Las historias de amor prohibido, la rebeldía de los jóvenes españoles y los relatos con trasfondo político convirtieron a Almudena Grandes en una autora reconocida a nivel mundial y con una gran cantidad de seguidores en la Argentina y América Latina. De paso por Buenos Aires, la escritora dialogó con Infobae sobre su ambicioso proyecto, Episodios de una guerra interminable, con el que pretende echar luz sobre la resistencia durante la dictadura de Francisco Franco. "La mayor crueldad en España fue en la posguerra, que fue peor que la guerra para la mitad de los españoles. Y esa historia no se había contado. Descubrí que pisaba sobre una mina de oro que no estaba explotada, que había una cantidad de personajes y de aventuras maravillosas", afirmó.
La primera aproximación de Grandes a la historia reciente de España fue con El corazón helado, una novela de mil páginas sobre los exiliados. A medida que buscaba información en archivos y registros, se encontró con decenas de relatos increíbles. Y así decidió que antes de hacer un libro con 3.000 páginas, mejor era escribir varios. De esa forma, surgieron Inés y la alegría y El lector de Julio Verne, "dos novelas de guerrilla", mientras que otros cuatro títulos están en camino de la mano de la editorial Tusquets.
Del tercero, Las tres bodas de Manolita, Grandes narró de memoria el principio a Infobae. "Es una historia de pequeños militantes que cuenta cómo surge la resistencia contra la dictadura en la cárcel y en la cola de la cárcel, de las mujeres que esperan para visitar a los presos. Las primeras frases del libro lo explican muy bien. Comienza diciendo: 'En los buenos tiempos, las jovencitas se casan por amor; en los malos, muchas lo hacen por interés. Yo me casé con un preso en las peores por dos multicopistas que nadie sabía poner en marcha'".
Antes de meterse de lleno en la novela histórica, Almudena exploró otro tipo de literatura. Su primer libro, Las edades de Lulú, fue publicado en 1989 y logró un éxito inmediato. Con un fuerte contenido erótico, la historia es "mucho más política y mucho menos frívola que lo que puede aparentar", según aclaró. Esa etapa inicial estuvo marcada por un estilo testimonial, con protagonistas que se parecían a ellas: "Mis libros tienen una atmósfera autobiográfica". ¿Si hay un salto entre su pasado y su presente narrativo? Grandes contó por qué no.
-¿Cómo surge el interés en la posguerra y la dictadura franquista?
-Se explica porque hay cierta tendencia a creer que la guerra civil fue el momento más cruel y más intenso de nuestra historia reciente. Creo que el franquismo se ha beneficiado del hecho de que Francisco Franco se haya muerto en la cama; en que ha pasado a la historia como una dictadura blanda. Pero la mayor crueldad en España fue en la posguerra, que fue peor que la guerra para la mitad de los españoles. Y esa historia no se había contado. Descubrí que pisaba sobre una mina de oro que no estaba explotada, que había una cantidad de personajes y de aventuras maravillosas, y eso era literariamente muy tentador para mí. Al mismo tiempo, esas historias me permitían satisfacer un impulso moral, dirigirme al lector español y decirle: "Tú, que vives aquí, pero no sabes que aquí hubo una gente que sacrificó su vida por ti", porque, en realidad, ellos lucharon por nosotros, para que pudiéramos vivir en una democracia.
-¿Cómo fue la preparación de los Episodios de una guerra interminable?, ¿fueron pensados a partir de testimonios reales?
-Los Episodios son siempre novelas que parten de hechos reales, porque el modelo que he adoptado es el de Benito Pérez Galdós en los Episodios nacionales, que partía de un acontecimiento histórico real e inventaba una obra de ficción. Inés y la alegría se nutrió de historiografías, documentos y libros de historias, aunque tuve la oportunidad de hablar con un invasor. El lector de Julio Verne se basa en testimonios personales. He leído tantas historias de españoles comunes, de abuelos que escriben sus memorias y se las publican sus nietos o su ciudad. Son una fuente que me interesa mucho porque son mucho más veraces que los personajes públicos, que no tienen que falsear nada, porque no tienen nada que ganar, ni nada que perder.
"Los modelos que nos impuso la dictadura como letras bordadas con sangre se han deshecho como un azucarillo"
-¿La decisión de publicar los Episodios sobre la posguerra está vinculada con que no esté superada la división en España?
-No, está completamente superada. No hay dos Españas. Los españoles ahora reflejamos muy poco o nada lo que fue la dictadura de Franco. Esos modelos muy estrechos de vida que nos impuso la dictadura como letras bordadas con sangre se han deshecho como un azucarillo. Sí queda una relación muy conflictiva con el pasado. Es una herida mal cerrada. La memoria de España no ha cicatrizado todavía, porque nuestra democracia no rompió expresamente sus vínculos con la dictadura; tiene una fragilidad congénita por no haber ajustado cuentas con la dictadura.
-Muchas veces se compara a la Argentina con España en el sentido de que en la primera hubo un juicio contra los violadores de derechos humanos y en España, no. ¿Eso hubiera servido para que la herida cerrara?
-La situación en España ahora es diferente que en la Argentina por el tiempo que ha pasado. Si en España se hablara de juzgar, no habría a quién procesar. Los culpables están muertos o son muy viejos. Sí se puede conocer la verdad, como con el caso de los niños robados, que explica muy bien lo que fue la dictadura franquista. Era una red política que robaba los niños de las presas republicanas. Fue una forma cruel de represión contra los rojos. Luego, en los años 50, se empezaron a robar niños de madres solteras. ¿Cómo pasó eso? Esa es la consecuencia del terror. Fue posible porque la gente estaba encogida de miedo.
-¿Cuánto maduró su escritura desde la publicación de Las edades de Lulú, en 1989, hasta su último trabajo, El lector de Julio Verne?
-Desde el punto de vista literario, me siento más poderosa. Tengo un mayor control de mis libros. Ahora escribo por fin lo que quiero escribir; antes las novelas se me iban de las manos constantemente.
-Uno es una novela erótica, y el otro está centrado en los años posteriores a la guerra civil española, ¿hay un salto en su estilo?
-La diferencia no es tan abismal, porque a pesar de ser una novela erótica, Las edades de Lulú también era política por lo que representaba. En la España de los años 80, la libertad sexual era una posición ideológica; teníamos que rechazar la experiencia de un país donde la Iglesia había sido lo mismo que el Estado. Los jóvenes nos dedicamos a mostrar que éramos capaces de cultivar el exceso sin sentirnos culpables. Mis primeras novelas, hasta Atlas de la geografía humana, configuraron una literatura muy testimonial: conflictos de identidad, de generación o de mi país. Son todas historias de mujeres que se parecen a mí. Si tomamos Los aires difíciles y lo usamos como una bisagra para doblar mi obra a la mitad, en realidad, yo he escrito siempre la misma historia, solo que he escrito la segunda parte antes que la primera. Los Episodios tienen un epílogo que desembarca en los personajes exactamente en el punto en que arrancan Las edades de Lulú o Malena es un nombre de tango.
"El personaje más autobiográfico es 'Malena'"
-Dice que las primeras novelas son historias de mujeres que se parecen a usted, ¿en qué medida los personajes son autobiográficos?
-Nunca he escrito una novela autobiográfica en el sentido de que yo nunca he contado mi vida. Sin embargo, en mis primeras novelas hay una atmósfera autobiográfica; los lugares, los personajes y su forma de vivir tienen mucho que ver con lo que fue mi vida. El libro más autobiográfico es Malena. Es el personaje de una mujer muy desorientada, que siente que no es perfectamente mujer. Ella, de hecho, de pequeña le rezaba a la Virgen para que la convirtiera en niño. Esa situación de incertidumbre con respecto a su propia femineidad tiene que ver conmigo misma. El otro aspecto es la familia. No es la mía porque no quiero que me quiten el saludo, pero es igual en que es una familia muy grande, que mantiene relaciones muy extensas.
-Algunas sus novelas, como Las Edades de Lulú y Aunque tú no lo sepas, fueron llevadas al cine, ¿participó en el pasaje del libro a la película?
-Cuando hicieron la adaptación de Las edades de Lulú, que era una escritora debutante sin idea de nada y me parecía que estaba en Hollywood, me involucré muchísimo. Pero después me di cuenta de que había sido un error, porque un autor de una novela tiene muy poco que hacer en el rodaje de una película. Una novela es una obra final, que cuando se termina –salga bien o salga mal- lo escrito va a misa. En cambio, un guión es una herramienta en la que mete mano todo el mundo: el productor arranca páginas porque es muy caro, el director cambia cosas de sitio, llega una actriz e improvisa el libreto. Es muy desconcertante; así que después de Las edades de Lulú me quité del medio.
"El único libro que he tenido de cabecera es 'Rayuela', pero no lo leería de vuelta"
-A veces, las películas no son el fiel reflejo de los libros, ¿siente que pasó eso con alguna de sus novelas?
-En su mayoría, las películas, me hayan gustado más o me hayan gustado menos, me parecieron legítimas. Incluso las que no me gustaron no habían supuesto ninguna traición al espíritu del libro. Pero con Castillos de cartón, sí; fue un quebranto muy grande y me enfadé mucho. La novela era sobre una historia de amor de tres, con esa habilidad de los 80 de vivir los excesos sin culpa, y me hicieron una película sobre el pecado. Y eso me pareció imperdonable.
-¿Tiene previsto que los Episodios se conviertan también en películas?
-En un principio, creí que la historia de Inés y la alegría podía ser una película. Después de escribir El corazón helado, una novela de mil páginas, pensé en hacer un guión de cine y meterme en otro proyecto. Escribí y rescribí el guión, y al final hice una novela. El proyecto está, pero parado por la crisis. El poco dinero que hay nadie lo quiere invertir en héroes comunistas que cruzan los Pirineos. La película está en stand-by y no sé qué pasará con ella.
-¿Qué escritores latinoamericanos tiene de cabecera?
-El único libro que he tenido de cabecera es Rayuela, de Julio Cortázar, pero no sé si me gustaría ahora tanto. No lo pienso volver a leer para no arriesgarme. Mario Vargas Llosa me parece un escritor admirable, aunque políticamente no estemos de acuerdo. Me parece un modelo a seguir por su capacidad de jugársela en cada libro que publica. Me gusta Gabriel García Márquez. La literatura latinoamericana está en un punto óptimo; es muy interesante ahora mismo. Admiro a Sergio Olguín y a Claudia Piñero. Y quedé prendida con Las Poseídas, de Betina González, del que fui jurado en el concurso de Tusquets de 2012.
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