En el santuario de San Pedro, Francisco recordó que los Reyes Magos, siguiendo una luz, buscaron la Luz con mayúscula. "La estrella que apareció en el cielo enciende en su mente y en su corazón una luz que los mueve a la búsqueda de la gran Luz de Cristo. Los Magos siguen fielmente esa luz que los inspira interiormente, y encuentran al Señor" explicó el Papa en el inicio de su misa de la Epifanía.
La fecha cristiana recuerda la manifestación de Jesús a la humanidad en el rostro de un Niño. "Su ejemplo nos ayuda a levantar la mirada hacia la estrella y a seguir los grandes deseos de nuestro corazón. Nos enseñan a no contentaros de una vida mediocre, de "pequeño cabotaje", sino a dejarnos atraer siempre por lo que es bueno, verdadero, bello... por Dios, ¡que todo esto lo es de modo cada vez más grande!", dijo Francisco, según informa Radio Vaticana.
" Y nos enseñan a no dejarnos engañar por las apariencias, por aquello que para el mundo es grande, sapiente, potente. No hay que detenerse allí. No hay que contentarse con la apariencia, la fachada. Es necesario ir más allá, hacia Belén, allí donde, en la sencillez de una casa de periferia, entre una mamá y un papá llenos de amor y de fe, resplandece el Sol que ha nacido de lo alto, el Rey del universo. Siguiendo el ejemplo de los Magos, con nuestras pequeñas luces, busquemos la Luz", agregó
Francisco explicó que en el recorrido de los Magos de Oriente está simbolizado el destino de cada hombre, porque "nuestra vida es un caminar hacia Jesús". "Tenemos dos grandes libros que nos orientan en la peregrinación -dijo el Papa-: el libro de la creación y el libro de las Sagradas Escrituras. Y exhortó especialmente a escuchar el Evangelio, leerlo, meditarlo y hacerlo nuestro alimento espiritual nos permite encontrar a Jesús vivo, hacer experiencia de Él y de su amor.
El término Epifanía puede ser entendido para traducir el concepto de "gloria de Dios" que indica las huellas de su paso o, más simplemente, su presencia. En el Nuevo Testamento, en las cartas paulinas tardías, se refiere a la entrada de Cristo en el mundo, presentada como la del emperador que viene a tomar posesión de su reino.
A partir de este significado, el término se usó en Oriente para indicar la manifestación de Cristo en la carne y a continuación, a partir del siglo IX, para designar la fiesta de la revelación de Jesús al mundo pagano. Ésta es la fiesta que se sigue celebrando todos los 6 de enero.
En la narración de la Biblia Jesús se dio a conocer a diferentes personas y en diferentes momentos, pero el mundo cristiano celebra como epifanías tres eventos: la Epifanía ante los Reyes Magos que es celebrada el 6 de enero de cada año; la Epifanía a San Juan Bautista en el río Jordán; y la Epifanía a sus discípulos y comienzo de su vida pública con el milagro en Caná en el que inicia su actuación pública.
La fiesta de Epifanía que más se celebra es la que corresponde al día 6 de enero de cada año en la que los tres magos (Gaspar, Melchor y Baltasar) aparecen para adorar la primera manifestación de Jesús.
La Biblia no dice sus nombres ni cuántos eran. Sí que venían de Oriente siguiendo una estrella, y que traían oro, incienso y mirra para el Niño que acababa de nacer.
Además de la Misa de la Epifanía, el papa Francisco dirigirá el rezo del Ángelus desde la plaza de San Pedro del Vaticano.
Homilía completa de Francisco en la Misa de la Epifanía:
«Lumen requi runt lumine». Esta sugestiva expresión de un himno litúrgico de la Epifanía se refiere a la experiencia de los Magos: siguiendo una luz ellos buscan la Luz. La estrella que apareció en el cielo enciende en su mente y en su corazón una luz que los mueve a la búsqueda de la gran Luz de Cristo. Los Magos siguen fielmente esa luz que los inspira interiormente, y encuentran al Señor.
En este recorrido de los Magos de Oriente está simbolizado el destino de cada hombre: nuestra vida es un caminar, iluminados por las luces que iluminan el camino, para encontrar la plenitud de la verdad y del amor, que nosotros, los cristianos, reconocemos en Jesús, Luz del mundo.
Y cada hombre, como los Magos, tiene a disposición dos grandes "libros" de los cuales deducir los signos para orientarse en la peregrinación: el libro de la creación y el libro de las Sagradas Escrituras. Lo importante es estar atentos, vigilar, escuchar a Dios que nos habla, siempre nos habla. Come dice el Salmo, refiriéndose a la Ley del Señor: «Para mis pasos tu palabra es una lámpara, una luz en mi sendero» (Sal 119, 105). Especialmente escuchar el Evangelio, leerlo, meditarlo y hacerlo nuestro alimento espiritual nos permite encontrar a Jesús vivo, hacer experiencia de Él y de su amor.
La primera Lectura hace resonar, por boca del profeta Isaías, el llamamiento de Dios en Jerusalén: «¡Levántate, resplandece!» (60,1). Jerusalén es llamada a ser la ciudad de la luz, que refleja sobre el mundo la luz de Dios y ayuda a los hombres a caminar en sus caminos. Esta es la vocación y la misión del Pueblo de Dios en el mundo. Pero Jerusalén puede faltar a esta llamada del Señor. Nos dice el Evangelio que los Magos, cuando llegaron a Jerusalén, perdieron por un momento la vista de la estrella. No la veían más. En particular, su luz está ausente en el palacio del rey Herodes: aquella morada es tenebrosa, allí reinan la oscuridad, la difidencia, el miedo,, la envidia. Herodes, en efecto, se muestra desconfiado y preocupado por el nacimiento de un Niño frágil que él siente como un rival. En realidad Jesús no ha venido a derrocarlo a él, miserable fantoche, ¡sino al Príncipe de este mundo! Sin embargo, el rey y sus consejeros sienten que peligran las estructuras de su poder, temen que se inviertan las reglas del juego, que se desenmascaren las apariencias. Todo un mundo construido sobre el dominio, sobre el éxito y sobre el tener, sobre la corrupción ¡se pone en crisis por un Niño! Y Herodes llega hasta asesinar a los niños. Un padre de la Iglesia decía: «Matas a los niños en la carne porque el miedo te mata en el corazón » - San Quodvultdeus (Disc. 2 en el Símbolo: PL 40, 655). Es así, tenía miedo y en este miedo enloqueció.
Los Magos supieron superar ese peligroso momento de oscuridad ante Herodes, porque creyeron en las Escrituras, en la palabra de los profetas que indicaba en Belén el lugar del nacimiento del Mesías. De este modo escaparon del entumecimiento de la noche del mundo, retomaron el camino hacia Belén y allá vieron nuevamente la estrella. El evangelio dice que experimentaron «una inmensa alegría» (Mt 2, 10). Esa estrella que no se veía en la mundanidad de aquel palacio.
Un aspecto de la luz que nos guía en el camino de la fe es también la santa "astucia". Es una virtud esta "santa astucia". Se trata de aquella sagacidad espiritual que nos permite reconocer los peligros para evitarlos. Los Magos supieron usar esta luz de "astucia" cuando, en el camino de regreso, decidieron no pasar por el palacio tenebroso de Herodes, sino recorrer otro camino. Estos Magos venidos de Oriente nos enseñan cómo no caer en las insidias de las tinieblas y cómo defendernos de la oscuridad que trata de envolver nuestra vida. Ellos, con esta santa astucia custodiaron la fe. También nosotros debemos custodiar nuestra fe. Custodiarla de la oscuridad que tantas veces, es una oscuridad travestida de luz, porque el demonio, dice san Pablo, se viste de ángel de luz. Y aquí necesitamos la santa astucia para custodiar nuestra fe del canto de las sirenas que te dicen: hoy tenemos que hacer esto o aquello. Pero la fe es un don, una gracia, a nosotros nos toca custodiarla con este santa astucia, con la oración, con el amor, con la caridad. Es necesario acoger en nuestro corazón la luz de Dios y, al mismo tiempo, cultivar esa astucia espiritual que sabe conjugar sencillez y astucia, como Jesús pide a los discípulos: «Prudentes como las serpientes, y sencillos como las palomas» (Mt 10, 16).
En la fiesta de la Epifanía, en que recordamos la manifestación de Jesús a la humanidad en el rostro de un Niño, sentimos junto a nosotros a los Magos, como sabios compañeros de camino. Su ejemplo nos ayuda a levantar la mirada hacia la estrella y a seguir los grandes deseos de nuestro corazón. Nos enseñan a no contentaros de una vida mediocre, de "pequeño cabotaje", sino a dejarnos atraer siempre por lo que es bueno, verdadero, bello... por Dios, ¡que todo esto lo es de modo cada vez más grande! Y nos enseñan a no dejarnos engañar por las apariencias, por aquello que para el mundo es grande, sapiente, potente. No hay que detenerse allí. No hay que contentarse con la apariencia, la fachada. Es necesario custodiar la fe, en este tiempo es muy importante. Es necesario ir más allá de la oscuridad, más allá del canto de las sirenas, de la mundanidad, de tantas modernidades de hoy. Es necesario ir hacia Belén, allí donde, en la sencillez de una casa de periferia, entre una mamá y un papá llenos de amor y de fe, resplandece el Sol que ha nacido de lo alto, el Rey del universo. Siguiendo el ejemplo de los Magos, con nuestras pequeñas luces, busquemos la Luz y custodiemos la fe.»