La caída de Pablo Escobar comenzó al menos tres años antes del operativo que terminó con su vida. La clave fue el comienzo de una campaña para habilitar la extradición de los criminales para su juzgamiento en los Estados Unidos.
La extradición ya había sido aprobada por un acuerdo bilateral entre Colombia y los Estados Unidos en 1979, pero una demanda judicial para declararlo inconstitucional recayó en la Corte Suprema de Justicia.
Ante la posibilidad de que el máximo tribunal avalara el tratado que habría permitido su juzgamiento en los Estados Unidos, Escobar contrató a un comando de la guerrilla M-19. En noviembre de 1985, tomaron el Palacio de Justicia de Bogotá, destruyeron los archivos del narcotráfico y asesinaron a 11 de los 24 jueces supremos.
Esa presión fue determinante para que en junio de 1987 la Corte declare inconstitucional la extradición. Pero cuatro años después, las presiones internacionales llevaron a que se discutiera una reforma constitucional que pudiera incluir el acuerdo bilateral.
Por eso, tras poner en funcionamiento toda su maquinaria del terror a fin de persuadir a las autoridades de no habilitar la extradición, Escobar obtuvo un pírrico triunfo: la reforma no se realizaría, pero a cambio debía entregarse e ir a prisión en suelo colombiano.
"Tenía mucho temor de ir a una prisión en los Estados Unidos. Finalmente se entregó a las autoridades y fue a la Cárcel de la Catedral por intermedio de un clérigo católico, con la condición de que seguiría manejando las rutas del narcotráfico", explica a Infobae el criminólogo Germán Antía Montoya, decano de la Facultad de Ciencias Forenses del Tecnológico de Antioquía y estudioso de la vida de Pablo Escobar.
Hay que aclarar que la Cárcel de la Catedral tenía poco de prisión. Fue construida especialmente por pedido de Escobar sobre un predio de su propiedad. Como condición para entregarse, exigió que estuviera repleta de lujos y que él pudiera moverse allí con total libertad.
Al enterarse de que el presidente César Gaviria había tomado la decisión de trasladarlo a una cárcel verdadera -luego de que Escobar asesinara adentro de la Catedral a dos secuaces que estaban robándole- decidió fugarse en julio de 1992, un año después de su ingreso.
Desde ese momento, selló su sentencia a muerte, ya que el Gobierno estaba completamente decidido a terminar con él. Las autoridades destinaron cerca de cuatro mil efectivos para buscarlo y conformaron el Bloque de Búsqueda, una unidad especial integrada por miembros de la Policía Nacional, el Ejército y agentes antidroga estadounidenses, que se abocó a una intensa tarea de inteligencia para recapturarlo.
El talón de Aquiles
El intenso vínculo que tenía con su familia fue uno de los factores que precipitaron su caída. Quizás el más importante, ya que la preocupación por su bienestar era lo único que podía volverlo un hombre vulnerable.
En los meses previos a su muerte, Escobar veía que su final estaba cerca, ya que el cerco de las fuerzas de seguridad se cerraba cada vez más, y sus apoyos políticos y económicos ya no eran los de antes. Entonces decidió enviar al exterior a su esposa, Victoria Eugenia Henao Vallejo, y a sus dos hijos, Juan Pablo y Manuela.
"El problema es que no soportaba estar lejos de su familia. Por eso, tras mandarla a Alemania no pudo evitar seguir en contacto con ella. Esas comunicaciones posibilitaron que el grupo especial que lo estaba siguiendo las rastreara y lograra localizarlo", cuenta Antía.
Fueron seis llamadas a su hijo Juan Pablo realizadas el 1º de diciembre de 1993 las que permitieron al Bloque de Búsqueda hallarlo tras 17 meses de rastreo, e iniciar el ataque que terminó con su vida al día siguiente.
El final
El grupo especial lo sorprendió en una casa en el barrio los Olivos de Medellín, a las 14 horas del jueves 2 de diciembre de 1993. Tras una corrida y un tiroteo, Escobar intentó escaparse por el techo junto a su histórico guardaespaldas, Álvaro de Jesús Agudelo, alias "Limón".
Pero un disparo fatal lo mató en el acto.
Recreación de la muerte de Escobar en la serie El Patrón del Mal
Muchos lloraron su muerte en los barrios marginales de Medellín, donde había centrado su actividad benéfica y de donde había reclutado como sicarios -y mandado a la muerte- a cientos de jóvenes. Otros no quisieron creer la noticia, aún a pesar de que el estudio de su cartilla dental y de sus huellas dactilares confirmó sin margen de duda que el cadáver era el suyo.
"Pablo Escobar era un capo de capos, y
. Entonces empezaron a decir que no estaba muerto, ya que estaba 'rezado' y
. Esto permitió la construcción de un mito. De tanto en tanto,
Pero son mitos", concluye Antía.