La dictadura de Pinochet (1973-1990) torturó, ejecutó o desapareció a miles de personas, apelando por igual a los vejámenes, la ciencia y la sociología, como quedó escrito en sus manuales de operaciones secretas y oficios reservados, revelados desde 2012 por la agencia alemana de noticias DPA.
"Dos mil no es nada", afirmó el dictador cuando llegó la democracia, en alusión al número de desaparecidos bajo su régimen. "Prácticamente limpiamos de marxistas la nación", declaró en otra ocasión el militar fallecido en 2006.
El régimen, aún defendido por políticos de derecha, desplegó un abanico de prácticas represivas que incluyó desde el uso de armas químicas, como gas sarín y toxinas botulínicas enviadas desde Brasil al Ejército, hasta la ejecución de atentados terroristas en Washington y Buenos Aires, según un artículo del diario ecuatoriano El Comercio.
Miles de represores comenzaron a ser entrenados desde 1974 en el campo de concentración de Tejas Verdes en el puerto de San Antonio, bajo el mando del capitán Manuel Contreras, el primer jefe de la policía secreta, la DINA.
Esa capacitación tenía sus antecedentes en las técnicas de guerra antisubversiva del Ejército francés en la batalla de Argelia, los cursos de torturas dictados en Brasil desde la década de 1960 y la Escuela de las Américas de Estados Unidos.
Contreras, condenado en 100 causas de derechos humanos, confesó a la Justicia que cada día desayunaba con Pinochet para informarle sus avances en Inteligencia, gracias a los miles de agentes que comandó.
Pero la profundidad de la represión, que incluyó el exilio de miles de chilenos y allanamientos masivos en los barrios pobres, fue posible porque existieron amplios sectores civiles que respaldaron las acciones y que incluso fueron educados en esas lógicas.
Los propios archivos secretos del régimen revelan que cientos de funcionarios de ministerios políticos o sociales asistieron a cursos sobre guerra psicológica, poder naval o guerra nuclear en la Academia de Estudios Políticos Estratégicos.
En Chile, las violaciones de hombres y mujeres, las descargas de electricidad y las golpizas convivieron entonces con un Estado edificado a base del control interno en todos sus niveles. "No lo sabíamos al inicio, pero estábamos frente a una operación de exterminio", dice Lorena Pizarro, de la Agrupación de Detenidos Desaparecidos.
Durante la dictadura de Augusto Pinochet, un antiguo restaurante en las afueras de Santiago se convirtió en un cruel centro de detenciones y torturas. Allí miles de opositores fueron detenidos y hubo 236 ejecutados o desaparecidos.
Emplazado en lo que actualmente es la comuna de Peñalolén, Villa Grimaldi fue rebautizada por la policía secreta de Pinochet como Cuartel Terranova y formaba parte de una serie de centros de detenciones y tortura.
Por un gran portón que daba a la calle, los prisioneros eran trasladados a toda hora hacia este lugar para ser castigados o hacer que delataran a otros. Permanecían detenidos en pequeñísimas celdas de madera de 1 metro cuadrado, donde metían a hasta seis prisioneros, que debían turnarse para descansar o poder sentarse.
Una torre de madera que albergaba antes un pozo de agua era el lugar más temido. Tenía celdas aún más pequeñas donde los prisioneros debían permanecer agachados, y por allí pasaron todos aquellos que fueron ejecutados.
En Villa Grimaldi fueron detenidas casi 4.500 personas entre 1973 y 1978, los años más cruentos de la dictadura de Pinochet, que se saldó con más de 3.200 víctimas y unos 38 000 torturados, según cifras oficiales.
Incluso la ex mandataria socialista Michelle Bachelet y su madre, Ángela Jeria, fueron detenidas en este lugar durante varias semanas, tras la muerte de su padre y general de Aviación, Alberto Bachelet, arrestado el día del golpe de Estado por mantenerse leal al gobierno de Salvador Allende.