Está muy bien escrito
No siempre las grandes personalidades son buenas plumas. Pese a contener muchas reflexiones políticas, transcripciones de discursos históricos y el detalle de largos debates, su ágil redacción lo hace muy llevadero. Con estilo sencillo, sin grandilocuencias innecesarias -los hechos hablan por sí solos-, está muy bien redactado. Y, aunque se conoce el final de la historia, está contada con tanto arte, que hasta crea un suspenso atrapante.
Una "trama" apasionante
Se confirma que la realidad supera la ficción. Como Napoleón Bonaparte, Nelson Mandela podría muy bien haber exclamado: "¡Qué novela la de mi vida!"
No se presenta como un predestinado
Del relato que hace de su vida, se desprende que, como en toda gran trayectoria, hay una cuota de talento y otra equivalente o mayor de destino. Mandela pondera por igual la parte que corresponde a sus calidades, heredadas o adquiridas, y la que es obra de las circunstancias. O sea, tiene la humildad que caracteriza a los grandes líderes. Seguros de sí mismos y de sus realizaciones, no necesitan mentir ni agrandar los hechos.
Como ejemplo, una de las circunstancias que "gestaron" a Nelson Mandela: de su padre biológico –que lo dejó huérfano a los 8 años- heredó la tenacidad y el orgullo, dice, pero sin esa muerte prematura, quizá su vida no hubiese tomado el rumbo que tomó. El Regente de la etnia thembu, a cuya casa real pertenecía, quiso pagar un favor recibido del padre de Mandela adoptando como propio a su hijo, lo que le abrió al futuro libertador de los sudafricanos el camino a la educación superior y a todo lo que vino después.
Muchos años más tarde, al ser liberado de prisión, pensaba: "Quería expresar ante el pueblo que yo no era ningún mesías, sino un hombre corriente que se había convertido en un líder por circunstancias extraordinarias".
Tampoco se muestra infalible
La primera vez que escuchó a un jefe de su tribu criticar a los blancos, se sintió indignado, cuenta Mandela, porque por entonces no los consideraba opresores sino benefactores: "Rechacé sus palabras como observaciones fuera de lugar de un hombre ignorante, incapaz de apreciar el valor de la educación y los beneficios que el hombre blanco había traído a nuestro país".
Mandela relata cómo por muchos años su mayor aspiración fue llegar a ser un "inglés negro" y cómo poco a poco germinó en él la conciencia de la opresión en que vivía su pueblo en su propia tierra. "Hoy sé que aquel día no era un hombre, y no llegaría a serlo hasta muchos años después", reflexiona.
Cuando se produjo finalmente su conversión política, ésta no fue "ninguna iluminación, ninguna aparición", dice, sino "la continua acumulación de pequeñas ofensas, las mil indignidades" que despertaron su rebeldía y el deseo de combatir por la liberación de su pueblo.
Pero, hasta entonces, estaba "en camino de ser absorbido por la élite negra que Gran Bretaña pretendía crear en África".
Se declara padre y esposo
No fue fácil para Mandela renunciar a su familia. Asegura que disfrutaba mucho de la vida doméstica, aunque tenía poco tiempo para eso. "La mujer de un luchador por la libertad es a menudo lo más parecido a una viuda, incluso cuando su marido no está en la cárcel", escribe. Profundamente enamorado de su segunda esposa y compañera de lucha, la admirable y valiente Winnie, Mandela le dedica varios párrafos a los sentimientos que lo embargaban durante los largos años en que estuvo forzosamente alejado de ella. Pese a las diferencias que luego los separaron, poco después de su liberación, y a algunas enojosas acusaciones que Winnie debió enfrentar, Mandela se muestra profundamente leal y agradecido con ella y la defiende de toda calumnia.
Comparte su experiencia y aprendizaje políticos
Es, para quien quiera aprender, un pequeño breviario de política. Así como él mismo buscó inspiración en la experiencia de lucha de otros pueblos, leyendo a autores tan diversos como Mao o Menahem Begin (Rebelión en Tierra Santa), las Memorias de Mandela también pueden ser fuente de inspiración para quienes aspiren a liderar procesos de cambio. Y para cualquiera que sienta que la política es, como recuerda el papa Francisco, una de las formas más altas de la caridad.
Algunas enseñanzas que deja el libro (en relación a lo anterior)
Ningún combate es pequeño. En el momento de su arresto, Mandela estaba organizando la clandestinidad de su movimiento, el Congreso Nacional Africano; volvía de una gira internacional de búsqueda de respaldo mundial para la causa sudafricana y estaba analizando qué forma de lucha armada adoptaría su organización. Pasó de eso a lanzar, con la misma pasión y seriedad, en la prisión de máxima seguridad de la isla de Robben, una campaña de resistencia contra el uniforme que les imponían. El apartheid llegaba hasta la ropa. Los prisioneros negros debían usar pantalones cortos –cuenta Mandela- para recordarles a los africanos que eran "chicos". Pero el prisionero 466/64 (es decir, el preso nº 466, ingresado en 1964) se había propuesto que "todo hombre o institución que intente arrebatarme mi dignidad sufrirá una derrota". En consecuencia, dentro de la cárcel, no cesó de pelear por cada detalle, resistir a cada reglamento o medida tomada por sus carceleros con el fin de doblegar su voluntad. El "buscapleitos", le decían sus guardiacárceles.
Se venció a sí mismo. Esta debe ser la primera victoria de un líder. No puede presidir a otros quien no es presidente de sí mismo. Mandela era, antes que nada, jefe de sí mismo. Y esto se reflejaba hasta en los menores detalles. En una ocasión, un funcionario de la cárcel logró hacerlo salir de sus casillas con comentarios ofensivos sobre su mujer, Winnie. Mandela reflexionó luego: "Aunque había callado a Prins, me había hecho perder el control y para mí aquello había sido una derrota frente al enemigo". Pero también tuvo que vencer otra tendencia muy humana, la de buscar la gloria y el reconocimiento inmediatos. "Como líder –escribe Mandela-, a veces es necesario emprender acciones (...) cuyos resultados no serán conocidos hasta transcurridos varios años. Hay victorias cuya gloria sólo se encuentra en el hecho de que solamente las conocen aquellos que las han hecho posibles". Algo que, acota, es especialmente cierto en la cárcel, "donde hay que buscar consuelo en la fidelidad a los propios ideales, aunque sólo uno mismo lo sepa". Pensemos que durante la mayor parte de sus largos años de encierro (27 en total), la victoria de su causa no era evidente. Por el contrario, hubo largas etapas de oscuridad, de reveses, en las cuales sentirse derrotado es lo más frecuente. Esa soledad, y mantenerse fuerte en el diálogo con uno mismo, es el mayor desafío de un líder.
Generosidad en la victoria. Otra gran lección que da Mandela. Desde temprano adoptó la modalidad de vencer pero no humillar. "En las discusiones nunca sirve de nada adoptar una actitud de superioridad moral sobre el oponente", reflexionaba ya al comienzo de su militancia. Y así actuó el resto de su vida. Cuando sus enemigos –los representantes del régimen de apartheid- finalmente debieron negociar con él una salida política, Mandela les tendió la mano, buscó la reconciliación y hasta compartió el poder con ellos. Además, no sólo no se plegó jamás al racismo antiblanco y al espíritu de venganza, sino que combatió esas tendencias dentro de sus propias filas.
Nadie es irrecuperable. "Educar a todo el mundo, incluso a nuestros detractores, era parte de la filosofía del CNA. Creíamos que todos los hombres, incluyendo los funcionarios de prisiones, eran capaces de cambiar", escribe. Su fe en el género humano era inquebrantable. Frente a un gesto inesperado de amabilidad de parte de un carcelario hasta entonces especialmente duro, reflexiona: "Fue un recordatorio útil de que todos los hombres, incluso los más fríos en apariencia, tienen algo de decencia, y que si se consigue llegar a su corazón son capaces de cambiar".
El hombre vence al sistema. Mandela no luchó solo, pero fue su tenacidad la que, pese a los largos años de encierro, lo convirtió en símbolo de la lucha contra el apartheid y en interlocutor obligado del régimen. En el año 1976, fue tentado por primera vez con la libertad a cambio del sometimiento. Le ofrecieron concretamente retirarse con su familia a su aldea natal, a cambio de la renuncia a la lucha. Desde entonces, se sucedieron muchas tentaciones por el estilo. Él las rechazó todas, a pesar de su durísima situación. Esa negativa, esa voluntad de hierro de un solo luchador, abrió fisuras irreparables en el régimen. Un solo hombre puede contra el sistema.
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