lo podés odiar, lo podés adorar, te puede parecer un héroe o un asesino.
-Claro, todo el mundo, porque era un momento que no se hablaba de otra cosa. Ibas a los cumpleaños o estabas en la calle y toda la gente tenía algo para decir. Había como frases hechas: se lo van a regalar a los gringos, la ropa sucia se lava en casa, todas esas cosas. Era un momento interesante y muy sintomático de lo que pasaba en el país.
-En algún momento todos pasamos por esa relación con algunos de los padres, en el caso de las mujeres en general es con los padres. La novela ocurre en ese tiempo de una especie de fascinación con el padre, por lo que hace que le parece misterioso pero al mismo tiempo super atractivo. En mi caso es un poco cierto: mi papá era abogado, pero tenía una fascinación por las ciencias ocultas, la metafísica, tenía una biblioteca muy grande de ese tipo de cosas que en un momento de la vida es la biblioteca de tu papá, no le prestas atención y sigues de largo pero cuando empezás a descubrir todo ese tipo de cosas es como que se arma todo un universo de un mundo rarísimo al que quieres acceder pero no puedes. Lo que está contado en la novela tiene esa cercanía con la realidad. No podría decir que mi papá practicaba eso pero era como el mito que estaba instalado en mi familia. Toda esa cosa misteriosa es la premisa sobre la cual está narrada la mirada o la aventura de esta chica que quiere acceder a ese mundo del padre y no sabe muy bien como.
-Y así fue. En mi caso, era una familia muy numerosa pero él estaba en un lugar como de Santo, era una persona muy respetada que tenía su oficina y mi mamá era la que llevaba el día a día. Es un poco injusto el personaje de la madre pero era así: ella con lo doméstico y el padre como una figura super respetada. Es el ambiente en el que yo crecí, en el Caribe con una sociedad machista, donde las madres son las que lidian con todo pero al mismo tiempo es como que manipulan el lugar.
-A mi ese tema me fascina porque las familias, tanto las numerosas como las monoparentales, se explican muchas veces más por lo que callan que por lo que cuentan y esos silencios te dicen mucho de los miembros de esa familia. Esto es también una práctica: me voy siempre a mis orígenes, de una familia en el Caribe, donde es muy particular eso de hablar con sobre entendidos pero creo que se puede extender a cualquier familia en cualquier lugar del planeta, esta cuestión de dar por sentadas versiones que no tienen ningún asidero con la realidad, recuerdo discusiones, de familias propias o ajenas, de madres o abuelas enfrascadas en si tal sillón tenía un tapizado así o no y las fotos dicen lo contrario. Cada uno tiene su versión y quiere afincarse en su versión, para mí eso es fascinante.
-Sí, es una especia de colcha de retazos. Al final, las versiones familiares son las que cada uno quiere que sea y con la que cada uno se siente más cómodo. Y en un momento uno se hace el rebelde y dice, no esto no es así, pero la verdad es que las versiones son las que nos hacen sentir cómodos. Uno arma su historia de infancia con lo que más cómodo se siente. Mi familia no ha leído la novela, no creo que mi mamá la lea, como que en un punto se sienten como escrachados. Todo está muy ficcionalizado pero poner en escena recuerdos tuyos es como exponer a tu familia y es difícil como se digiere eso.
-Totalmente, hay una parte de la novela en la segunda parte que cuenta como a mi me daba cierto temor hablar con mis hermanos sobre sus recuerdos sobre mi padre porque todos iban a coincidir entre sí y los míos iban a ser bien distintos.
-Es verdad pero no sabría decir por qué. Es un tema que me interesa y me parece muy rico, porque se pueden sacar muy buenas historias. Es muy reduccionista decir que nuestros tiempos están marcados por esa sensación porque todos los tiempos lo estuvieron pero hay cosas en lo contemporáneo que te lo hacen más evidente. A lo mejor también tiene que ver con mi condición de haberme ido de mi país, del inmigrante, porque aunque cada vez estoy más instalada en Argentina y voy a tener un hijo aquí, la condición de haberme ido me hace mirar un poco más sobre personas solas, me interesan mucho esos personajes que más que contención o compañía, están en ese momento en el que necesitan como cuidados paliativos, gente que está en un momento de quiebre, me parecen personajes frágiles y con mucha carne para explorar en la literatura.
"La noche anterior me había dedicado a perseguir a mi mamá: me le planté al lado cuando lavó los platos, cuando miró la novela y hasta cuando se sentó a orinar. Le insistí que me dijera qué era lo que no podíamos contarle a nadie. Ella se hacía la sorda, me ignoraba, hasta que en medio de un bostezo me dijo:
-Lo que le pasa a tu papá.
-¿Y qué le pasa?
-Que a veces se muere."
Lo que no aprendí puede leerse como una novela de iniciación en la que Caty, de once años, se siente deslumbrada por la figura de dos hombres: su padre -quien oculta un secreto que sólo parece revelarse ante ella- y Aníbal, -el hijo hippie del vecino con quien se encuentra en una casa abandonada. Pero también, este relato que conmueve y perturba habla de cómo se construye la memoria individual y familiar, cuando ante la inminente extinción de los recuerdos se reflexiona sobre el sinuoso territorio de la infancia, sobre la ambigüedad del pasado común.
La primera novela de Margarita García Robayo no sólo confirma su destreza narrativa para construir relatos imposibles de abandonar, sino que además profundiza sobre un tema tan complejo como fascinante: las versiones que elegimos guardar de nuestra propia historia.
Margarita García Robayo nació en Cartagena, Colombia, y está radicada en Buenos Aires. Es autora del libro de cuentos Hay ciertas cosas que una no puede hacer descalza (Planeta, 2009; Destino, 2010; Marcos y Marcos, 2010), de los libros de relatos Las personas normales son muy raras (Plumas de Mompox, 2011; Arlequín, 2012) y Orquídeas (Nudista, 2012), y de las novelas Hasta que pase un huracán (Tamarisco, 2012) y Lo que no aprendí (Planeta, 2013). Participó en la antología de Las mejores crónicas de la revista Soho (Aguilar, 2008) y en Región: cuento político latinoamericano (Interzona, 2012), entre otras. Sus libros han sido publicados en Argentina, Colombia, México, Perú, España e Italia y ha sido traducida a varios idiomas. En Colombia fue columnista de cine y Coordinadora de Proyectos de la Fundación Gabriel García Márquez. En Argentina trabajó para Clarín, donde creó el blog Sudaquia: historias de América Latina que ganó diversos premios y reconocimientos. Los textos de Sudaquia fueron reproducidos en medios como El País de España, El Espectador de Colombia y Le Monde. Para el diario Crítica de la Argentina escribió la columna La ciudad de la furia, y para la Revista C el folletín dominical Mi vida y yo, bajo el seudónimo de Carolina Balducci.
En el 2008 la revista Cambio la eligió uno de los 50 líderes de su país. En el 2012, a partir de una investigación adelantada por Marca Colombia y la Presidencia de la República, fue elegida como uno de los 100 colombianos más exitosos en el exterior. En el 2013 la Fundación Han Nefkens y la Universidad Pompeu Fabra la distinguieron con una beca de creación literaria.
Ganó el Premio literario Casa de las Américas 2014 por el libro Cosas peores. Actualmente es la Directora ejecutiva de la Fundación Tomás Eloy Martínez.